Migración

Honduras: muchos retornados de caravana reintentarán emigrar

2018-11-07

Muchos vuelven a la terminal de autobuses con la tristeza y la frustración en el rostro,...

Por MARÍA VERZA, AP

SAN PEDRO SULA, HONDURAS (AP) — La Gran Central Metropolitana, principal terminal de autobuses de San Pedro Sula, la ciudad hondureña de donde partió hace tres semanas la caravana de migrantes que ha cruzado dos fronteras y recorrido casi 2,000 kilómetros, es escenario de los destinos cruzados de muchos hondureños que sueñan con una vida mejor en Estados Unidos.

Por las noches, entre las docenas de personas que duermen en el suelo o en la hierba, hay unos que esperan el autobús que les llevará a la frontera con Guatemala, desde donde iniciarán el viaje a su ‘sueño americano’. Sin embargo, paralelamente hay otros que regresan a este sitio tras haber fracasado en el intento por abandonar su país.

Según el gobierno mexicano, cientos de personas --la mayoría hondureños-- que se unieron a la caravana que ahora está en Ciudad de México --o a otras posteriores-- han regresado a su lugar de origen. Algunos se cansaron o enfermaron. Otros fueron detenidos o desistieron de pedir asilo y aceptaron que les repatriaran.

Muchos vuelven a la terminal de autobuses con la tristeza y la frustración en el rostro, pero la mayoría comparten una idea: lo volverán a intentar aunque no sepan cuándo.

“Me voy a ir 30 veces más si es posible”, aseguró Daniel Castañeda, un joven de 18 años de Comayagua, en el centro del país, que se lanzó a probar suerte en la segunda caravana y le detuvieron al cruzar a México después de un choque con la policía en el puente fronterizo a finales de octubre. “No le digo cuándo, pero de que me voy a seguir yendo, me voy a seguir yendo. El país se va a quedar vacío”.

Reny Maudiel, un adolescente de 16 con cara de niño asustado, decidió regresarse por esos brotes violentos que, a juicio de algunos analistas, se debieron a que gente con vínculos delictivos se infiltró en ese segundo grupo.

Maudiel tenía los pies llagados y estaba cansado pero este joven aprendiz de albañil no perdía la esperanza de volver a intentarlo. “Espero que surja otra oportunidad”.

Aunque el presidente Donald Trump arremetió contra la caravana durante la campaña para las elecciones legislativas del martes con el argumento de que entre los migrantes iban delincuentes, quienes dejan el país es porque huyen de la pobreza, el desempleo y la inseguridad.

San Pedro Sula es una de las ciudades más violentas en una nación con una de las mayores tasas de homicidios del mundo. Las dos principales pandillas, la Mara Salvatrucha y Barrio 18, se disputan el territorio y las fuerzas de seguridad no cuentan con la confianza de los ciudadanos. Además, casi 5,5 millones de hondureños --más del 60 % de la población-- es pobre, según el Banco Mundial.

Pablo Alba es uno de ellos. Este veterinario de 64 años se emociona al recordar a su hijo de 11 enganchado a su cuello y pidiendo irse con él al norte. Se negó. “Si hay que sufrir, voy a sufrir solo”, le dijo antes de dejarle junto a sus tres hermanos al cuidado de su casera y unirse a la caravana que salió de San Pedro Sula el 13 de octubre. Antes no había pensado en emigrar porque nunca antes encontró tan difícil encontrar trabajo: apenas vendía los tamales que cocinaba su casera aunque en antaño sí ejercía como veterinario.

Nueve días después de dejar su hogar, cuando ya había cruzado dos fronteras, ingresó en un centro de retención en México y al sentirse como en una cárcel sin poder comunicarse con su familia --no tenía dinero ni teléfono-- desistió y pidió volver a Honduras. Ahora asegura que volverá a intentarlo en marzo con sus hijos, de 14 y 11 años.

Según las autoridades mexicanas, otras 478 personas han pasado por lo mismo y el país ha recibido hasta ahora 3.230 solicitudes de refugio de integrantes de la caravana.

Al margen de estos movimientos en grupo actuales, el flujo de personas retornadas desde territorio mexicano a Honduras es constante: este año han sido devueltos una media de 136 hondureños al día de enero a septiembre, según datos del Instituto Nacional de Migración.

Las mujeres y los niños suelen llegar directo a un albergue de San Pedro Sula vía terrestre o en aviones fletados por México. Los hombres arriban en autobús a Omoa, una ciudad en la costa del Caribe, donde realizan los trámites del retorno y desde donde son trasladados a la terminal de San Pedro para que tomen ahí otro bus hasta sus ciudades de origen con un boleto gratuito.

Algunos días, funcionarios del gobierno hondureño les reciben sentados tras una mesa de plástico y les ofrecen una “bolsa solidaria”: productos básicos como arroz o pasta con foto firmada del presidente Juan Orlando Hernández incluida.

Según explicó uno de los trabajadores, Jorge Márquez, también toman sus datos “para darles seguimiento” y para que, supuestamente, puedan beneficiarse de los apoyos que el mandatario ha prometido para atajar lo que muchos analistas consideran un éxodo sin precedentes, que en su punto álgido llegó a sumar 7,000 personas caminando juntas.

Ciertos retornados señalan que intentarán buscar opciones de vida donde antes nos las encontraron pero la mayoría de los entrevistados por AP ven muy negro su futuro si permanecen en el país.

Lo que sí levanta la moral a muchos son las promesas del futuro presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de dar visas especiales a los centroamericanos que quieran trabajar en el país.

Gerardo Castillo, un albañil de 35 años que dejó a sus dos hijos en Olancho porque no quería exponerlos a la caravana y tiene otros dos en Estados Unidos, intentará aprovechar las oportunidades que ofrezca el nuevo gobierno mexicano.

Castillo, que se quejó de que los agentes de migración dejaban pasar al grueso de la caravana pero detenían a grupos que quedaban aislados, como en el que se encontraba él, tiene un plan claro para el día del traspaso de poder en México: “El 1 de diciembre estoy en Tecún Uman”, la frontera con Guatemala.

Olvin Fernando Murillo, de 20 años, llegó casi 300 kilómetros más al norte, a Arriaga, pero muy lejos todavía de Phoenix, en Estados Unidos, donde tiene un hermano. Iba con su novia, de 16 años, que se puso enferma y al no mejorar decidieron regresar a El Paraíso, departamento fronterizo con Nicaragua. Murillo vendió su celular para sacar algo de dinero y ahora solo lleva una mochila verde que le regalaron en Chiapas y planes en la cabeza: “Tomar un descanso y en enero, la otra caravana”.

Los rumores de que en los próximos meses se repetirá esta nueva forma de emigrar en grupo y a cara descubierta, considerada más barata --porque se evita pagar coyotes-- y más segura, se multiplican en cada rincón de Honduras.

El panorama que pueden encontrar estos migrantes al llegar a territorio estadounidense es, sin embargo, sombrío.

Conseguir asilo en ese país no es nada fácil porque solo pueden acceder a ese estatus quienes demuestren estar en peligro, pero no los que migran por problemas económicos, aunque éstos sean motivados, en parte, por la violencia. El trámite, además, puede tardar meses, periodo en el que los solicitantes generalmente viven en centros de detención.

Por si fuera poco, el presidente Donald Trump dijo que iba a endurecer aún más los requisitos para conceder asilo y ha mantenido una agresiva dialéctica al anunciar que reforzará la frontera sur con 15,000 militares.

Los migrantes son conscientes de esta realidad, pero parece importarles poco.

Claudia Noriega, una joven de 27 años que desde que subió el precio del azúcar no vende suficientes dulces para vivir, está decidida a marcharse pese a ser consciente de que puede acabar como las personas que descansan a unos metros de ella.

“Lo importante es intentarlo”, comenta. “Y si no se puede, hay que ver qué hacemos”.



regina