Internacional - Población

Violencia y pandillas ensombrecen la vida en Honduras

2019-01-02

Honduras ha sido durante años uno de los países con más asesinatos del mundo....

Por Edgard Garrido

TEGUCIGALPA (Reuters) - Ana Luz, cuñada de Ronald Blanco, miraba sombríamente como los vecinos del hombre hondureño asesinado limpiaban la sangre en el sitio donde cayó su cuerpo lleno de balas fuera de su casa en un barrio conflictivo en la periferia de Tegucigalpa.

Fue solo una de las muchas escenas que presencié este año durante mi cobertura en Honduras, donde miles de personas intentaron escapar de la violencia y la pobreza al unirse a una caravana de migrantes con la esperanza de cruzar la frontera de México con Estados Unidos.

Los problemas del pequeño país centroamericano atrajeron la atención internacional cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reprimió la inmigración ilegal.

Honduras ha sido durante años uno de los países con más asesinatos del mundo. Si bien los datos oficiales muestran que la tasa de homicidios se ha reducido drásticamente, sigue siendo un entorno muy complicado para trabajar.

Según cifras del Gobierno hondureño, la tasa de homicidios llegó a 86 por cada 100,000 personas en 2011-2012. Este año, la tasa debería cerrar por debajo de 40, de acuerdo con el Ministerio de Seguridad. El total se compara con estadísticas recientes en Estados Unidos, donde hubo 5.3 asesinatos por cada 100,000 personas en 2017, según la página en internet del FBI.

Pero el peligro en Honduras nunca está lejos.

Durante los casi tres meses que pasé en Honduras en 2018, fotografié a madres que esperaban en la morgue los cadáveres de sus hijos muertos violentamente, a policías que vigilaban los cuerpos que quedaban tirados en las calles después de los tiroteos y a familias que lloraban sobre los ataúdes de sus seres queridos.

Blanco, de 37 años, vivía en el barrio de Japón, un caldo de cultivo para la violencia de las pandillas, según autoridades locales. Fue aquí donde viví el momento más tenso de mi estancia en Honduras, mientras me movía entre policías, soldados, pandilleros, expertos forenses, conductores de carrozas fúnebres y pastores.

En el funeral de Blanco, un joven de ojos penetrantes, uno verde y otro azul, me detuvo exigiendo saber porqué estaba allí.

Le expliqué que era periodista y que tomaba imágenes del funeral, pero siguió presionándome con preguntas sobre lo que me motivaba a estar ahí. Mientras continuaba tomando las fotos, me sentía cada vez más incómodo.

Finalmente, la tensión se alivió cuando uno de los amigos de Blanco intervino y le dijo que su familia había autorizado mi presencia.



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