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Cuba se prepara para el fin de la dinastía Castro

2018-04-18

En esa delicada situación, Díaz-Canel, un exlíder provincial y ministro de...

Azam Ahmed, TheNew York Times

LA HABANA — Se espera que Raúl Castro, quien hace 12 años sucedió en el poder a su hermano Fidel y produjo algunos de los principales cambios que se han vivido en Cuba durante las últimas décadas, dimita este jueves como presidente y le entregue el mando a un hombre ajeno a la dinastía Castro. Sería la primera vez que sucede algo así desde el advenimiento de la Revolución Cubana, hace más de medio siglo.

Durante sus dos períodos como mandatario, Castro impulsó la apertura de su país a un pequeño pero vital sector privado y, quizá lo más significativo, negoció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

El sucesor elegido por Castro es Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de 57 años, un leal miembro del Partido Comunista De Cuba que nació un año después de que Fidel llegara al poder. Su ascenso marca el inicio de una nueva generación de cubanos cuya única experiencia política ha sido la revolución: son dirigentes que experimentaron la remota abundancia que trajo el apoyo de la Unión Soviética, los períodos de privación económica después de la desaparición del bloque comunista y, en los últimos años, la fugaz distensión con Estados Unidos, su gran enemigo durante la Guerra Fría.

Los funcionarios cubanos comenzaron a reunirse en La Habana el miércoles por la mañana y presentaron a Díaz-Canel como el único candidato para remplazar a Castro, por lo que su elección por parte del Partido Comunista es casi segura.

Aunque durante años se ha pronosticado el ascenso de Díaz-Canel a la presidencia, muchos herederos se quedaron en el camino durante la búsqueda del sucesor que dirigirá a la isla; algunos de ellos cayeron en desgracia por mostrar deslealtad partidista, hacer comentarios sarcásticos o por proyectar demasiado poder para el gusto de los Castro.

En esa delicada situación, Díaz-Canel, un exlíder provincial y ministro de educación, ha demostrado el tipo de contención que aprecian los Castro. Pero esa misma cautela lo ha convertido en un enigma tanto dentro como fuera del país.

Pocos funcionarios estadounidenses, incluso los que trabajan en la Embajada de Estados Unidos en La Habana, han pasado tiempo o han conversado con él más allá de unas pocas palabras. Incluso los analistas más experimentados en asuntos cubanos tienen pocos indicios sobre qué decisiones tomará, cómo dirigirá al país y qué margen de maniobra tendrá para implementar sus propias políticas.

El próximo presidente de Cuba podría verse presionado desde múltiples frentes. Por un lado, se espera que Raúl Castro siga siendo el jefe del Partido Comunista. Incluso Fidel, quien gobernó Cuba desde la revolución, no se convirtió oficialmente en presidente hasta años más tarde, permitiendo que otros ocuparan ese cargo mientras dirigía el país.

Además de eso, la apertura diplomática con Estados Unidos se ha cerrado abruptamente bajo el mandato del presidente Donald Trump, lo que limita la capacidad de Díaz-Canel para implementar estrategias económicas.

“No hay nada en su currículum que sugiera que vaya a tomar riesgos”, dijo Theodore Piccone, un académico cubano de Brookings Institution. “Pero esa es la forma en que funciona el sistema: cualquier persona que haya estado dispuesta a correr riesgos ahora no sería considerada para ser presidente”.

Castro abandona el cargo en un momento de grandes cambios en la isla, tanto planificados como factuales. Solo en la última década, Cuba perdió a su gran líder, Fidel, lo que ocasionó que Raúl tomara medidas sin precedentes como flexibilizar el control del Estado sobre la economía y comenzar a impulsar al sector privado.

Hace dos años, la isla negoció una tregua en la tensión política con Estados Unidos, lo que allanó el camino para la reapertura de la Embajada de Estados Unidos y la primera visita de un presidente estadounidense en 88 años.

Pero en Cuba las promesas de cambio a menudo son usadas para preservar el orden dejándole poco al azar o, especialmente, a la incertidumbre política. Aunque son históricos, los cambios económicos en Cuba se han detenido, lo que ha causado una gran frustración para muchos cubanos que esperan mejores salarios y más oportunidades. Lo mismo ocurre con la inversión extranjera, que causa recelo entre los líderes políticos que temen que pueda crecer hasta el punto en que ya no puedan controlarla.

El próximo mandatario del país caribeño enfrentará distintos desafíos. Desde que asumió el cargo, Trump arremetió contra Cuba y revirtió —en espíritu aunque no totalmente en los hechos— la nueva relación que el presidente Barack Obama estableció con el gobierno cubano.

Mientras Cuba busca modernizar su economía agonizante con una nueva generación de líderes menos ligados al pasado, Estados Unidos parece estar retrocediendo hacia una política de aislamiento. Menos turistas estadounidenses visitan la isla, en gran medida debido a la decisión de Trump de volver a implementar restricciones comerciales y de viajes.

Y luego están las misteriosas dolencias que afectaron a un grupo de diplomáticos estadounidenses en La Habana. Los funcionarios dicen que fueron atacados por dispositivos no identificados que afectaron su audición. En reacción a estos hechos, Estados Unidos emitió una advertencia de viaje a sus ciudadanos y redujo en dos tercios la plantilla del personal de la embajada. Por el momento no hay una oficina en Cuba que pueda emitirle visas a los cubanos que quieren visitar a sus familiares en Estados Unidos.

No queda claro de qué manera la tensión en las relaciones con Estados Unidos afectará la capacidad de Díaz-Canel para mantener la economía y evitar la presión interna.

Aunque Díaz-Canel ha sido un prominente defensor de la apertura del servicio de Internet en la isla y es considerado como un dirigente con ideas relativamente modernas dentro del contexto cubano, no se espera que se desvíe de la línea política establecida por el partido o del camino hacia la reforma económica creado por su predecesor.

Es muy probable que gobierne con menos flexibilidad que Castro, quien gozó de un estatus especial en la isla debido a su apellido y experiencia revolucionaria. Pero Castro no está desapareciendo de la escena política: como presidente del Partido Comunista dirigirá un importante bastión del poder.

“Díaz-Canel es una de esas personas que han ascendido porque representan la visión que prevalece dentro del partido, no porque haya tomado alguna iniciativa en particular”, dijo Benjamin Rhodes, quien fue un importante asesor de Obama y es uno de los principales actores involucrados en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba. “Creo que va a estar significativamente más limitado que Fidel o Raúl”.

Sin embargo, como el rostro público de esta transición largamente esperada, Díaz-Canel se encuentra en una encrucijada entre el cambio y la tradición. Ciertamente no será una tarea fácil preservar los logros de la revolución —medicina socializada y educación, entre otros— en medio de la turbulencia económica que amenaza el futuro de la nación.

En algunos aspectos, el liderazgo de Díaz-Canel se definirá por la forma en que maneje las fuerzas que compiten dentro del país y que influirán en su propio gobierno. Hoy las calles de Cuba están repletas de jóvenes ansiosos por una nueva dinámica, una en la que el futuro se valore más que el pasado, un país donde la prosperidad individual no sea considerada una amenaza para los ideales históricos.

Pero en las filas del gobierno existe una vieja y poderosa generación de líderes que se aferran al pasado, un grupo venerado por su conexión con la revolución. Su resistencia hizo que la reforma fuera difícil incluso para Raúl Castro.

Sin tener un legado que lo respalde, Díaz-Canel tendrá que incursionar en un campo minado de tareas que incluso su predecesor no pudo completar. Lo más importante son las reformas económicas centrales para la supervivencia de la nación.

Tendrá que fomentar el sector privado en crecimiento que podría convertirse en el motor de la economía y la principal fuente de empleos, pero también deberá controlar la desigualdad de ingresos que suele generar esa apertura a la inversión.

Después de varios años de crecimiento, con el establecimiento de restaurantes y bares en La Habana y en otras ciudades, el gobierno decidió el año pasado dejar de emitir licencias para empresas privadas, un signo del temor generado por la posibilidad de que el crecimiento termine por descontrolarse.

Algunos locales viven una prosperidad sin precedentes, con largas horas de espera para acceder a platillos que cuestan tanto como salir una noche en Nueva York. En una nación donde los salarios del gobierno rondan los 30 dólares mensuales, esto ha generado preocupación no solo por la desigualdad, sino también por el potencial de una clase de empresarios que tienen los recursos para ser políticamente poderosos.

Otra prioridad es la inversión extranjera necesaria para actualizar la ruinosa infraestructura cubana. Las zonas comerciales lanzadas con mucha fanfarria por el gobierno tienen pocas perspectivas de éxito. Según los expertos, las condiciones del gobierno para la inversión extranjera siguen siendo poco atractivas.

Incluso los sectores básicos, como la comida y la energía, necesitan atención. Cuba importa la mayoría de sus productos agrícolas, así como su petróleo. La ineficiencia y la mala infraestructura han originado un pobre sistema agrícola que favorece la escasez y afecta la alimentación de muchos cubanos.

El lento colapso de Venezuela, principal benefactor de Cuba por mucho tiempo, ha acelerado la crisis disminuyendo los recursos que la isla necesita. Venezuela ya ha reducido drásticamente sus envíos de petróleo a Cuba, empeorando las finanzas del país.

Díaz-Canel tendrá que unificar las dos monedas de uso generalizado en la isla, una táctica que generará grandes ganadores y perdedores en un país que se enorgullece de la igualdad.

“Es una decisión arriesgada”, dijo Julia Sweig, experta en Cuba de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas. “La dinámica de expectativas entre los cubanos es que aún desean un Estado funcional que les brinde servicios. Y, sin embargo, también quieren que el Estado se aparte del camino”.

Sería injusto decir que Cuba no intenta salir del atraso. La nación vive un proceso de apertura iniciado por las reformas económicas impulsadas por Raúl Castro, lo que incluye la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Muchos han criticado el ritmo con el que se implementan las reformas económicas pero, en parte, la demora se debe a la magnitud del experimento que están realizando: se trata de un esfuerzo por definir su propia marca de socialismo en el mundo moderno.

Los cubanos han buscado la asesoría del gobierno chino y, más recientemente, de los vietnamitas, cuyo liderazgo político estuvo en La Habana el mes pasado para mantener conversaciones de alto nivel. Pero el gobierno cubano también está profundamente preocupado por la posibilidad de una liberalización demasiado rápida que convertiría sus frágiles conquistas sociales en un espectáculo secundario para los turistas que buscan el próximo gran destino caribeño.

Moverse demasiado lento implica correr el riesgo de un colapso económico y el descontento generalizado, especialmente de una población joven que solo ha conocido tiempos difíciles. Moverse demasiado rápido significa correr el riesgo de desmantelar el proyecto social de Cuba.

Para aclarar este punto, Raúl Castro le ha mostrado a los jóvenes funcionarios un documental sobre la clase oligarca en Rusia después de la desaparición de la Unión Soviética. En Cuba, las proyecciones son vistas como una advertencia sobre cómo una nación y sus valores pueden destruirse si la transición económica no se gestiona cuidadosamente.

“Raúl Castro se muestra conservador si el futuro del régimen y el futuro de los logros de la revolución están en peligro”, dijo Hal Klepak, analista militar y biógrafo de Raúl Castro. “Es reformista en cualquier otra ocasión”.

Ese es el tipo de continuidad que muchos esperan de Díaz-Canel, especialmente con Raúl Castro todavía en la presidencia del partido.

“Creo que es muy inteligente y muy cauteloso. Será mejor que sea así durante un tiempo, hasta que entregue algunos resultados”, agregó Klepak sobre Díaz-Canel. “Lo veo como un reformista con credenciales raulistas: es reformista mientras la reforma refuerce los logros de la revolución”.

“En el momento en que el reformismo amenace los logros de la revolución, se voltea”, agregó.



regina

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