Valores Morales

Cristo exige la fe como condición previa de la unión con él

2018-04-30

Tanto agrada a Jesús la fe, que ella acaba por obtener de El lo que no entraba en sus...

Por: Dom Columba Marmion 

Consideremos lo que ocurría cuando Jesucristo vivía en Judea.- Veremos, al recorrer el relato de su vida en los Evangelios, que es la fe lo que ante todas las cosas reclama de cuantos a El se dirigen.

Leemos que cierto día dos ciegos le seguían gritando: «Hijo de David, ten piedad de nosotros». Jesús deja que se le acerquen, y les dice: «¿Creéis que puedo curaros?» A lo que responden: « Sí, Señor». Entonces tócales los ojos y les devuelve la vista, diciendo: «Hágase conforme a vuestra fe» (Mt 9, 27-30). Del mismo modo, luego de su Transfiguración, encuentra, al pie de la montaña del Tabor, a un padre que le suplica que cure a su hijo poseído del demonio. Y, ¿qué le dice Jesús? «Si puedes creer, todo es posible al que cree». No hizo falta más para que el desventurado padre exclamara: «Creo, Señor pero ayudad la flaqueza de mi fe» (ib. 17, 14-19; Mc 9, 16-26; Lc 9, 38-43). Y Jesús liberta al niño. Al pedirle el jefe de la sinagoga que resucite a su hija, no es otra la respuesta que éste recibe de Jesucristo: «Cree tan sólo y será salvada» (Lc 8,50).- Muy a menudo resuena esta palabra en sus labios; frecuentemente le oímos decir: «Id, vuestra fe os ha salvado, vuestra fe os ha curado». Se lo dice al paralítico, se lo dice a la mujer enferma doce años hacía y que acababa de ser curada por haber tocado con fe su manto (Mc 5, 25-34).

Como condición indispensable de sus milagros requiere la fe en El aun tratándose de aquellos a quienes más ama. Reparad en que cuando Marta, hermana de Lázaro, su amigo, a quien pronto resucitará, le da a entender que hubiera muy bien podido impedir la muerte de su hermano, Jesucristo le dice que resucitará Lázaro, pero quiere, antes de obrar el prodigio, que Marta haga un acto de fe en su persona: «Yo soy la Resurrección y la Vida. ¿Lo crees así?» (Jn 11, 25-26; +40 y 42).

Limita deliberadamente los efectos de su poder allí donde no encuentra fe; el Evangelio nos dice expresamente que en Nazaret «no hizo muchos milagros por razón de la incredulidad de sus moradores» (Mt 13,58). Diríase que la falta de fe paraliza, si así puedo expresarme, la acción de Cristo.

En cambio, allí donde la encuentra, nada sabe rehusar, y se complace en hacer públicamente su elogio con verdadero calor. Cierto día que Jesús estaba en Cafarnaúm, un pagano, un oficial que mandaba una compañía de cien hombres se le aproxima y le pide la curación de uno de sus servidores enfermo. Dícele Jesús: «Iré y le curaré». Pero el centurión le responde al punto: «Señor, no os toméis semejante molestia, que no soy digno de que entréis en mi tienda; decid simplemente una palabra y curará mi servidor; yo mismo tengo soldados a mis órdenes; y digo a éste: vete, y va; a aquel otro: vente, y viene; a mi criado: haz esto, y lo hace. Así, también bastará que digáis Vos una palabra, que conjuréis a la enfermedad para que desaparezca, y desaparecerá». ¡Qué fe la de este pagano! Por eso Jesucristo, aun antes de pronunciar la palabra libertadora, manifiesta el gozo que semejante fe le causa: «En verdad, que ni siquiera entre los hijos de Israel he podido encontrar una fe semejante. Debido a ello, vendrán los gentiles a tomar asiento en el festín de la vida eterna, en el reino de los Cielos, mientras que los hijos de Israel, llamados los primeros al banquete, serán arrojados a causa de su incredulidad». Y dirigiéndose al centurión: «Vete, le dice, y suceda confofme has creído» (ib. 8, 1-13; Lc 7, 1-10).

Tanto agrada a Jesús la fe, que ella acaba por obtener de El lo que no entraba en sus intenciones conceder.- Tenemos de ello un ejemplo admirable en la curación pedida por una mujer cananea. Nuestro Señor había llegado a las fronteras de Tiro y Sidón, región pagana. Habiéndole salido al encuentro una mujer de aquellos contornos, comenzó a exclamar en alta voz: «Tened piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija es cruelmente atormentada por el demonio». Jesús, al principio, no le hace caso, y en vista de ello, sus discípulos ínstanle, diciendo: «Despachadla pronto, después de otorgarle lo que pide pues no deja de importunarnos con sus gritos». «Mi misión, les responde Cristo, es la de predicar solamente a los judíos». -A sus Apóstoles reservaba la evangelización de los paganos.- Pero he aquí que la buena mujer se postra a sus pies. «Señor, vuelve a decirle, socórreme». Y Jesús vuelve igualmente a replicar lo mismo que a los Apóstoles, bien que empleando una locución proverbial, en uso por aquel entonces, para distinguir a los judíos de los paganos.

No es lícito tomar el pan de los hijos para darlo a los perros». Al oír esto, exclama ella, animada por su fe:·«Cierto, Seiñor; pero los cachorritos comen al menos las migajas que caen de la mesa de sus amos». Jesús, conmovido ante semejante fe, no puede menos de alabarla y concederle al punto lo que solicita: «¡Oh mujer, tu fe es grande; hágase según tus deseos!» Y a la misma hora fue curada su hija (Mt 15, 22-28).

Trátase en la mayor parte de estos ejemplos, sin duda ninguna, de curaciones corporales; pero del mismo modo, y debido también a la fe, perdona Nuestro Señor los pecados y concede la vida eterna.- Considerad lo que dice a Magdalena, cuando la pecadora se arroja a sus pies y los riega con sus lágrimas: «Tus pecados han sido perdonados». La remisión de los pecados es, a no dudarlo, una gracia de orden puramente espiritual. Ahora bien, ¿por qué razón Jesucristo devuelve a Magdalena la vida de la gracia? -Por su fe. Jesucristo dicele exactamente las mismas palabras que a los que curaba de sus enfermedades corporales: «Vete; tu fe te ha salvado» (Lc 7,50).- Vengamos por fin, al Calvario. ¡Qué magnífica recompensa promete al Buen Ladrón, atendiendo a su fe! Probablemente era un bandido este ladrón; pero en la cruz, y cuando todos los enemigos de Cristo le agobian con sus sarcasmos y mofas: «Si realmente es, como lo dijo, el Hijo de Dios descienda de la cruz, y creeremos en El», el ladrón confiesa la divinidad de Cristo, al que ve abandonado de sus discípulos, y muriendo en un madero, puesto que habla a Jesus de «su reino», precisamente en el momento en que va a morir, y le pide un asiento en ese reino. ¡Qué fe en el poder de Cristo agonizante! ¡Cómo le llega a Jesucristo al corazón! «En verdad, tú estarás hoy conmigo en el Paraíso». Le perdona sólo por esta fe todos sus pecados, y le promete un lugar en su reino eterno. La fe era la primera virtud que Nuestro Señor exigía de los que se le acercaban, y la primera que ahora reclama de nosotros.

Cuando antes de su Ascensión a los Cielos envía a los Apóstoles a continuar su misión por el mundo, lo que exige es la fe; y podemos decir que en ella cifra la realización de la vida cristiana: «Id, enseñad a todas las naciones... el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, será condenado». ¿Quiere esto decir que basta sólo la fe? -No; los Sacramentos y la observancia de los Mandamientos son igualmente necesarios, pero un hombre que no cree en Jesucristo, nada tiene que ver con sus Mandamientos ni con los Sacramentos. Por otra parte, si nos acercamos a sus Sacramentos, si observamos sus preceptos, es debido a que creemos en Jesucristo; por consiguiente, la fe es la base de nuestra vida sobrenatural.

La gloria de Dios exige de nosotros que durante el tiempo de nuestra vida terrenal le sirvamos en la fe. Ese es el homenaje que espera de nosotros y que constituye toda nuestra prueba, antes de llegar a la meta final. Llegará un día en que habremos de ver a Dios cara a cara; su gloria entonces consistirá en comunicarse plenamente en todo su esplendor y en toda la claridad de su eterna bienaventuranza; pero mientras estemos aquí abajo, entra en el plan divino que Dios sea para nosotros un Dios oculto; aquí abajo, quiere Dios ser conocido, adorado y servido en la fe; cuanto más extensa, viva y práctica sea ésta, tanto más agradables nos haremos a las divinas miradas.



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