Religión

Riqueza en las pequeñas cosas de cada día: Papa Francisco

2017-12-04

En el Evangelio (cf. Mc 13,33-37) Jesús nos exhorta a hacer atención y a velar, para...

 

(ZENIT – 3 dic. 2017).-  Durante el tiempo de Adviento, el Papa Francisco ha exhortado a “estar siempre vigilantes y esperar al Señor”: “Se trata, ha explicado en el Ángelus del 3 de Diciembre de 2017, de tener una mirada de comprensión para reconocer también las miserias y las pobrezas de los individuos y la sociedad, como la riqueza oculta en las pequeñas cosas de cada día, exactamente ahí donde el Señor nos ha puesto”

Presidiendo la oración mariana en la Plaza San Pedro, ante 15,000 personas, el primer domingo del tiempo de Adviento, el papa ha invitado a no dejarse “llevar por la distracción o por la superficialidad” sino a volverse hacia los demás, a “combatir la indiferencia y la crueldad”.

Ha animado también a rechazar las  tentaciones “de infidelidad a la llamada del Señor: él nos indica el buen camino, el camino de la fe y del amor, pero nosotros buscamos nuestra felicidad fuera”.

Palabras del Papa antes del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy comenzamos el camino del Adviento, que culminará en Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el  retorno de Cristo. Volverá a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando hagamos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana: pero él vienen a nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá nuevamente al final de los tiempos para “juzgar a los vivos y a los muertos”. Por eso debemos estar siempre vigilantes y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos introduce en este sugestivo tema de vigilancia y espera.

En el Evangelio (cf. Mc 13,33-37) Jesús nos exhorta a hacer atención y a velar, para estar preparados para acogerlo en el momento de su regreso. Él nos dice: “Ten cuidado, permanece despierto: porque no sabes cuándo será el momento […]; si llega de improviso no os encuentre dormidos” (vv.33-3).

La persona que presta atención es aquella que, en medio del ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de manera plena y consciente, con una preocupación dirigida sobre todo a los demás. Con esta actitud, nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo y también podemos comprender las capacidades y cualidades humanas y espirituales. La persona atenta se dirige enseguida al mundo, tratando de combatir la indiferencia y la crueldad presentes en él, y regocijándose en los tesoros de la belleza que existen y deben ser protegidos.

Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer también las miserias y las pobrezas de los individuos y la sociedad, lo mismo que la riqueza oculta en las pequeñas cosas de cada día, exactamente donde el Señor nos ha puesto.

La persona vigilante es la que acoge la invitación a vigilar, es decir, no dejarse abrumar por el sueño del desaliento, la falta de esperanza, la decepción; y al mismo tiempo rebrote la solicitud de las muchas vanidades con las que el mundo se desborda y detrás de las cuales, a veces, se sacrifica el tiempo y la serenidad personal y familiar. Esta es la dolorosa experiencia del pueblo de Israel según lo relatado por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar a su pueblo lejos de sus caminos (63,17), pero era un efecto de la infidelidad del mismo pueblo (ver 64,4b). Nosotros también, a menudo, nos encontramos en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: nos señala el camino correcto, el camino de la fe y el amor, pero buscamos nuestra felicidad en otra parte.

Estar atentos y vigilantes son las presuposiciones para no continuar “vagando lejos de los caminos del Señor”, perdidos en nuestros pecados y en nuestras infidelidades. Estar atentos y vigilantes son las condiciones para permitir que Dios irrumpa en nuestra existencia, para darle significado y valor por su presencia llena de bondad y ternura. Que la Santísima Virgen, modelo en la espera de Dios y el ícono de la vigilancia, nos conduzca al encuentro de su hijo Jesús, reviviendo nuestro amor por él.



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