Cuentas Claras

Paquete económico del nuevo régimen

2018-12-25

Por la importancia del tema, se requiere un análisis más profundo y despolitizando...

Por Mireille Roccatti | Siempre

En el límite del tiempo previsto en la fracción IV del artículo 74, en concordancia con el 83 de la Constitución, el 15 de diciembre, el Ejecutivo federal envió a la Cámara de Diputados los proyectos de Ley de Ingresos y de Presupuesto de Egresos para el próximo año, acompañándolos de los Criterios Generales de Política Económica.

La reacción mediática se ha centrado hasta ahora en los ajustes realizados al gasto público, que reorientan el destino de los recursos asignados a diversos programas sociales y recorta la asignación a dependencias como la ahora Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, a Cultura, a la UNAM (por error, según corrigió el presidente) al IPN, a la UAM, y, por otro lado, crecen los montos de las partidas de la Sedena.

Por la importancia del tema, se requiere un análisis más profundo y despolitizando los temas. En tanto de las disposiciones recaudatorias previstas en la Ley de Ingresos, se observa poca o nula reacción, más allá de las afirmaciones oficiales de que no se aumentan las tasas de los impuestos o se crean nuevos, con la excepción de que con una orden ejecutiva se modificarán los ISR y el IVA en la zona fronteriza del norte del país.

En esta entrega para los lectores de Siempre!, me ocuparé de formular algunos comentarios con la brevedad que impone el límite del tiránico espacio respecto de los Criterios Generales de Política Económica. Como era previsible, se mantiene un impulso inercial tanto por factores internos como los exógenos que a querer o no influyen en el rumbo, el ritmo y la modulación de la macroeconomía, que no puede desligarse de intereses, presiones, tasas y diversos componentes de la economía globalizada.

Se mantiene como premisa la disciplina fiscal y financiera, teñida con tintes de austeridad e inversión en infraestructura, además de reorientar el gasto en programas sociales, que, sin ánimo de crítica negativa, se perciben asistencialistas. La meta es un superávit primario de 1 por ciento, lo que está muy bien.

La propuesta es un crecimiento real entre 1.5 y 2.5 por ciento del PIB, aunque la estimación puntual es de 2 por ciento, cifra ligeramente menor a la estimación de 2.1 por ciento para este 2018 que termina. Esta expectativa revela un análisis prudencial, mesurado y una revisión de la economía global que finalizara un ciclo de crecimiento, existe una astringencia financiera, aunada a una desaceleración; y la economía de Estados Unidos, a la que estamos irremediablemente unidos, tendrá a su vez menores tasas de crecimiento.

La inflación se estima en 3.4 por ciento, acorde con la estimación de Banco de México y se estima factible, aunque deberá considerarse el alza en los salarios mínimos y la inveterada burbuja inflacionaria de fin de año, así como el alza a los energéticos con precios indexados de inflación.

Otras variable macro, como el precio del barril de petróleo, se fijó en 55 dólares, aunque hoy mismo anda por el orden de los 52 dólares y no existen indicadores de una posible baja. La paridad cambiaria se estimó en 20 pesos por dólar, ligeramente inferior al precio actual e igualmente no se perciben en el horizonte indicadores de una posible caída del dólar, aunque con la libre flotación todo es posible.

En este entorno, y sobre todo si el gasto publico empieza a fluir en el inicio de año, el planteamiento es racional, se ocupa de manera importante de la reducción del pago del servicio de la deuda, lo cual por sí mismo es muy importante. Esperemos que todo salga bien y que no nos alcance el dicho ranchero de que “cuando falta el dinero, el amor escapa por la ventana”.


 



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