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Ante la derrota de Argentina contra Croacia

2018-06-21

A principios de este siglo un pensador resumió como nadie nuestra filosofía. Vive...

Martín Caparrós, Yhe New York Times

BARCELONA — Así somos: parece que así somos. En el mundo dicen —los que dicen algo sobre el tema— que lo que hacemos los argentinos es exactamente eso: sobrar, hacernos los vivos, simular que podemos lo que no podemos, creerlo incluso. Así somos: a los ocho minutos del segundo tiempo el arquero argentino, Wilfredo Caballero, recibe la pelota de un compañero y, en lugar de pararla o pasarla hacia un costado, intenta levantarla sobre la cabeza de un atacante croata y se la entrega. El croata, un tal Rebic, agradecido, lo fusila. Un partido tenso, difícil, en el que cualquier error podía ser fatal, se deshizo por esa obviedad: un argentino creyendo que puede lo que está claro que no puede.

A principios de este siglo un pensador resumió como nadie nuestra filosofía. Vive aún y se llama Eduardo Luis Duhalde. Entonces, por sus méritos tan inmensos como desconocidos, presidía la nación del Sur. Fue desde aquel sillón que lanzó su máxima inmortal, su síntesis perfecta: “La Argentina está condenada al éxito”, dijo, y sonrió tan satisfecho.

Y lo creímos, se diría, lo creemos. Parece que todos lo creemos pero, campo tras campo, cada sector se empeña en desmentirlo. Nos quedaba —entre pocos— el fútbol: en fútbol sí que somos buenos, los mejores, somos el país de Maradona y Messi, de Di Stéfano y Sívori, uno de los mayores exportadores de futbolistas, los hinchas más tremendos. Con esa idea fue a Rusia la selección argentina: aunque la realidad se empeñaba en desmentirla, aunque se clasificó por los pelos en el último partido, aunque jugaba mal a nada, igual se suponía que, cuando llegara el momento verdadero, el éxito, nuestra condena, llegaría.

Tanto que le entregaron la selección a un señor improbable. Jorge Sampaoli no formó el mismo equipo dos veces en los trece partidos que lleva dirigidos. Un señor que hace cuatro días paró cuatro defensores y ahora, para el partido más difícil, puso tres zagueros y dos laterales: es difícil jugar con esa formación, requiere semanas o meses de trabajo y él lo improvisó, igual que todo. Por eso, supongo, los defensores argentinos se asustaban, daban todas las ventajas, erraban como perros. Y Messi no era Messi y Agüero estaba missing y el único argumento argento era correr para adelante y ver si los otros, un Dios mediante, la pifiaban.

Messi merece un párrafo aparte, este párrafo: no hizo nada, y es duro, porque suele ser el que hace todo, de quien se espera todo. Durante el primer tiempo se quedó estacionado cerca del arco croata y casi no tocó la pelota. Los argentinos nos hemos quejado tantas veces de que en la selección tenía que bajar demasiado a buscarla y que eso lo neutralizaba. Quizás intentó solucionarlo; quizás era que estaba abatido, abatatado. En el segundo tiempo fue peor; lo cierto es que no pudo hacer nada y él era, por supuesto, la esperanza. También muy argentino: esperarlo todo del hombre fuerte, del caudillo.

No había plan, no había juego, no había nada. Pero el partido, a esta altura, importa poco. Era, queda dicho, tensión a tope sin parar, presión y golpes, miedo a perder, miedo a ganar, más miedo a tener miedo. El partido fue un disparate, pelotazos, arremetidas, impotencia en acto. Y un técnico, una vez más, que no sabía lo que hacía, y terminó de confirmarlo dando entrada, en el minuto 68, al pobre Dybala, que no había participado ni un minuto en los entrenamientos de los titulares.

El partido, ya queda dicho, importa poco: fue un papelón, una catástrofe menor, no mucho más que fútbol. Lo que importa es que ya no quedan más metáforas posibles para que los argentinos entiendan que así no podemos. Que no se puede improvisar todo el tiempo, repetir los errores todo el tiempo, simular todo el tiempo y creer que algo bueno puede salir de eso. Si la economía hundida no nos convence, si el Estado destruido no nos convence, si la desigualdad creciente no nos convence, si la violencia mayor no nos convence, ¿será que el fútbol puede convencernos? No es probable. De últimas, dirán ahora, es solo un juego. Y, además, con un poco de suerte, todavía podemos zafar. Al fin y al cabo, ya se sabe que el éxito es nuestra condena.


 



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