Editorial

Candidato Trump

2016-05-05

Desde que anunciara su participación en las primarias, Trump ha protagonizado situaciones y...

Editoria, El País

El abandono del senador Ted Cruz y del gobernador John Kasich de la carrera por la nominación republicana para las elecciones presidenciales de noviembre deja libre el camino para que el millonario Donald Trump sea proclamado oficialmente candidato a la Casa Blanca en la convención de julio. Se abre un escenario real en el que un candidato populista, xenófobo, homófobo y machista encabezará una de las dos opciones para ocupar la presidencia de Estados Unidos durante los próximos cuatro años.

Desde que anunciara su participación en las primarias, Trump ha protagonizado situaciones y hecho declaraciones inaceptables para quien aspira a ostentar el cargo político electo más poderoso del mundo. En parte por ese comportamiento extravagante se minusvaloraron sus opciones de triunfo, a la espera de que las primarias acabaran mostrando el disgusto del elector conservador republicano hacia un candidato al que la propia dirección del partido rechazaba. No ha sido así. Su campaña se ha visto coronada por victorias en ámbitos diversos que demuestran un claro respaldo popular: si cualquier otro republicano que no fuera Trump hubiera sacado los mismos resultados, probablemente sus rivales se hubieran retirado hace tiempo.

El Partido Republicano, sin una estrategia clara ni candidatos convincentes, ha fracasado en sus intentos de bloquear la nominación. Primero, buscando sus derrotas en las sucesivas primarias; luego, forzando el proceso a favor de Cruz en Estados como Colorado; a continuación, agarrándose a la fantasía de una Convención abierta, a pesar del riesgo político —y de orden público— que esto supone...

Pero lo que el establishment conservador no ha entendido en todo este tiempo es que ha sido el mismo partido el que, durante años, ha sentado las bases para el paseo triunfal de Trump: ha tolerado —y simpatizado con— la existencia en su seno de un movimiento populista radical como el Tea Party, que ha minado sistemáticamente la confianza en la clase política; ha sometido al Congreso a una parálisis por motivos puramente tácticos; y ha llevado al límite su hostilidad contra la Casa Blanca por el hecho de estar en manos del partido rival, permitiendo incluso bulos que ponían en duda la legitimidad de Barack Obama para ser presidente.

Sean acertados o no los análisis en EE UU que pronostican que con el triunfo de la candidatura de Trump se asiste al suicidio de un partido con 160 años de historia —y hay ya reputados conservadores que hacen pública su intención de votar por Hilary Clinton en noviembre— lo cierto es que su consagración es la fase final de un proceso que comenzó cuando los republicanos todavía ocupaban por última vez la Casa Blanca, con George W. Bush.

Trump ha sabido combinar los reflejos antisistema de un partido que es parte fundamental del sistema con el profundo descontento causado entre la clase media por la crisis económica, todo aderezado con grandes dosis de escándalo y polémica. Para preocupación de lo que quede de sensato en el Partido Republicano, y sin duda para desasosiego del escenario global, Donald Trump ya no tiene en su campo rivales en la carrera hacia la Casa Blanca.


 



KC
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