Panorama Norteamericano

Homenaje a George H. W. Bush, el presidente pragmático

2018-12-03

Lograr el respeto de Bill Kristol -el líder de la facción anti-Trump del Partido...

Por PABLO PARDO, El Mundo

De mortius nihil nisi bonum. De los muertos, nada que no sea bueno. Desde que Quilón de Esparta acuñó (supuestamente) esa frase hace 2,600 años, el mundo la ha seguido a rajatabla. El fallecimiento de George H. W. Bush no ha roto esa venerable tradición de 27 siglos. 

Lograr el respeto de Bill Kristol -el líder de la facción anti-Trump del Partido Republicano-, de Donald Trump, y del Partido Demócrata en pleno es la cuadratura del círculo. El perro-guía de los últimos años de Bush, Sully, puede estar orgulloso del consenso que éste ha logrado en EU mientras sigue su guardia, en un alarde de fidelidad, junto al ataúd de su dueño. Un ataúd en el que Bush descansa con sus famosos calcetines de colores, que convirtió en su seña de identidad en sus últimos años de vida. 

El presidente, que desde las siete de la tarde del lunes (una de la madrugada de hoy, hora peninsular española) está en la Rotonda del Capitolio para que sus conciudadanos le puedan rendir un homenaje, está recibiendo las alabanzas en muerte que no recibió en vida. Aunque acaso sus virtudes -dejando de lado su patriotismo, que estuvo a punto de costarle la vida cuando se alistó como piloto de combate en la Segunda Guerra Mundial y su avión fue derribado en el Pacifico- sean hoy más un lastre que una virtud. Bush era una persona que se desenvolvía mucho mejor en salones a puerta cerrada que en televisión (como Clinton) o en las redes sociales (como Trump). Eso le hizo un favorito de las élites. Pero no del pueblo. El estadista y el político no estaban en la misma persona. La solución que aplicó fue el recurso al populismo con el que, paradójicamente, fue enterrando poco a poco el liberalismo del Partido Republicano. 

Bush fue el centrista que destruyó el ala centrista del Partido Republicano para ganar poder. 

Esa tensión marcó la carrera política del ex presidente. Bush 'el Viejo' tuvo éxitos enormes (consolidar la democracia en Europa Central y Oriental, echar a Irak de Kuwait) y considerables (gestionar el colapso de la Unión Soviética, manejar la relación con China post-Tiananmen) en política exterior. Pero esa actitud de estadista en el escenario mundial desaparece a la hora de ganar elecciones en EU. En los sesenta, Bush lanzó su carrera política integrando en el Partido Republicano de Texas al grupo ultraderechista y antijudío John Birch Society, y oponiéndose a la Ley de Derechos Civiles que eliminaba las restricciones del derecho de voto de la minoría negra. 

En los setenta, no tuvo el menor problema en aparcar su defensa del aborto para subirse al carro de un Partido Republicano que se estaba moviendo hacia la derecha a consecuencia, precisamente, de la influencia de grupos como la John Birch Society. Y en los ochenta, tras haber calificado peyorativamente de 'economía vudú' al programa económico de Ronald Reagan, puso en práctica, una por una, esas mismas prescripciones económicas.

Bush no dudó en elegir como su candidato a la vicepresidencia en 1988 a Dan Quayle, un político con un enorme tirón entre los evangélicos -que no se fiaban de las credenciales conservadoras del futuro presidente-, pero que se transformó en un lastre político y hasta en motivo de chiste cuando el 15 de junio de 1992 demostró en televisión que no sabía escribir la palabra "patata". 

El pragmatismo no solo era ideológico; también personal. Bush perdonó a todos los encausados por el escándalo Irán-Contra -la venta ilegal de armas a la República Islámica de Irán para financiar con ese dinero a la guerrilla anticomunista nicaragüense de la Contra- y, de ese modo, liquidó un proceso legal que iba a acabar procesándole a él. La tendencia a perdonar a aliados políticos no la inventó, así pues, Donald Trump.

 George H. W. Bush era lo bastante sofisticado como para fundar una de las mejores cadenas de restaurantes de EU -The Palm- para tener un sitio en el que poder comer bien cerca de su despacho en Naciones Unidas, donde fue embajador. Pero, en campaña, era más como un cacique de pueblo. En 1988 cuestionó el patriotismo de su rival demócrata, Michael Dukakis, arguyendo que era hijo de inmigrantes griegos, y le acusó indirectamente, en un anuncio célebre en EU, de ser 'blando' con los delincuentes negros.

 Bush incluso permitió que la policía de Washington convenciera a un 'camello' de 19 años, Keith Jackson, de que vendiera crack -un derivado de la cocaína que entonces causaba estragos en EU- cerca de la Casa Blanca, con el objetivo de detenerlo y poder mostrar en televisión el 5 de septiembre de 1989 la droga. Jackson, que vivía en el gueto negro de Anacostia, en Washington, y ni siquiera sabía dónde estaba la Casa Blanca, fue condenado a ocho años de cárcel por su delito.



regina