Internacional - Seguridad y Justicia

República Centroafricana, una guerra de depredadores

2018-09-21

Ante esta situación de caos y Estado fallido, más de medio millón de personas...

 

Sólo hay una carretera por la que llegar a la capital del corazón de África. Es el corredor camerunés y no está exento de peligros. En la frontera, además de las aduanas, los pocos viajeros que se atreven a transitar por esa vía de tierra encuentran campos de desplazados de guerra donde muchas madres prostituyen a sus hijas ante los camioneros para poder comer, según denunciaron fuentes de la Organización Internacional de Migraciones a este diario.

Esa carretera es la única arteria que alimenta desde el exterior los mercados del país, los legales y los ilegales. El resto de carreteras, en especial las que unen el centro del país con Chad y Sudán, son las que usan los grupos armados para depredar aquellos recursos naturales que posee el país: azúcar, café, oro, miel, rebaños de ganado y enormes troncos de la mejor madera, además de las sacas de diamantes que se extraen de las minas de Bambari, Bria o Carnot. Por esas vías las milicias roban el futuro de los centroafricanos.

El International Peace Information Service ha estudiado el enorme saqueo que mercenarios de otros países han realizado en República Centroafricana a la vez que controlaban grandes extensiones de terreno. El objetivo: cobrar impuestos de paso en los 290 checkpoints de carretera que estos grupos han montado por todo el país, y que acaban encareciendo los productos básicos. Todo el mundo paga por atravesarlos, lo que deja una ganancia extra a estas milicias de unos 150 millones de euros al año. Cada persona paga una media de cuatro euros por barrera, mientras que un camión lleno de café deja de 200 a 2,000 euros dependiendo del grupo que lo cobre.

Otra razón para controlar las carreteras es tener a mano el tráfico de armas y municiones y negárselo al enemigo. El general Damane, uno de los señores de la guerra más sangrientos del país, ha obtenido 21,000 euros sólo en tasas en las vías que ocupa. Cualquier transporte de Naciones Unidas que requiera transitar por estas carreteras necesita protección militar de los cascos azules para no caer en las redes corruptas de estos grupos mafiosos.

Ante esta situación de caos y Estado fallido, más de medio millón de personas de sus 4,5 millones de habitantes huyó a los países vecinos y al menos otro medio millón se desplazó a zonas más seguras dentro del mismo. Muchas de estas personas quieren volver y no pueden, otras pueden pero no quieren y las que no quieren y tampoco pueden son obligadas a hacerlo: en los campos de Chad, el Gobierno insiste a los refugiados, que son 100,000, que tienen que volver. Sophie es una de ellos. Huyó de Paoua el año pasado, la ciudad más caliente, con su hijo de 11 años: "Todos en la ciudad nos fuimos de allí hacia Chad. Un grupo armado mató a mis dos hermanos, que quedaron tirados en la calle. No queremos volver a República Centroafricana. Los cuatro vecinos que lo intentaron acabaron degollados en la carretera", dice Sophie a los equipos de Médicos Sin Fronteras que los asisten en esa frontera.

Chad se ha convertido en el segundo país de África en términos de refugiados por número de habitantes (28 por cada 1000), sólo por detrás de Uganda, que acoge a un millón de sursudaneses. Elizabeth, que huyó de Béboura también en 2017, como otros 60,000 vecinos, recuerda cómo "hombres a caballo llegaron a la aldea disparando a familias enteras como si fuera una cacería de animales. Agarré a mis niños y me puse a correr. Algunos han intentado volver, pero estoy asustada".

La situación de República Centroafricana es desesperada. Con el país dividido en regiones controladas por milicias, tan sólo aguantan las estructuras de ONG como Médicos Sin Fronteras, que supone el equivalente a dos tercios de todo el sistema sanitario el país y que trabaja en condiciones de seguridad difíciles.



regina
Utilidades Para Usted de El Periódico de México