Internacional - Economía

¿Y si el objetivo final de Trump fuera acabar con la OMC?

2017-11-02

Cuando Robert Lighthizer, el principal negociador comercial del gobierno estadounidense, tuvo sus...

Eduardo Porter, The New York Times

¿Será el objetivo final del presidente Donald Trump acabar con la Organización Mundial del Comercio?

Cuando Robert Lighthizer, el principal negociador comercial del gobierno estadounidense, tuvo sus inicios la diplomacia comercial a principios de los años ochenta, durante la presidencia de Ronald Reagan, a Estados Unidos le gustaba resolver sus conflictos comerciales por la fuerza, al exigirle a sus socios comerciales que frenaran sus exportaciones o indicar que se enfrentarían a las consecuencias.

Japón, por ejemplo, aceptó asumir “restricciones voluntarias a las exportaciones” para reducir las ventas de autos Toyota, Honda y Nissan que causaban descontento en Detroit. El 80 por ciento de las importaciones de acero estadounidenses estaban cubiertas por acuerdos de restricciones voluntarias que Washington tenía con quince países.

Eran voluntarias en el sentido de que los exportadores internacionales preferían estos acuerdos a la amenaza de aranceles punitivos. En Washington eran populares. Como lo hace notar Douglas Irwin, economista de la Universidad Darmouth, en su oportuno libro nuevo Clashing Over Commerce: A History of U.S. Trade Policy, la cantidad de las importaciones estadounidenses sujetas a algún tipo de restricción comercial subió de ocho por ciento en 1975 a 21 por ciento en 1984.

En la actualidad, los conflictos comerciales se adjudican de otra manera: desde 1995, Estados Unidos ha tenido que llevar sus quejas ante el sistema de solución de diferencias de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como cualquier otro país. Ha perdido algunos casos, en especial los relacionados con la singular manera que tiene Washington de medir el dumping, una práctica de competencia desleal. Sin embargo, Estados Unidos suele ganar cuando denuncia alguna práctica injusta en el extranjero.

Pero este sistema parece no gustarle a Trump.

Al tomar en cuenta la manera agresiva en que los negociadores comerciales de Trump se dirigen a sus contrapartes mexicanas y canadienses en el proceso de renegociación el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, algunos diplomáticos y expertos en materia comercial empiezan a preguntarse si el objetivo final de la Casa Blanca es reventar todo el marco legal que regula el comercio mundial. Lo que Washington realmente pareciera desear es el tipo de carta blanca que gozaba en la década de 1980 para forzar a un país tras otro a reducir a cero el superávit comercial con Estados Unidos.

Según un diplomático comercial que está al tanto de las discusiones, los negociadores estadounidenses han advertido a sus contrapartes mexicanas y canadienses que, si Estados Unidos se sale del TLCAN, no deben esperar que las relaciones comerciales simplemente se rijan por la reglas de la OMC, las cuales incluyen un techo arancelario promedio de 3,5 por ciento para las exportaciones mexicanas que van a Estados Unidos y de 7,1 por ciento para las exportaciones estadounidenses hacia México. Argumentan que Estados Unidos no estará limitado por estas restricciones.

Cuando solicité la opinión de Lighthizer, su oficina me remitió a una declaración que hizo en junio en la cual afirmó su “compromiso a trabajar de cerca con los socios comerciales de Estados Unidos con el fin de aumentar la capacidad de la OMC para promover el comercio libre y justo”. Sin embargo, no ha tenido reparo en expresar su molestia respecto de la organización. Mientras tanto, Estados Unidos ha estado socavando el aparato judicial del organismo al frenar los nombramientos para el órgano de apelación que regula las disputas comerciales, compuesto por siete integrantes. Al tribunal actualmente tiene dos vacantes, número que ascenderá a tres en diciembre, cuando el jurista europeo deje el cargo. Ese punto muerto ya provocó que Cecilia Malmstrom, la diplomática comercial más importante de la Unión Europea, advirtiera que la postura estadounidense resulte en “la destrucción de la OMC desde adentro”.

A pesar de que emascular a la organización comercial podría parecer imprudente, pero algunos expertos en comercio advierten que el gobierno de Trump podría tomar tal medida en su intento quijotesco de eliminar los déficits comerciales bilaterales que tiene con algunos países.

Y esto pone al mundo entre la espada y la pared. El déficit actual en la cuenta corriente estadounidense —una medida amplia de sus operaciones comerciales— refleja la brecha entre los ahorros nacionales y las inversiones nacionales de Estados Unidos. Invierte más de lo que ahorra. Lo hace con fondos que atrae del exterior y los gasta en productos y servicios extranjeros. Mientras no cierre la brecha de los ahorros, no habrá diplomacia, intimidación o persuasión suficiente para cerrar la brecha en el comercio.

Si Estados Unidos abandonara el TLCAN, su déficit con México podría elevarse de manera considerable en vez de que disminuya, pues la incertidumbre haría que se desplome el peso mexicano y abarataría así las exportaciones mexicanas. Sin embargo, incluso si funcionara la maniobra de Trump respecto al TLCAN y se equilibrara el intercambio bilateral con México, no cambiaría necesariamente el balance general del comercio estadounidense.

Lo más difícil de comprender para los diplomáticos y los expertos en políticas comerciales es la manera en que el gobierno de Trump concibe el desenlace de abatir un sistema legal cuando Estados Unidos invirtió tanto tiempo y esfuerzo en su construcción.

A Lighthizer le vendría bien recordar que, después de que Canadá, Japón y la entonces llamada Comunidad Europea aceptaron acuerdos de restricción voluntaria que limitaban las exportaciones de acero a Estados Unidos a comienzos de la década de 1980, los fabricantes en países como Corea del Sur y Sudáfrica entraron al relevo.

Como me comentó otro economista de Dartmouth, Robert Staiger: A menos de que también se corrija el desequilibrio entre ahorros e inversiones estadounidenses, reducir el déficit comercial que existía con México simplemente abriría un déficit en otro lado.

“Los déficits bilaterales seguirán apareciendo por todos lados”, afirmó. “Trump va a tapar una fuga para abrir otra”.

Además, si los legisladores republicanos en Estados Unidos aprueban su plan de recortes fiscales, el déficit presupuestario se hará aún mayor, con lo que empeoraría el desequilibrio entre ahorros e inversiones.

El problema que enfrenta el resto del mundo es que, probablemente, cualquiera de estas situaciones va a aumentar indistintamente la frustración hacia una administración estadounidense que parece creer que las balanzas comerciales se negocian como transacciones de bienes raíces. Todas encaminan a Estados Unidos a un conflicto con el régimen legal que administra la OMC.

No está claro si Trump tiene la autoridad legal para sacar a Estados Unidos de un régimen comercial que regula la OMC o siquiera del TLCAN. Rufus Yerxa, un exdiplomático comercial estadounidense de alto rango que participó en el equipo que participó en las discusiones del TLCAN y de la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Multilaterales, la cual llevó a la creación de la OMC en 1995, argumenta que, sin importar la legalidad, es poco factible que Trump pudiera sacar a Estados Unidos de la organización comercial.

Yerxa señaló que las pérdidas serían demasiado elevadas. Los países discriminarían contra los productos y servicios estadounidenses. “Todo el mundo podría hacer lo que quisiera con nosotros”, afirmó Yerxa. Estarían bajo amenaza las extensas cadenas de suministro que las empresas estadounidenses han tendido por todo el mundo desde que surgió la organización comercial.

Chad P. Bown, un economista del Instituto Peterson de Economía Internacional, coincidió con lo anterior. “Dañaría las actividades comerciales mucho más que en la década de los ochenta”, afirmó. “Mucho del comercio en ese entonces involucraba productos finales. Actualmente una buena parte recae en los bienes intermedios”.

Fue sencillo intimidar a Japón en la década de los ochenta: su seguridad dependía de Estados Unidos. Es poco probable que Washington pudiera tener el mismo éxito con China en estos días.

Aunque la OMC sufriría un golpe si se saliera Estados Unidos, podría sobrevivir. En la actualidad, Estados Unidos representa apenas cerca del 13 por ciento del comercio mundial, una cifra inferior al 25 por ciento que ostentaba durante la década de los ochenta.

Lo más difícil de comprender para los diplomáticos y los expertos en políticas comerciales es la manera en que el gobierno de Trump concibe el desenlace de abatir un sistema legal cuando Estados Unidos invirtió tanto tiempo y esfuerzo en su construcción. Aun si se impone Trump, Estados Unidos se arriesga a perder.

Se viene a la mente la política del azúcar estadounidense. A comienzos de la década de los ochenta, con la esperanza de poner un piso a los precios de Estados Unidos, el gobierno estableció un sistema de cuotas para limitar las importaciones de azúcar. Como lo expone Irwin, la medida demostró ser más compleja de lo que habían esperado los expertos en Washington.

Las cuotas de las importaciones estadounidenses se volvieron cada vez más pequeñas en respuesta a los precios en picada a nivel mundial. En un momento el azúcar de Estados Unidos era tan caro que las empresas empezaron a importar productos azucarados como mezclas preparadas para pasteles, té helado y cacao a granel para extraer y vender el azúcar dentro del país. Coca-Cola y Pepsi cambiaron de usar azúcar a utilizar jarabe de maíz, con lo cual recortaron la demanda nacional y obligaron al Departamento de Agricultura estadounidense a reducir más las cuotas de importación. Y los fabricantes de caramelos se fueron al extranjero, donde el azúcar era más barata.

En el Caribe y Centroamérica, las cuotas del azúcar hicieron que muchos agricultores dejaran de producir y comenzaran en vez a cultivar narcóticos ilegales que se contrabandearon a Estados Unidos. Como si fuera poco, en agosto de 1986, Estados Unidos vendió a China 136,000 toneladas de azúcar que había acumulado para poder fortalecer el precio. Esa azúcar la compró a 18 centavos por libra (0.45 kilogramos, aproximadamente) y la vendió a 5 centavos. En unos días, cayeron en picada los precios mundiales del azúcar.

Robert Lighthizer ha estado involucrado en la diplomacia comercial internacional por suficiente tiempo como para recordar este tipo de estrategias comerciales unilaterales. Parece que no aprendió las lecciones que la historia nos ha enseñado desde entonces.



yoselin