Muy Oportuno

Tecnología y Cristiandad

2017-07-25

Parece que la gran aventura para las generaciones contemporáneas consiste en saber operar y...

Antonio Borda

Aunque todavía quedan algunos lugares de nuestro planeta totalmente inexplorados, ya no hay fuerza laboral de emprendimiento para conquistarlos, colonizarlos e incorporarlos a nuestra civilización.

Agotado el temple colonizador del hombre occidental y su voluntad de llevar no solamente comodidad, salud y progreso sino también Dios, educación y buenas maneras a lugares que los desconocen, el crecimiento y expansión del ingenio humano pareciera estancado. Incluso algunos misioneros de legendarias órdenes religiosas intentan sacarle el cuerpo a las mortificaciones, renuncias e incomodidades que exige ese apostolado que santificó y martirizó tantos hombres y mujeres hasta el siglo antepasado.

Hoy las cosas han cambiado mucho. Los gobiernos laicos no ven con buenos ojos que se lleve el Evangelio a pueblos que lo ignoran mientras toleran que los rituales de los chamanes de culturas primitivas se revivan y tomen cuenta de nuestras ciudades.

Parece que la gran aventura para las generaciones contemporáneas consiste en saber operar y descubrir nuevas aplicaciones con la tecnología, cómodamente sentadas y con un resplandeciente screen al frente sea del tamaño que fuere. Ese se ha constituido el gran desafío de hombres y mujeres en plena vitalidad creadora, recursiva e innovadora. Desbravar selvas, desecar pantanos, sembrar, cultivar y cosechar, adaptar razas animales al medio ambiente, mejorarlas genéticamente por selección natural nacida de la simple observación, incluso conquistar otros planetas, y sobre todo buscar almas para Dios, ha ido olvidándose, y es solamente lo que los programas sistematizados de Silicon Valley indiquen y no más.

La tecnología ha sido una de las grandes conquistas de la cristiandad, lo cuestionable es la liberal aplicación descontrolada que de ella se ha hecho en algunas partes. No hace mucho la gran mayoría de los pueblos del mundo soñaba con la tecnología de Europa y Norteamérica cristianas para conocer y disfrutar los nuevos inventos. Pero no era solamente los pueblos de Asia, África y Iberoamérica, sino incluso las naciones que gemían atrás de la cortina de hierro -con todo y que habían sido cristianas. Occidente cristiano con sus democracias, fuesen parlamentaritas, presidencialistas o monárquicas, y sus progresos en materia de salud, comunicaciones, higiene, elegancia, recreación y arte, era el ideal de desarrollo.

La clave no estaba solamente en la capacidad investigativa y el conocimiento académico acopiado por siglos en nuestras universidades y bibliotecas medievales. Claro que de allí salió la búsqueda de la comodidad, utilidad y estética para todo lo que la inteligencia redimida y bautizada creaba para el mundo entero. Los laboratorios, talleres y fábricas combinaban fórmulas matemáticas, físicas y químicas para idear medicaciones, puentes monumentales, carreteras atrevidas, líneas férreas resistentes y transportes aéreos o navales veloces y seguros. Pero la verdadera clave está en ese hombre redimido, bautizado y como que transubstanciado en ángel por la gracia de virtudes teologales y cardinales recibidas en la leche materna, en la canción de cuna y en los sacramentos. No reconocerle a la cristiandad la fuerza propulsora del desarrollo tecnológico puede ser ignorancia o simple mala fe para con un credo del que nacieron impulsos y crecimientos invaluables para la humanidad. Otras naciones no cristianas, apenas han sido unas minuciosas replicadoras perfeccionistas de inventos de la Cristiandad occidental. Y los inventos que llegaron de ellas cuando los exploradores europeos los trajeron, fueron comprobadamente mejorados y puesto al servicio de toda la humanidad.



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