Nacional - Política

Los orígenes de Ricardo Anaya

2018-05-14

Anaya, un enjuto hombre blanco de clase media hijo de una arquitecta y un ingeniero químico...

Luis Pablo Beauregard | El País

 

Calificar de meteórica la trayectoria política de Ricardo Anaya (Naucalpan, Estado de México, 1979) sería quedarse corto. El expresidente del PAN y candidato de Por México al Frente, de 39 años, persigue a las carreras al líder de los sondeos, Andrés Manuel López Obrador rumbo a los comicios del 1 de julio. Todavía lejos de su adversario del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Anaya mantiene su mirada fija en la presidencia anclado en los rasgos que han marcado su breve carrera: una ambición profunda y un intenso tesón. Este carácter catapultó a un discreto pero astuto político de provincias con estudios de maestría en Derecho Fiscal y un doctorado en Ciencia Política a los principales reflectores de la política nacional.

Hace algunos días, Anaya contó una historia a sus simpatizantes en San Juan del Río, un municipio de Querétaro, el Estado al centro de México donde creció e inició su carrera política. El candidato relató en un mitin la fábula de un joven viajero que cargaba una pesada mochila. En un pueblo recomendaron al forastero visitar a un viejo sabio. Al llegar a su casa el joven se sorprendió al ver que este vivía sin muebles. Solo tenía una cama y libros. El viejo le explicó que esa forma de vida era porque él, como el viajero, también estaba de paso. “Todo lo que traemos puesto es prestado”, dijo el sabio. Lo importante es el conocimiento y, según Anaya, “la satisfacción de siempre poder ayudar a alguien”.

La anécdota motivacional no es nueva. Anaya la escuchó por primera vez hace 18 años, cuando realizó su primera campaña para convertirse en diputado local. El candidato tenía entonces 21 años. Aún no finalizaba la licenciatura en Derecho, pero se sintió capaz de ir a buscar un escaño a Pinal de Amoles, un remoto distrito serrano en el que no vivía y que se encontraba a 150 kilómetros de su casa. “Dame una oportunidad”, pidió Anaya al presidente local del PAN, Simón Guerrero y a Francisco Garrido, quien se convirtió en el padre político del hoy candidato presidencial.

Así es como Anaya, un enjuto hombre blanco de clase media hijo de una arquitecta y un ingeniero químico y empresario de zapaterías, llegó a una zona de alta marginación. “¿Y este de dónde es?”, preguntaban los habitantes a Jacob Morado, un panista local. “Yo decía que era mi sobrino y él me comenzó a decir ‘tío’”, cuenta el operador, un hombre cuya tez blanca permitió fingir el parentesco. Morado recuerda que Anaya repasaba los libros de sus clases de Derecho bajo la sombra de un árbol mientras llegaban los simpatizantes a sus mítines.

Solo un joven inexperto y quizá entonces algo iluso podía encarar con optimismo una misión destinada al fracaso. Pinal de Amoles, una bucólica localidad de la Sierra Gorda, era un bastión del PRI. En 1997 el PAN obtuvo solo 725 votos. “Ricardo pensaba que podía ganar”, cuenta Antonio Rangel, su actual operador político y una de las amistades más antiguas de un político que ha sido reiteradamente acusado de traicionar a sus cercanos. En las elecciones del 2 de julio de 2000, Ricardo Anaya perdió la diputación con 2.303 votos, un 25% de los sufragios. El PRI triunfó con 3.582. Aquella es la única elección a la que Anaya ha concurrido de forma directa. Su posterior carrera legislativa se formó a través de la vía plurinominal, que permite a los diputados llegar al Congreso por el voto indirecto. “Es algo del temperamento de Ricardo. A mí nunca se me habría ocurrido ir por la vía plurinominal”, cuenta Garrido, quien se convirtió en gobernador de Querétaro en 2003 y quien califica aquella aventura de Anaya como una “campaña testimonial”.

Los cuadros políticos de Pinal de Amoles recuerdan el poder de oratoria de Anaya. “Hacía hincapié en lo religioso y en la doctrina social cristiana”, dice Morado. El joven Anaya citaba la labor de Teresa de Calcuta y sembraba sus discursos con el “hágase tu voluntad” de Tomás de Aquino para apelar a un electorado conservador que hoy en día cuelga mantas en el pueblo para pedir a las mujeres no ponerse el DIU por ser abortivo.

La capacidad argumentativa de Anaya ha dejado huella en la actual campaña. Su elocuencia lo hizo triunfador en el primer debate presidencial, el 22 de abril. El hoy candidato comenzó a interesarse en la oratoria en el instituto San Javier, una preparatoria marista a la que llegó después de ser expulsado del Álamos, un colegio del Opus Dei. Anaya conoció allí a su grupo de amigos, autodenominado El Circo. Sus compañeros lo apodaron pronto El Cerillo (fósforo) por su corte a máquina y el color del pelo. En el San Javier aprendió a debatir del mejor tribuno, Toño Rangel. “Me llamaba por las noches para preguntarme por la entonación”, cuenta Rangel. Después de tres años de coaching, el alumno superó al maestro. Anaya quitó a Rangel el primer puesto del concurso de oratoria en el último año de la preparatoria.

Ese tesón, hay quienes lo llaman testarudez, fue determinante para que Anaya iniciara su camino político. Su carrera comenzó en 1997 cuando Francisco Garrido visitó su preparatoria para pedir el voto de los jóvenes y convertirse en el primer alcalde del PAN en Querétaro. Garrido triunfó. A los pocos días de su victoria se encontró sentado afuera de su oficina a un niño que le era familiar. Lo había visto en el Club Campestre, donde vivía la clase acomodada de la ciudad. El niño, Anaya, se presentó durante cuatro días consecutivos para pedir trabajo al alcalde electo. Un poco harto del pedigüeño y convencido por su entonces esposa, Garrido le ofreció el Instituto Municipal de la Juventud. Como única condición le exigió que no dejara los estudios universitarios. “Para mi sorpresa sacó puro 10”, cuenta Garrido en su oficina.

Anaya aprendió en su primer cargo a hacer políticas públicas. Viajó a Jalisco y a Ciudad de México para copiar modelos. Organizó conciertos con grupos de rock y ska como La Matatena y Panteón Rococó en las zonas populares de la ciudad. También combatió la propagación del grafiti imponiendo multas de 6,000 pesos (300 dólares al cambio de hoy). El cargo le permitió investigar lo suficiente para dedicar al tema su tesis de licenciatura. “Chacal es una de las palabras más típicas del vocabulario de los taggers del centro del país, y aunque no es del todo original, fue retomada con desenfreno en el marco del movimiento que engloba a taggers, skaters y skaceros… Dicho vocablo es empleado con diversos significados y abarca casi todo lo que en el movimiento graffitero se considera negativo”, escribió Anaya en su tesis. Un conocido acercó el manuscrito de 228 páginas al escritor Carlos Monsiváis, quien terminó escribiendo el prólogo e incluyendo a Anaya en una “nueva generación de investigadores convencidos de la renovación perpetua de las ciudades”.

La estancia en el Ayuntamiento ayudó a Anaya, sobre todo, a conocer al equipo de colaboradores que aún hoy conforma su núcleo cercano: Edgar Mohar, Micaela Rubio, Sonia Rocha y Marcela Torres Peimbert, la exesposa de Garrido. “A Ricardo le quitaron los pañales para irse con Paco Garrido”, dice Agustín Alcocer, quien enseñó Teoría de las Obligaciones a Anaya en la universidad y quien lo recuerda como un atento alumno que pedía a sus compañeros apagar los teléfonos celulares en un gesto de deferencia al profesor.

Garrido halló valor en su pupilo. En 2003 lo hizo director de su campaña para el Gobierno de Querétaro. Garrido triunfó y convirtió a Anaya en su secretario particular. Su principal función era coordinar y preparar las juntas del Gabinete. También lo hizo administrador de un importante programa de ayuda comunitaria que tenía un millonario presupuesto con el que debía tejer una red clientelar en el Estado y asegurar la continuidad del PAN en el Gobierno. “Ricardo es muy bueno operando para que las cosas pasen”, cuenta el abogado y empresario. Anaya también hablaba del futuro con su mentor. “Su hoja de ruta era ser senador, gobernador de Querétaro y después quizá buscar la presidencia”, cuenta Garrido.

Anaya está casado desde 2005 con Carolina Martínez Franco. Ambos se conocen del Club Campestre de Querétaro y se hicieron novios desde jóvenes, cuando él tenía 18 años y ella 17. Martínez Franco es hija de Donino Martínez Diez, un importante empresario de origen español dueño de restaurantes, hoteles y negocios inmobiliarios en la capital de Querétaro. Esto permite a la familia Anaya Martínez tener una desahogada solvencia. En 2015 el presidente del PAN dijo en una entrevista que su esposa recibía unos 20,000 dólares mensuales por las empresas de su familia política. Los negocios de Donino, sin embargo, también sobrevuelan las polémicas del candidato. Entre ellas el supuesto lavado de dinero en la compraventa de una nave industrial. Anaya ha sido acusado de aprovecharse de su cargo en el Gobierno de Garrido, de 2003 a 2009. “Si hubiera tenido información privilegiada se la hubiera dado a mis hermanos, no al suegro de Ricardo”, bromea el exgobernador. “A mucha gente le ha ido muy bien con las bienes raíces en Querétaro, no solo a Donino”, asegura Garrido.

El prestigio de Anaya como operador recibió un duro golpe en las elecciones locales de 2009. Tras una desastrosa campaña, dirigida por él y lastrada por un mal candidato, el PAN perdió el poder después de 12 años. Él salvó el naufragio arropándose en una diputación local, asegurada nuevamente por la vía plurinominal, y haciéndose del control de un partido dividido y lastimado por la derrota.

Anaya no desaprovecha las oportunidades cuando se le presentan. Una puerta se le abrió en 2010 con el juego de la sucesión del PAN en Ciudad de México. Esa fue su irrupción en la política nacional. Se convirtió por tercera ocasión en coordinador de campaña. Ahora para Roberto Gil, un diputado cercano al presidente Felipe Calderón, quien quería convertirse en presidente del partido. El asalto fracasó y Calderón, en una operación para sanar heridas internas, compensó al equipo con puestos en el Gobierno. Gil se fue a Los Pinos para ser secretario particular y Anaya se convirtió en subsecretario de Turismo. En ese contexto se dio el desembarco de Anaya en la capital. Los hombres leales al mandatario Calderón veían a un aliado en el político queretano. El joven meteoro de la política mexicana aún tenía mucha de su ambición por mostrarles.



Jamileth