Del Dicho al Hecho

Reconstrucción: ciencia y gobierno

2017-10-20

 Y, cuarto, ante el rechazo que generó la aplicación de las normas se optó por...

Hugo Aboites, La Jornada

La reconstrucción no es un asunto de ladrillos y varillas, sino de personas y emociones. De ahí que la demolición de edificios, la reparación de casas y condominios, el diseño y organización de los apoyos, los planes para futuras construcciones no pueden pensarse como si no existieran muchos cientos y quizá hasta miles de víctimas directas y varios círculos concéntricos con todos los afectados de muy diversas maneras. Ahí están los familiares, amigos, vecinos, dolientes solidarios, los de centros de acopio, brigadas, campañas de apoyo, y todos los que se han involucrado de innumerables maneras y suman algunos cientos de miles; un enorme peso de opinión y acción que, más allá de los expertos y científicos, deben ser considerados como un actor fundamental. Toda tragedia y, aparejada, toda reconstrucción trae consigo inevitablemente y con diversos grados de visibilidad una reorganización social. Las personas se unen primero para sobrevivir, ahora se juntan para reconstituir sus vidas.

Si esto no se tiene en cuenta, la reorganización social que ahora está naciendo puede llegar a convertirse en una fuerza de airados y desposeídos que políticamente constituye un poderoso sismo en ciernes. Ese sí, perfectamente previsible. Para ir a un ejemplo de una escala muy mayor y con tema distinto, podemos aprender del itinerario que se siguió en la educación recientemente. Primero fue la discusión de expertos científicos organizados por la SEP y la OCDE que determinaron cómo debía ser la reconstrucción (reforma) de la educación del país. Segundo, las autoridades revisaron y aprobaron el planteamiento. Tercero, otro actor, los legisladores, lo tradujeron a normas y leyes. Y, cuarto, ante el rechazo que generó la aplicación de las normas se optó por convocar a otro actor más: la policía federal que hizo uso indiscriminado de la fuerza y de las armas, con golpeados por todas parte, muertos en Nochixtlán, y amplia represión a escala nacional. En fin, la ruta llevó a una pesadilla para los maestros, para quienes pensaron que ése era el camino correcto, y para la reconstrucción misma.

Fue un error no escuchar a los maestros, ni en los momentos iniciales (los más determinantes del curso posterior), ni en los intermedios cuando aparecieron los síntomas de problemas graves, ni al final, cuando a los maestros sólo fueron convocados a la presentación del producto ya terminado. Todo un itinerario sumamente problemático desde el punto de vista político y, en mucho también, educativo. Y este es un esquema y descalabro que se ha repetido una y otra vez y desde hace siglos en el enorme laboratorio de las ciencias sociales que es la historia.

Por eso, antes que nada, las víctimas y los afectados, por lo menos en primer lugar, tienen que ser escuchados. Luego, lo segundo, sus puntos de vista deben ser un insumo fundamental de la discusión de los expertos y gobierno. Y, tercero, y yendo a donde está el punto crucial, sus reclamos y el estudio sistemático de sus demandas y protestas validado por ellos mismos, debe ser el espacio donde se cocinen las propuestas estratégicas de los expertos y donde arranque el itinerario. Eso no significa que, en automático, toda demanda es auténtica o generalizable (para eso precisamente es el estudio) pero sí significa que el arranque fundamental debe estar en la complejidad de la situación de las víctimas. Como ya lo mostró claramente la primera sesión del Comité Científico para la Reconstrucción y el Futuro de la Ciudad, al que fuimos convocados, las características del sismo resultaron de un grueso tejido de factores naturales (la estabilidad del subsuelo, el comportamiento de éste en la zona de transición del lago a la montaña, el tipo de onda sísmica, etcétera) pero se interconectó con un sustrato social que acentuó o mitigó su impacto según su clase social. Afectó más a los pobres y marginados que a los pudientes, a las mujeres que a los hombres, a las y los niños y jóvenes que a los adultos, a los que tienen menos escolaridad que a los de educación superior, por mencionar sólo algunos rasgos. Precisamente por todo eso ya sabemos, por ejemplo, que la reconstrucción es un alivio pero también un proceso complicado que por su duración y aspectos no previstos puede llegar a producir profundos enojos. Finalmente, si no se coloca expresamente el foco en las víctimas y en su lugar prevalecen los aspectos técnicos de la reconstrucción, otros actores –constructoras– llenarán el vacío, y su visión e intereses definirán el problema y la ruta. Entonces las víctimas tendrán razón en sospechar que, una vez más, la solución es para favorecer a otros.

No es fácil reconstruir desde algo tan complejo como actores sociales, es más cómodo pensar en la planeación lineal y racional que tanto rechazaba el gran arquitecto, constructor de ciudades y socialista Oscar Niemeyer, pero el partir de las víctimas y afectados tiene la ventaja de abrir caminos nuevos –curvos tal vez–, mediante los cuales las víctimas puedan ver a la ciencia como un apoyo decisivo y al gobierno como instrumento de reconciliación con un mundo que repentinamente se volvió radicalmente hostil.



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