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La banalización del gesto que desató las "primaveras árabes"

2017-12-17

"El suicidio en Túnez se convirtió en un emblema con el gesto de Mohamed...

Natalia Román Morte

Túnez, 17 dic (EFE).- Siete años después de que el vendedor ambulante tunecino Mohamad Bouazizi se quemara a lo bonzo, aquel gesto simbólico que sirvió para desatar las ahora asfixiadas "primaveras árabes" se ha convertido en una macabra rutina que ni siquiera acapara titulares.

Así lo argumenta Donia Remili, psicóloga y autora del "Suicidio por inmolación de fuego", un estudio que analiza como un acto emblemático, que prendió una oleada de protestas sin parangón y conmovió al planeta, ha quedado reducido a "algo banal".

"El suicidio en Túnez se convirtió en un emblema con el gesto de Mohamed Bouazizi, acto seguido en una leyenda que llevó a su imitación incluso más allá de las fronteras para terminar siendo una epidemia nacional», explica a Efe la autora.

El joven vendedor ambulante, de 26 años, se prendió fuego a sí mismo el 17 de diciembre de 2010 después que una agente de Policía abusara de su autoridad y la confiscara las frutas y verduras que pretendía vender.

Originario de la localidad rural de Sidi Bouzid, y licenciado en informática en paro, ese día decidió inmolarse en un acto desesperado frente al ayuntamiento para intentar recuperar la única fuente de ingresos de su familia.

Un acto que le erigió en símbolo nacional entre los tunecinos que como él sufrían la pobreza y el paro, y que empujó a miles de personas a salir a las calles para reclamar derechos, trabajo y justicia.

Así comenzó la llamada "Revolución del Jazmín" que en menos de un mes terminó con los 23 años de dictadura de Zinedin El Abidine Ben Alí.

Considerado un héroe y, al mismo tiempo, un mártir, este episodio marcó un antes y un después en lo que Remili califica la "banalización del suicidio".

Según estadísticas el Foro Tunecino de Derechos Económicos y Sociales (FTDES): 153 suicidios e intentos de suicidio en 2014, 498 en 2015 y 792 en 2016, la mayoría de los cuales ya no tienen ni repercusión mediática.

Cuando Remili lanzó en su investigación en 2011, la primera dificultad que encontró fue la falta de cifras.

Si bien algunos medios habían tratado antes el tema de manera anecdótica, el suicidio era tanto un tabú social como sobre todo una prohibición tanto en el código civil como en la religión, que lo condenaban.

El caso Bouazizi cambió su percepción, señala la investigadora, tanto que "incluso los líderes religiosos lo calificaban de víctima del sistema autoritario y represivo".

"La prohibición se convirtió en una licencia" y de esta manera el suicidio comenzó a utilizarse como herramienta "para defenderse, para ofrecerse en sacrificio por una causa que es la dignidad, la búsqueda del empleo y la libertad, denunciar la injusticia y la pobreza".

El perfil del suicida y el análisis geográfico demuestran, además, un patrón que no ha cambiado desde que Bouzizi mutara el curso de la historia.

Las víctima corresponde a un hombre en la treintena con un nivel de estudios bajo -o en algunos casos analfabeto-, un estatus socioeconómico muy precario, procedente normalmente de regiones rurales con demandas básicas como la educación o el acceso a la electricidad.

Y pese a que "la desigualdad de oportunidades causa un sentimiento de vergüenza y de culpabilidad entre sus habitantes", la cifras actuales muestran como la elección del lugar tampoco es ya algo fortuito.

El 87 por ciento escogen lugares públicos como ayuntamientos, comisarías de policía u otros edificios oficiales para llamar la atención del gobierno y lanzar un mensaje "no hacéis nada por nosotros".

Pero también para realizar "un acto teatral que llama la atención de la sociedad a la que toma como testigo de su sufrimiento", aunque ya apenas reaccione.

Al crecimiento de este fenómeno hay que sumar el papel de los medios de comunicación, que con Bouzizi hicieron del acto casi "una moda".

Es el "efecto Werther", o suicidio por imitación. Un suicidio mediático puede causar "un efecto de contagio entre aquellos individuos vulnerables que se sienten identificados y que deciden imitar su gesto", explica la psicóloga que también critica a la clase política, a la que acusa de no saber manejar la situación.

Días atrás una mujer amenazó con inmolarse para reclamar una ayuda social para su marido enfermo, recuerda.

"El responsable gubernamental trató de calmar la situación aceptando sus demandas. Ahora toda la localidad reivindica esos mismos derechos alegando que esta mujer no es la única que sufre", señala.

Aún así, admite que en los últimos años se han producido grandes avances en la prevención del suicidio, como la creación en 2014 del Observatorio Social Tunecino y el lanzamiento un año después de la Comisión para la Lucha contra el Suicidio.

"Hay que implicar a todo el mundo, algo que todavía no se ve en el terreno", concluye Remili.



JMRS

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