Tras Bambalinas

La era de los nuevos emperadores

2018-06-04

El presidente ruso, que lleva en el poder 18 años y al que aún restan al menos otros...

ALBERTO ROJAS | El Mundo

 

Para Vladimir Putin la mayor tragedia del siglo XX no es Auschwitz ni el Gulag ni las guerras mundiales. El desgarro histórico que más le duele es la caída del imperio soviético. Nació en una familia pobre, hijo de un oficial de la marina en San Petersburgo y una trabajadora fabril, un ambiente propicio para el culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica y al KGB. Entró en el servicio de espionaje por puro romanticismo con el nombre falso de Platov y sirvió en Dresde (RDA) hasta la caída del muro.

Ahí arranca su frustración juvenil, la descomposición soviética, y su meteórica carrera política. Una de sus frases más conocidas es: "El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón". Dicen que Vladimir Putin nunca miente, porque cuando miente lo hace con tanto descaro que es incapaz de engañar a nadie.

El presidente ruso, que lleva en el poder 18 años y al que aún restan al menos otros seis, será el líder más longevo en el cargo desde Stalin y el que más poder ha acumulado a su alrededor. Su ambición, como ya ha reconocido varias veces, es recuperar el espacio del viejo imperio ruso (y soviético) de su infancia que infundía pánico a sus vecinos. "¿Sabe usted por qué?", se preguntó a sí mismo en una entrevista. "En primer lugar porque 25 millones de rusos en una noche se vieron fuera de las fronteras de Rusia. Vivían en un país unido y de repente se vieron en el extranjero. Imagínese a cuántos problemas tuvieron que enfrentar". Una de las medidas militares que tomó hace años, aunque simbólica, fue restaurar las estrellas rojas soviéticas bajo las alas de sus aviones. Que sepan quién bombardea.

Con su política autocrática, sus poderes ilimitados y su desprecio por rendir cuentas a nadie, Vladimir Putin es el ejemplo de nuevo emperador (zar, en su versión rusa) de nuestro tiempo, aunque no el único. Recep Tayyip Erdogan, el líder de la nueva Turquía, juega a restaurar el viejo Imperio Otomano con el Corán en una mano y un puño de hierro en la otra. Lleva 11 años como primer ministro y cuatro como presidente, pero acumulando o más poder e influencia que el fundador de la patria, el militar Mustafa Kemal Atatürk.

Erdogan nació en Kasimpasa, un barrio donde el éxito social se mide en las opciones que tengas de escapar de él. Jugaba muy bien al fútbol pero su padre le escondió las botas y le obligó a estudiar. Entre sus autores favoritos destacó el poeta islamista Necip Fazil Kisakürek, que construyó su obra sobre la nostalgia del Imperio Otomano y el odio a los judíos que, según él, propiciaron su caída.

Maestros de la represión

Se afilió a la Unión Nacional de Estudiantes Turcos y luego al Partido del Bienestar, donde sus mentores ya esbozaban su estrategia de futuro: islamizar a la población poco a poco en aquellos lugares donde el islam no llegaba. Erdogan conoce bien la represión porque él mismo pasó 10 meses en la cárcel por recitar un poema. Por eso no tembló cuando sus fuerzas de seguridad detuvieron a más de 50,000 personas y purgaron a 100,000 turcos durante el fallido golpe de Estado atribuido al clérigo Fethullah Gülen. Hoy, la turcofonía se expande hasta China.

"Hay un cambio de paradigma", asegura Pedro Baños, coronel del ejército español en la reserva y experto en geopolítica. "Emergen este tipo de líderes con enorme apoyo popular que son capaces de tomar decisiones a largo plazo y poner en marcha una diplomacia agresiva sin tener que dar explicaciones a nadie", comenta.

Culto personal

En Asia, Xi Jinping se ha asegurado poderes de emperador. El culto a su persona crece de la mano de su autoritarismo. Tiene hasta su propia leyenda personal como hijo de uno de los guerrilleros que combatió junto a Mao y fue fundador de la nueva China. Su ascenso a los altares del Partido Comunista se vio refrendado con la inclusión de su pensamiento en la Constitución del país, lo que le sitúa al nivel del propio Mao, casi un dios. Con un amplio respaldo popular, este príncipe rojo ha puesto en macha la mayor campaña de represión sobre los opositores desde la matanza de Tiananmen en 1989 y una purga desde 2012 dentro del comunismo chino de la que Stalin estaría orgulloso.

"China es una civilización de 5,000 años de antigüedad y eso alimenta su nacionalismo. Xi Jinping está uniendo una política tecnócrata y comunista a la tradición imperial confuciana", dice Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal del Real Instituto Elcano. "Estos líderes autócratas están surgiendo en un momento de volatilidad. El orden internacional liberal comandado por Washington está muriendo. Si la tendencia sigue como ahora, China en 2040 tendrá una economía tres veces más grande que la de EU, lo que le va a dar fuerzas para modelar un nuevo orden mundial", comenta.

Estados Unidos, en retirada

Mientras Donald Trump se retira de varios escenarios (Cuba, Siria, Acuerdo del Clima de París, acuerdo económico Asia-Pacífico o el pacto nuclear con Irán) Putin y sobre todo Xi Jinping tienden a llenar ese vacío.

Pedro Baños cree que, "mientras las democracias occidentales toman medidas cortoplacistas, estos líderes son capaces de pensar a largo plazo. Por ejemplo, China puede mantener varias empresas estatales perdiendo dinero durante 10 años si estiman que después van a ganarlo o si sirve para acabar con la competencia externa. Ningún país capitalista aceptaría eso. Hay que hacerse a la idea. China está conquistando mercados como el africano o el sudamericano. Si EU da un paso atrás en Cuba o pone un muro con México, los chinos ocuparán ese espacio. China ya ha comprado la deuda de Venezuela y ha condonado la de Cuba".

Orbanistán

Si Erdogan eligió dejar el fútbol antes de fichar por el Fenerbahçe para hacerse político, Viktor Orban ha conseguido lo segundo sin renunciar a lo primero. El presidente de Hungría, amante de la arquitectura grandilocuente, hizo construir un megaestadio (el Pancho Arena) a siete metros de su casa en Felcsut, más conocida como Orbanistán, para que su hijo no tenga que caminar. Además financia al equipo y juega algunos partidos.

Este megalómano, que lleva ocho años en el poder con un amplio apoyo popular, ha prohibido al partido comunista, ha rechazado todas las cuotas de inmigrantes de la UE con argumentos xenófobos y coquetea con Putin para hacer acuerdos al margen de Bruselas y la OTAN. Su ambición no es tanto reeditar el Imperio Austrohúngaro sino crear un Estado católico, conservador, homogéneo y contrario al multiculturalismo y a las democracias liberales. No importa que su economía esté hundida.

En julio de 2014 Orban manifestó la intención de que Hungría abandonara la forma de democracia liberal mostrándose a favor de la construcción de un "Estado iliberal", con Rusia, China, Singapur y Turquía como ejemplos a seguir. Cuatro años después, si no lo ha conseguido, está muy cerca.

"Estos líderes apenas tienen críticas en su propia casa. Todas les llegan del exterior", dice Milosevich-Juaristi. "Juegan la carta del nacionalismo, el agravio histórico y el populismo, pero detrás hay un afán de perpetuarse eternamente en el poder". Como soporte para estos emperadores revisionistas, la investigadora cree que "no todos los ciudadanos de estos estados desean la democracia liberal. Pensar lo contrario es muy eurocentrista. En estos países, muchos sin tradición parlamentaria, quieren un líder fuerte y ellos juegan esa carta".



Jamileth
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