Espectáculos

Una boda que impulsa a la monarquía británica a la modernidad 

2017-11-28

Por otro lado, el compromiso es notable en parte como una distracción frívola...

Sarah Lyall, The NewYork Times

Érase una vez, en 1936, un monarca británico llamado Eduardo VIII al que se le prohibió casarse con su novia estadounidense divorciada y al mismo tiempo ser rey, así que renunció al trono, se fue a vivir con ella a Francia y vivieron no tan felices para siempre.

Casi veinte años después, forzada a tomar una decisión igual de desagradable, la sobrina de Eduardo, Margarita, escogió quedarse con su título nobiliario y deshacerse de su (también divorciado) novio. Terminó divorciándose del hombre con el que sí se casó.

Pero eso sucedió en otro siglo, otro mundo y hace varios divorcios.

Al evaluar la noticia de que el príncipe Enrique, el desenvuelto hijo menor de Carlos, futuro monarca británico, se ha comprometido con Meghan Markle —una actriz y activista estadounidense que, como casi todos en este cuento, excepto Enrique, es divorciada—, vale la pena señalar lo drásticamente que han cambiado el Reino Unido y la familia real en los años transcurridos.

También hay que señalar que el compromiso, anunciado frente al palacio de Kensington con la tradicional fanfarria y todos sus pormenores —la develación de un anillo de compromiso con un diamante enorme y una explosión de detalles sobre quién le dijo qué a quién y cuándo o cómo supieron que eran el uno para el otro—, es al mismo tiempo algo trascendente y algo que no lo es en absoluto.

No es para tanto porque Enrique, de 33 años, un antiguo militar con un sentido del humor bastante mundano que brinda un elemento de provocación y atractivo sexual a una familia a la que le vendría bien otro poco de ello, es el quinto en la línea de sucesión. La única manera en que podría convertirse en rey sería una situación como la de la novela And Then There Were None: que descartara a su abuela, la Reina Isabel; su padre, el príncipe Carlos; su hermano, el príncipe Guillermo; y los hijos pequeños de este último, Jorge y Carlota.

Por otro lado, el compromiso es notable en parte como una distracción frívola bienvenida en estos tiempos de interminables malas noticias sobre la economía, el brexit y el lugar que el Reino Unido ocupa en el mundo. Más que eso, es un ejemplo de apertura e inclusión en un país sumamente dividido por asuntos como la raza y la inmigración.

Con el anuncio, al parecer, Enrique y Markle —de padre blanco y madre negra—, han echado por la borda generaciones de una silenciosa tradición represora y han presentado un nuevo modelo real a un país que tendrá que ajustarse a él, lo quiera o no.

“La familia real y los estándares que normalmente tiene: los quieren blancos y no divorciados”, dijo Asha Duncan, de 31 años, que trabaja en publicidad para moda y caminaba por Kensington el lunes. “Tal vez ella hará que vayan más acorde a los tiempos”, dijo sobre Markle, “demostrando que vivimos en una sociedad multicultural”.

Aunque no todos lo vieron así.

El príncipe Enrique y Meghan Markle en el palacio de Kensington después de anunciar su compromiso, el 27 de noviembre Toby Melville/Reuters

La cobertura de la relación de la pareja, desde antes del anuncio del compromiso, ya había llevado a Enrique a emitir una declaración de indignación sumamente inusual en defensa de Markle.

Por ejemplo, un artículo del Daily Mail señalaba que ella era “salida de Compton”, una zona de Los Ángeles históricamente relacionada con la población negra e inmigrante y que ha registrado altos índices de violencia. En la declaración, un vocero del príncipe denunciaba, entre otras cosas, “la mancha en la primera plana de un periódico nacional, el trasfondo racista de los comentarios y el descarado sexismo y racismo de los provocadores en las redes sociales y los comentarios de artículos en internet”.

Y allí fue de nuevo el Daily Mail el lunes, al señalar de manera explícita que la mayoría de las novias anteriores de Harry habían sido rubias y al hablar sobre la familia de Markle en Estados Unidos como si fueran un montón de pueblerinos excéntricos.

Por su parte, la columnista conservadora Melanie McDonagh se quejó en The Spectator de las opiniones políticas izquierdistas de Markle y lo “inadecuada” que es, como divorciada, para casarse por la Iglesia anglicana. “Obviamente, hace 70 años, Meghan Markle habría sido el tipo de mujer que el príncipe habría tenido como amante, no esposa”, escribió.


 



regina

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