Detrás del Muro

Muros y migrantes: parejas disparejas

2016-10-22

 En cuanto a la frontera mexicano-estadounidense la verdad de los hechos es que una barrera...

Diego García-Sayan, El País

Las nociones o propuestas más simplistas y banales son las que algunas veces captan más adeptos y electores. La campaña electoral de Trump es un reciente y notable ejemplo. Si bien no fue suficiente para reclutar a una mayoría nacional, el hecho es que su discurso antiinmigrantes y la idea del muro divisorio con México —en el que insistió en el debate del miércoles— sí calaron en muchos sectores del electorado. A estas alturas del partido se le alejan a Trump las posibilidades de ganar las elecciones, pero es más por las barbaridades hechas y dichas acerca de las mujeres que por otra cosa.

Como suele ser en el discurso de Trump —y en el de cualquier extremista—, la receta a la mano es simplista y radical. Estas respuestas germinan bien en las tierras fértiles de la inseguridad; sea por asuntos sociales —como la amenaza al empleo por los inmigrantes— o por el peligro del terrorismo. En el fondo, sin embargo, se trata de un muy extendido y arraigado sentimiento de proteger un statu quo frente a amenazas externas —reales o imaginarias— de cambio.

Lo curioso es que en estos tiempos de flujos masivos de información y en los que es más fácil que nunca saber qué está pasando en el mundo y qué ha ocurrido en la historia, las percepciones subjetivas pueden prevalecer sobre datos evidentes y fácilmente comprobables. Uno de los mejores ejemplos es lo del "muro de Trump". Debería haber sucumbido como propuesta a las pocas horas de efectuada de haberse tomado en cuenta algunos hechos importantes fácilmente verificables como los tres siguientes.

Primero, el hecho de que el fenómeno migratorio de masas no es algo reciente o que apareció de pronto. En los últimos 50 años el número de migrantes se ha mantenido más o menos constante. No hay pues nada nuevo bajo el sol salvo que, acaso, se activan nuevas corrientes migratorias como consecuencia de nuevos acontecimientos —como, ahora, la guerra en Siria—, pero que no cambian significativamente las grandes cifras globales.

Segundo, que la larga historia de la humanidad está plagada de muros protectores que, por lo general, quedaron literalmente superados o derruidos frente a amenazas externas, reales o supuestas. Desde las ciudades amuralladas medievales, con lo que, a lo más, lo que se logró fue retrasar encuentros indeseados hasta lo que ha ocurrido —y está ocurriendo ahora—, cuando los muros y las expulsiones masivas están nuevamente de moda no sólo en el discurso de Trump.

Durante el Gobierno de Obama han sido deportadas más de 2,5 millones de personas; más que por ningún otro Gobierno estadounidense. En Hungría ya han construido una valla de casi 200 kilómetros para parar a los refugiados de Siria y en Calais, Francia, otra para que no se cuelen al eurotúnel.

En tercer lugar, que en cuanto a la frontera mexicano-estadounidense la verdad de los hechos es que una barrera —pretendidamente infranqueable— ya existe en buena parte de la frontera y que, por el otro lado, suena irreal que alguien vaya a construir, ya no una valla, sino un muro a lo largo de 3,200 kilómetros. Cierto, la muralla china es más larga pero esta demoró varios siglos en construirse.

Circunstancias como estas tres muestran un dato indiscutible: los muros por lo general no funcionan y sólo han servido para generar más tensiones y violencia, afincando el extremismo chovinista en países como Hungría o dándole más carne de cañón a coyotes y demás traficantes. Siempre hay y habrá forma de pasar esas vallas o muros pero con mayores costos en vida de personas. Es sólo con reglas civilizadas y concordantes con el derecho internacional que este tipo de situaciones se podrá regular correctamente.



JMRS
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