Migración

La desesperación de una familia migrante

2018-08-13

 

NEW HAVEN, Connecticut — Durante cinco años, mi padre Nelson Pinos había asistido a “citas de seguimiento” regulares con los funcionarios de inmigración. Estos siempre aprobaban sus solicitudes para quedarse en el país. Sin embargo, en octubre pasado, todo cambió.

“Quieren que me vaya antes del 30 de noviembre”, me dijo. “Quieren que les enseñe un boleto de ida a Ecuador”.

No lo podía creer. Mi padre, que llegó a este país hace más de dos décadas sin documentos, no tiene antecedentes penales, siempre ha pagado sus impuestos y tiene tres hijos que son ciudadanos estadounidenses: mi hermana de 13 años, mi hermano, de 5, y yo. Dos semanas después, vi cómo un agente puso un monitor electrónico alrededor del tobillo derecho de mi padre. Cuando llegamos a casa, lloramos abrazados.

Irnos a Ecuador sería devastador para toda la familia. Mis hermanos y yo nacimos en New Haven y toda nuestra vida está aquí. Somos una familia unida que hace exactamente lo mismo que otras familias estadounidenses: trabajamos y estudiamos arduamente, y nos divertimos. Mis hermanitos casi no saben hablar español. En dos años podré ir a la universidad y mi padre no quería tirar todo eso por la borda llevándonos consigo a Ecuador.

Pero tampoco quería dejarnos a nosotros y a nuestra madre en Connecticut. Así que el 30 de noviembre, el día en que estaba agendada su deportación, fuimos en coche hasta la iglesia Metodista Unida First & Summerfield, en la zona centro de New Haven, y mi padre pidió asilo.

Aún tiene el grillete en el tobillo y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) sabe exactamente dónde está. Pero está a salvo siempre y cuando se quede dentro del lugar.

Le dijimos a mi hermano menor que nuestro papá está trabajando en la iglesia. Siempre pregunta: “¿Por qué papá no puede venir a casa esta noche?”, y llora cada vez que nos vamos de la iglesia. Conozco a un muchacho cuyo padre fue deportado cuando él tenía 7 años y, aunque ahora tiene 18, todavía piensa que su padre lo abandonó. Mi madre intenta ser fuerte, pero me doy cuenta de que todo esto es demasiado para ella. Intento ayudarle, pero se ve muy cansada. Solían hacer todo juntos.

Ahora mi familia solo puede comprar lo necesario. Mi hermanita no entiende eso. Hay ocasiones en las que le pide cosas a mi padre, como un nuevo par de tenis, y él le dice: “No puedo ayudarte. Soy un inútil”. He estado trabajando en McDonald’s y había estado ahorrando dinero para ponerme aparatos dentales, pero he decidido que es mejor comprarle los tenis a mi hermana.

Mi papá, que trabajaba en una fábrica, siempre nos impulsó a esforzarnos en la escuela. “No seas como yo, que no terminé de estudiar”, me decía siempre que sacaba un ocho como calificación. Rendir en la escuela fue más difícil de lo habitual este año. Me sentía constantemente distraída, pero estaba decidida a obtener buenas notas, porque mi padre me hizo prometerle que no dejaría que su situación entorpeciera mi desempeño en el colegio.

Cuando vamos a visitarlo a la iglesia, cuenta chistes e intenta hacernos sentir como si todo estuviera bien. Sin embargo, sé que en realidad está triste y se siente solo. Está agobiado y no duerme por las noches. Lo peor es verlo sentirse tan impotente. Siempre dice: “¿Qué se supone que haga? No puedo hacer nada”.

Mi hermana me preguntó si había días en los que quería gritar. Y sí los hay, pero la mayoría solo quiero llorar. Extraño nuestras comidas familiares al aire libre y nuestros viajes a una pequeña granja donde alimentábamos a los animales, o solo pasar tiempo en la sala de estar, juntos, todos amontonados viendo una película y riéndonos. Creemos que Dios está con nosotros y nos ayudará a permanecer unidos porque nos ama. Mi padre está esperando a ver si la Junta de Apelaciones de Inmigración, una oficina del Departamento de Justicia, decide suspender su deportación. Pero a veces, en las noches en que no puedo dormir, me da miedo pensar que mi padre pierda la esperanza, salga de la iglesia y sea deportado por el ICE.

Cuando mi padre me contó sobre los padres e hijos inmigrantes que estaban siendo separados y detenidos en la frontera, supe que su experiencia era mucho más dolorosa que la nuestra. No me han obligado a quedarme en una jaula o en un “congelador”, y durante el tiempo que mi padre permanezca atrapado en la iglesia, todavía podré verlo. No obstante, me siento identificada con esos niños, porque el gobierno estadounidense también está tratando de separarme de mi padre.

Realmente no entiendo por qué las personas en este país nos odian tanto. Este año, me he dado cuenta de que no hay tantas personas buenas como creía. La verdad es que nunca había visto tanto odio. Las personas que apoyan la deportación de padres inmigrantes indocumentados sin antecedentes penales todavía creen que somos violadores o pandilleros. No ven lo bueno. Trabajamos arduamente. Nos encargamos de los trabajos que los estadounidenses no quieren hacer. Mi padre les tiene afecto a este país y a su comunidad, y lo único que quiere es una vida mejor para su familia. Solo está intentando criar tres hijos buenos.

En ocasiones, me piden que dé charlas en mítines o reuniones, en representación de mi familia. Cuando lo hago, siento que estoy hablando no solo por mí, sino por todos los que están pasando por esto. Espero que mis palabras capten la atención de alguna persona y realmente la inspiren a hacer algo respecto de la manera en que están tratando a los inmigrantes en este país. Le ruego a la gente que, por favor, tenga compasión.


 



regina

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