Internacional - Seguridad y Justicia

Condenan por genocidio a dos ancianos dirigentes de los Jemeres Rojos

2018-11-19

"¡Van a comenzar una revuelta!", exclamaba Nuon Chea, un hombre frágil y...

Por SETH MYDANS, The New York Times

NOM PEN, Camboya — Eran dos jubilados que arreglaban sus jardines y jugaban con su nietos, eran vecinos y tenían la esperanza de que el mundo dejara “el pasado en el pasado” y se olvidara de que habían sido dirigentes del sanguinario régimen de los Jemeres Rojos.

Sin embargo, su jubilación no duró mucho. Once años después de su arresto, y tras un juicio largo y costoso, son los únicos sobrevivientes de una dirigencia comunista hermética a la que se declararía responsable del asesinato de al menos a 1,7 millones de compatriotas entre 1975 y 1979. El 16 de noviembre, el tribunal los declaró culpables de genocidio.

Uno de ellos, Khieu Samphan, de 87 años, alguna vez fue un admirado e incorruptible maestro de primaria y miembro del Parlamento de Camboya, quien se escapó del arresto por sus ideas comunistas en la década de los sesenta y se unió a un joven movimiento insurgente de la zona rural. Por ser agradable y hablar varios idiomas, se convirtió después en la figura internacional de los Jemeres Rojos como su jefe de Estado simbólico.

El otro, Nuon Chea, de 92 años, el ideólogo del movimiento, fue tal vez el partidario más genuino en su intento por convertir a Camboya en una utopía agraria, exterminando a la gente que tenía una formación académica y reorganizando el país hasta convertirlo en lo que equivalía a un campo de trabajo a nivel nacional. Conocido como el Hermano Número Dos del dirigente de los Jemeres Rojos, Pol Pot, Nuon Chea tuvo la responsabilidad de mando en una oleada de depuraciones criminales. Luego le diría a un entrevistador: “Solo matamos a la gente mala, no a la buena”.

Después de que una invasión vietnamita expulsara a los Jemeres Rojos, estos se replegaron hacia la selva, donde volvieron a formarse como un ejército insurgente en una guerra civil. Su dirigencia se derrumbó en 1998 después de que muchos desertaran para entregarse al gobierno.

Cuando Nuon Chea y Khieu Samphan desertaron ese año, el primer ministro Hun Sen, quien también había sido un miembro de rango inferior de los Jemeres Rojos, los recibió con un apretón de mano y les aconsejó que “cavaran un hoyo y enterraran el pasado”, una frase muy poco afortunada.

Fueron alojados en un hotel de lujo, donde las comodidades incluían canastas con fruta. Pero antes de que pudieran aprovechar esta cálida bienvenida, fueron asediados por el griterío y el alboroto de los reporteros apostados fuera del hotel.

“¡Van a comenzar una revuelta!”, exclamaba Nuon Chea, un hombre frágil y encorvado que caminaba con bastón y miraba el mundo a través de sus grandes anteojos oscuros.

Khieu Samphan, listo para iniciar una nueva vida, se había teñido el cabello blanco de un color castaño, como si tuviera la esperanza de recuperar la respetabilidad que había tenido como jefe de la diplomacia de los Jemeres Rojos.

En una ruidosa conferencia de prensa, que cubrí para The New York Times, presentó su fórmula para vivir los años posteriores a los Jemeres Rojos. “Dejen el pasado en el pasado”, afirmó.

“Decir quién está en lo correcto y quién no, y quién está haciendo esto o aquello, etcétera…”, añadió, mientras se apagaba su frase. “No le echen leña al fuego, por favor”.

Al afirmar que hasta ahora no se había enterado de las atrocidades cometidas bajo su mando, Khieu Samphan comentó: “Es normal que quienes han perdido a su familia, sientan resentimiento”.

Al verse presionado por los reporteros, masculló de mala gana una disculpa: “Lo siento, lo siento mucho”.

Cuando le preguntaron si él también ofrecía una disculpa, Nuon Chea dejó entrever lo que pareció ser un estado mental muy extraño: “Lo sentimos mucho, no solo por las vidas de los camboyanos, sino incluso por la vida de todos los animales que sufrieron por la guerra”.

Su humillación solo aumentó cuando Hun Sen, que todavía los trataba como huéspedes de honor, los envió a un paseo por la playa, donde pasaron una sombría víspera de Año Nuevo, escondidos en sus habitaciones de hotel para evitar el acoso de los reporteros.

“Tengan compasión de mí, por favor”, pidió Khieu Samphan desolado. “Necesito descansar”.

Se retiraron a su refugio en el remoto pueblo fronterizo de Pailín, donde la mayoría de los residentes también eran antiguos integrantes de los Jemeres Rojos, hasta su arresto en 2007. Desde entonces han sido vecinos en celdas contiguas.

Fueron enjuiciados junto con otros dos miembros sobrevivientes de la dirigencia, quienes murieron durante el juicio, así como con el comandante de prisión Kaing Guek Eav, o Duch, quien ya fue condenado y está cumpliendo cadena perpetua.

Aunque en su defensa Khieu Samphan mantuvo que “no sabía acerca de los actos atroces cometidos por otros dirigentes”, Nuon Chea permaneció desafiante y desdeñoso hasta el final.

En su última declaración ante la corte, señaló su informe final de quinientas páginas, con cuatro mil pies de página, el cual, según su abogado, Victor Koppe, contenía la historia verdadera de los Jemeres Rojos, “y no, entre comillas, una historia fraudulenta”.



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