Tras Bambalinas

Italia: Lo imposible como cotidiano

2018-03-07

Las elecciones italianas, en cierto modo, han sido las más complicadas en mucho tiempo para...

PABLO R. SUANZES | El Mundo


La UE está acostumbrada y equipada para lidiar con todo tipo de crisis, siempre y cuando sean binarias. Syriza contra el Eurogrupo. Los países que aceptan acoger refugiados contra Visegrado. Los 27 contra Reino Unido. Todos frente a Rusia. Pero cuando las variables se multiplican, el debate se sofistica y las opciones dejan de ser dicotómicas, el discurso político se diluye y el rey desnudo se muestra con toda claridad.

Las elecciones italianas, en cierto modo, han sido las más complicadas en mucho tiempo para la UE, entendida en su conjunto, como suma de las partes y como las instituciones con sede en Bruselas. Las de Holanda, Francia y Alemania del año pasado eran, más peligrosas, de supervivencia, por el delicado momento y los actores implicados. Pero al mismo tiempo, eran fáciles de presentar, porque suponían una batalla entre el mal y el bien en términos muy definidos. De un lado, Wilders, Le Pen y Alternativa para Alemania (ayer eufóricos junto a Farage); del otro, todos los demás. Austria fue un disgusto, pero con el eje moviéndose a la derecha cada día que pasa no hubo la misma reacción que contra Haider antaño, a pesar de que la amenaza es casi la misma.

Todo esto, en Italia, el país que ha convertido el populismo y el show político en un arte desde hace un cuarto de siglo, no se daba. No han sido elecciones sobre Europa, pero todo giraba en torno a ella. Y el resultado, en ese sentido, ha sido nefasto. Con Cinco Estrellas, que hasta anteayer tenía en el escepticismo sobre el proyecto comunitario y la moneda única como uno de sus ejes centrales. Con la Liga, con un discurso contra prácticamente todo lo que la UE defiende o representa. Con el regreso, aunque fallido, de Berlusconi, al que sus pares continentales creyeron liquidado en noviembre de 2011. Una pesadilla para una Unión que depende, para todo lo importante, del consenso y la unanimidad y tiene el veto y el bloqueo a disposición de cada capital.

"Quiero dar las gracias a Jean-Claude Juncker, porque cada vez que abre la boca yo gano votos", dijo ayer Matteo Salvini, y no sin falta de razón.Juncker, como la UE, es el tentetieso al que todos dan palos. Por las políticas de austeridad o la disciplina fiscal. Por exigir que todos cumplan las cosas que prometieron. Porque no llega más dinero o ayuda para un área afectada por un terremoto o para las operaciones marítimas de rescate en el Mediterráneo. A diferencia del pasado, el respaldo de Bruselas es algo tóxico.

Una Europa a menor escala

Europa es un chivo expiatorio y blanco fácil. Lo suficientemente ajena para que no se defienda y tan compleja, aséptica y distante para que casi nadie la aprecie. Es, también, la prueba de que la cooperación, la eficacia, la paz, son elementos indispensables pero insuficientes por sí solos. La UE pierde una batalla detrás de otra y demasiadas veces por incomparecencia o por la arrogancia, la cerrazón y la displicencia de líderes de otra época que se comunican y piensan mediante códigos y estructuras obsoletas.

Muchos tomaron nota en Europa de cara al futuro. Se ha desmontado la leyenda de que el poder y la mala gestión de una nueva formación (Cinco Estrellas en Roma) desgastan. La esperanza de que los lazos de Salvini con Moscú pasaran factura. La ilusión de que una mejora económica (un decir en un país que lleva con crecimiento estancado tres lustros) y el cambio de políticas europeas, junto a una gestión razonablemente eficiente deGentiloni y sus ministros, bastaran para generar confianza.

Italia es Europa a menor escala. Con fracturas territoriales, deuda insoportable y diferencias de financiación y calidad de vida entre Milán y Sicilia propias de dos continentes. Con movimientos nacionalistas y separatistas, un discurso xenófobo rampante y bancos que se hunden y son rescatados burlándose de las normas y los ciudadanos. Con un bipartidismo tradicional en crisis y una brecha generacional creciente. Y todo en un marco legislativo anquilosado y una clase política a años luz de las calles e incapaz.

A pesar de todo ello, Italiatiene una voz propia. Es una potencia económica y diplomática que se mueve como nadie y tiende a salirse con la suya en el último momento. Que logra el pacto donde los demás acabarían en guerra civil. Por eso, tras medio siglo viendo cómo lo imposible se convierte en cotidiano, nadie en Bruselas ha tirado la toalla todavía. En los pasillos comunitarios, eso sí, resuena una y otra vez la vieja viñeta de Altan: "el italiano es un pueblo extraordinario, pero me gustaría tanto que fuera uno normal".
 



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