Reportajes

El exilio del shah de Irán que quiso ser el heredero de Ciro

2019-01-15

Casi en el mismo momento en que el avión levantaba el vuelo, la calle iraní...

Por ROSA MENESES, El Mundo
 

Despedido por los miembros de su Guardia Imperial -muchos de ellos llorando visiblemente-, el shah de Irán Mohamed Reza Pahlevi y su esposa, la emperatriz Farah, trataban de mantener la compostura mientras subían, en el aeropuerto de Mehrabad, al avión que les llevaría al exilio. Era la segunda ocasión en que el monarca se ausentaba del país en medio de las turbulencias políticas: la primera fue en 1953, pero esta vez sería para siempre. 

Aquel 16 de enero de 1979 se dijo que el shah salía de viaje para lo que oficialmente iban a ser unas «vacaciones». La realidad era que, acosado por las violentas y masivas protestas contra su régimen, el monarca emprendía un exilio del que jamás volvería. Su propio primer ministro, Shapur Bakhtiar, al que había nombrado hacía pocos días, le había pedido que se fuese. La situación era insostenible y la cruenta represión de las manifestaciones ordenada por el shah no hizo más que empeorar las cosas. 

Casi en el mismo momento en que el avión levantaba el vuelo, la calle iraní explotó en manifestaciones contra la monarquía en las que no quedó en pie ni una estatua de la dinastía Pahlavi. Las ediciones vespertinas de los rotativos de Teherán se imprimían a gran velocidad con titulares a toda página: «El shah se ha ido». El primer ministro Bakhtiar actuó rápido: disolvió el Savak -la policía política, brazo represor del régimen-, liberó a todos los presos políticos y dio permiso al ayatolá Ruholá Jomeini -figura en torno a la que se había aglutinado el movimiento contra el régimen- a volver al país tras más de tres lustros de exilio.

Bakhtiar prometió elecciones libres y llamó a la oposición a respetar la Constitución, proponiendo un gobierno de unidad nacional. Pero Jomeini hacía tiempo que tenía sus propios planes. El 1 de febrero, un avión de Air France procedente de París aterrizó en el aeropuerto de Teherán. Todos los iraníes tenían los ojos puestos en un único pasajero: Jomeini. Unos tres millones de personas acudieron a darle la bienvenida en una muestra de adhesión ciega a las ideas de aquel joven ayatolá sobre cómo tenía que ser Irán: un país libre de la corrupción de los Pahlevi y gobernado por jurisconsultos islámicos. La teoría del velayat-e-faqih que Jomeini había elaborado en los 70 iba a tomar cuerpo días después, el 11 de febrero, cuando se proclamó la República Islámica de Irán. 

Megalomanía en Persépolis

Atrás, como parte de un arqueológico pasado, quedaban 2,500 años de régimen monárquico en Irán. En octubre de 1971, Mohammad Reza celebró este milenario aniversario con una serie de festejos y ceremonias maximalistas en la mítica Persépolis. Allí se levantaron lujosas tiendas para acoger a jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, que asistieron complacientes a su autoproclamación como heredero del emperador Ciro. 

El arranque de delirio del shah no hizo más que distanciarlo aún más de su pueblo. El contacto directo con sus súbditos era casi nulo. El monarca se desplazaba en helicóptero y asistía a los desfiles y actos públicos dentro de una urna de cristal a prueba de balas, para evitar atentados tras varias tentativas fallidas de acabar con su vida. En una de sus últimas controvertidas excentricidades, suprimió el calendario islámico e impuso el «imperial», cuyo año 1 partía de la conquista de Ciro de Babilonia y su coronación como emperador. 

Desde su exilio en Irak, Jomeini clamó contra el exhibicionismo megalómano del shah y declaró a la monarquía contraria al islam. Sus discursos y sermones calaron hondo entre los descontentos iraníes: los comerciantes, los campesinos, los estudiantes, los obreros, los desheredados. Cientos de casetes grabadas con las proclamas de Jomeini circulaban clandestinamente por el país, difundiendo las ideas del que se había convertido en el principal rival político del omnipotente shah.

Y es que la inflexible represión política acabó con los partidos políticos opositores. El laicismo de los Pahlevi había marginado a los ulemas desde la Primera Guerra Mundial y el clero había quedado relegado de muchas de las funciones tradicionales que ostentaba como autoridad religiosa. Pero los jerarcas islámicos mantuvieron su red social y nunca dejaron de tener contacto estrecho con todos los elementos de la sociedad, llegando a toda la geografía iraní. Por eso fue fácil para Jomeini aglutinar toda la ira contra un shah al que sólo veían brindando con champán con los líderes mundiales. 

Brutal represión

Pese a sus apoyos en Occidente, el shah se encontró solo en sus últimos años. Su brutal represión y sus violaciones contra los derechos humanos producían vergüenza fuera de Irán. Aquel 16 de enero de hace 40 años en el que puso rumbo al exilio, el shah no sabía que pasaría todo el año desplazándose de país en país buscando residencia temporal como un paria. Recaló primero en Asuán (Egipto), donde le recibió el presidente Anwar el Sadat. Vivió en Marraquech como huésped del rey Hasan II, en pago a la generosidad del shah para con el rey marroquí durante su mandato. Mohammad Reza se trasladó después a las Bahamas, y sucesivamente a Cuernavaca (México), acogido por López Portillo. 

Enfermo de cáncer, dolencia que le fue diagnosticada en 1974 pero que mantuvo tan en secreto que ni la CIA lo sabía, suplicó a la Administración Carter que le permitiera operarse en EU, lo cual pese a las reticencias del presidente estadounidense, consiguió. Cuando quiso volver a México, éste se lo negó. Allá donde iba, causaba rechazo: en Panamá, puso al general Torrijos en serios aprietos. En marzo de 1980 el shah volvió al Egipto de Sadat. Su enfermedad empezaba a hacer estragos y murió en el Cairo el 27 de julio de ese año. Aunque vivió sus últimos años como un apestado, su funeral se celebró con grandes fastos y acudieron personalidades como Richard Nixon o Constantino II de Grecia, además del propio Sadat. Fue enterrado en la misma mezquita donde reposan los restos de otro rey depuesto: Faruk de Egipto. 

"El régimen del shah fue una sucesión de errores y aciertos, sin que pueda decirse si fue un completo desatino o un prodigio. Algunos de los pregonados avances del desarrollo económico del país fueron realmente importantes; otros se quedaron en más modestos, cuando no en superficiales. Los fracasos más sonoros los cosechó, sin embargo, en el terreno de la política: al shah ni se le pasó por la cabeza la idea de reinstaurar un gobierno representativos y, en cuanto a la disidencia, no encontró mejor remedio que la represión", resume el reinado de Reza Pahlevi el historiador Michael Axworthy.



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