Internacional - Política

Libia, a dos pasos de la paz y uno de la guerra pese al esfuerzo de la ONU 

2017-12-12

El diplomático libanés logró reunir en Túnez a representes de las dos...

Mohamad Abdel Malek

Trípoli, 12 dic (EFE).- Seis años después del derrocamiento de Muamar al Gadafi, la violencia y la división política se han agudizado en Libia, país que vive a dos pasos de la paz y a solo uno de la guerra, pese al esfuerzo de la ONU .

Un conflicto por el control de las cenizas del depuesto régimen de Muamar al Gadafi que este año volvió a costar la vida a decenas de personas, en su mayoría civiles que viven atrapados en un país sin servicios convertido en un gran "mercado negro" en el que muchos grupos se enriquecen.

El último intento para tratar de reconstruir el estado y acabar con la espiral de violencia que ensangrenta el país lo puso en marcha a finales de septiembre el nuevo enviado especial de la ONU para Libia, Gassam Saleme.

El diplomático libanés logró reunir en Túnez a representes de las dos principales autoridades libias y arrancarles un compromiso para enmendar el llamado Acuerdo Nacional -forzado en diciembre de 2015 por el entonces representante de la ONU Bernardino León-, convertido en la principal causa del actual conflicto político.

El objetivo final es formar una entidad transitoria que convoque unas elecciones legislativas el próximo verano que permitan elegir un Parlamento nuevo y designar un gobierno de unidad antes de votar un presidente.

Sin embargo, las negociaciones han vuelto a encallar, varadas en el mismo escollo que vició el acuerdo de Skhiraj (Marruecos) en 2015 y que está relacionado con el control y desarme de las diferentes milicias y la dirección del futuro Ejército.

Al puesto aspira el mariscal Jalifa Hafter, un ex miembro de la cúpula gadafista reclutado por la CIA en la década de los pasados ochenta y que regresó a Libia al estallar la revuelta desde su exilio en Virginia.

Hafter cabildeó entre los rebeldes hasta lograr ser nombrado en 2014 jefe de llamado Ejército Nacional libio (LNA), bajo el mando del Parlamento en Tobruk, único órgano con legitimidad democrática en el país.

Hafter, convertido hoy en el hombre fuerte de Libia -controla la mayor parte del territorio y los principales recursos petroleros-, se niega a abandonar la dirección de las Fuerzas Armadas como exigen tanto el Gobierno impulsado por la ONU en Trípoli en 2016 como la ciudad-estado de Misrata, principal puerto comercial.

En este contexto de guerra, el mariscal logró en 2017 aumentar a sangre y fuego el dominio sobre Bengazi, segunda ciudad del país y capital del alzamiento contra Gadafi, que estaba en manos de grupos salafistas y células yihadistas.

Y amplió sus alianzas y su presencia militar tanto en la región estratégica de Fezzan (sur) -que controla la frontera meridional- y la franja costera del oeste, todavía en manos de milicias afines al gobierno en Trípoli que se lucran del contrabando de personas y de combustible.

Algunas de estos grupos armados llegaron el pasado verano a un acuerdo económico y secreto con el gobierno italiano para impedir la salida de embarcaciones precarias que ha permitido que la inmigración desde ese país a Italia se haya reducido un 21 por ciento en el último trimestre.

El pacto ha dejado, no obstante, más desprotegidos todavía a los miles de inmigrantes que están atrapados en el país, que según organizaciones como Amnistía Internacional sufren abusos y torturas de la que los gobiernos europeos son cómplices al saber que existen y aún así apoyar y financiar a la autoridades libias.

La división y la aparente falta de voluntad de los diversos grupos en llegar a una solución política que frenaría el lucrativo mercado negro ha permitido, igualmente, el resurgimiento en los últimos meses de los movimientos yihadistas, en particular aquellos vinculados con el "Estado Islámico".

Según un informe de los servicios de Inteligencia árabes y europeos, se ha detectado un flujo de combatientes que se han trasladado a Libia desde Siria e Irak tras la caída de Mosul y Raqqa, antaño capital del EI.

La mayor parte de ellos son libios y tunecinos que regresan a sus hogares, acompañados por argelinos y nacionales de otros países del Sahel, una de las zonas del mundo donde el movimiento yihadista está más arraigado.

Apenas un año después de haber sido expulsados de la ciudad libia de Sirte, el bastión más a occidente del EI, miembros afines a esta organización ha tomado posiciones en pequeñas poblaciones del centro de Libia, en las márgenes del desierto, y asumido el control de importantes carreteras.

También han logrado introducirse en barrios de la capital y tomar nuevas posiciones tanto en Bengasi como en la ciudad de Derna, próxima a la frontera con la ONU, que han añadido obstáculos al plan que Saleme y la ONU pretenden implantar en 2018. 



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