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El olvido y la lluvia amenazan a la Sixtina de los Andes

2019-02-14

Un patio descuidado con hierba crecida y una gruesa capa de heces de paloma que los años...

Por CARLOS VALDEZ

CURAHUARA DE CARANGAS, Bolivia (AP) — La Capilla Sixtina es la joya más preciada del Vaticano y destino obligado de las multitudes que visitan Roma. La Sixtina andina, en cambio, está en un remoto pueblo del altiplano boliviano y es una olvidada obra maestra construida y pintada por indígenas aymaras más de cuatro siglos atrás.

Un patio descuidado con hierba crecida y una gruesa capa de heces de paloma que los años acumularon en el campanario dan testimonio del olvido.

Las lluvias recientes desmoronaron un contrafuerte que sostiene las gruesas paredes de adobe de la capilla y ante la emergencia la Iglesia católica, el Ministerio de Culturas, expertos y autoridades locales diseñan un plan para salvar uno de los templos más antiguos del continente, construido entre 1570 y 1608.

Por fuera, la Sixtina andina parece una tosca iglesia rural de abobe y paja, pero su interior deslumbra con murales que inspiran fervor religioso.

“Lo que muestra la Capilla Sixtina de Roma también se ve acá. Los murales recrean las escrituras que los misioneros usaban para evangelizar”, dijo el párroco Rafael Choque.

“Todo fue realizado por pintores nativos, no hubo intervención europea. Lo que hay es una lectura y narrativa propias de los indígenas sobre el antiguo y nuevo testamento”, explicó la historiadora Carmen Beatriz Loza, jefa de la unidad de Patrimonio del Ministerio de Culturas.

Los pintores no registraron sus nombres, pero han plasmado elementos de la cultura andina en las pinturas bíblicas hechas con tintes naturales.

Desde el Génesis hasta el Apocalipsis están recreados en las paredes. No hay un espacio en blanco excepto en una parte del techo que se desplomó en 1901.

Los misioneros apelaban a los murales para conmover a los indígenas sobre la pasión de Cristo e infundirles temor sobre el infierno, de acuerdo con los expertos.

En la cúpula central se destaca un Cristo triunfal junto a sus doce apóstoles en tamaño natural. El mural más grande muestra el reinado de Cristo en el cielo junto a apóstoles y santos. Dos elementos andinos sobresalen en la obra: el sol y la luna. En la parte inferior, el Arcángel Gabriel aplasta al demonio con sus pies y usa una balanza para para juzgar a los justos y pecadores y enviarlos, según corresponda, al infierno, el purgatorio o el cielo. Unos ángeles tocan trompetas y los resucitados se dirigen en fila a las alturas.

En la pintura de la Última Cena, Jesús tiene en el plato a un conejillo de indias asado. Un gato traicionero acompaña a Judas y un perro fiel mira a Pedro. En otra pintura los Reyes Magos llegan a Belén montados en llamas. Los leones tienen rostro humano porque los indígenas no conocían una figura del rey de la selva, explicó una guía.

En otra pintura, la Virgen de las Nieves (María) se aparece a unos pastores. Como en muchos pueblos del altiplano el santo patrono es Santiago en caballo. “Es venerado como santo justiciero, capaz de detener el rayo. Inspira miedo y fe”, dijo Colque.

“Aquí se funden distintos estilos. La iglesia es renacentista, las pinturas de estilo manierista, el altar tallado en pan de oro pertenece al barroco. Todo es arte barroco mestizo”, dijo el arquitecto y experto de restauración Ronald Terán Nava del colegio de arquitectos de La Paz, quien impulsa iniciativas a favor del templo.

La ubicación de la imponente iglesia en medio del desierto altiplánico a casi 3,900 metros de altitud y 170 kilómetros al suroeste de La Paz no parece tener sentido. Pero en tiempos de la colonia, Curahuara de Carangas era un asiento con importante población indígena y una ruta vital de la plata de Potosí y el oro de La Paz hacia puertos del Pacífico en Chile y Perú con rumbo a España.

Además, era una región de pastores de llamas y agricultores. En otros tiempos había hasta ocho curas y cinco misas diarias y los indígenas y sus caciques se sentían dueños del templo, según la historiadora Loza.

Hoy el pueblo tiene unos 4,000 habitantes. La fuerte migración hacia las ciudades en décadas pasadas y el cambio de rutas comerciales lo despoblaron. Sin embargo, el auge de la ganadería camélida en los últimos años está trayendo de regreso a muchos vecinos.

El polvo se acumula sobre muebles antiguos, candelabros y en las casullas de hilo de plata que usaban los curas en las celebraciones. El órgano a pedal aún funciona.

En mejores tiempos el mantenimiento del templo era tarea de todos. “Cada ayllu (comunidad indígena) tenía su parcela en el templo y la cuidaba. El trabajo era colectivo basado en el ayni (servicio comunal prehispánico). Así funcionó hasta los años 80. La migración ha ido cambiando las costumbres... Ahora la comunidad espera una ayuda Estatal vertical”, dijo Loza.

Pero no sólo las costumbres ancestrales, también la fe se ha ido debilitando en medio del avance de las iglesias evangélicas.

“Yo me bauticé en esta iglesia que es nuestro orgullo. Estamos esperando que las autoridades comunales nos convoquen para trabajar por el templo”, dijo Quintín Ramos, pastor en un ayllu vecino.



Jamileth

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