Reportajes

El papa Francisco y la renovación de la Iglesia

2015-04-06

Permitirles a los católicos orar en sus idiomas locales "fue un gesto valiente de la...

Francis X. Rocca, The Wall Street Journal

Un sábado del mes pasado, el papa Francisco celebró misa en la iglesia de Ognissanti (iglesia de Todos los Santos) en uno de los vecindarios de clase obrera en Roma. Poco conocida para turistas o historiadores del arte, Ognissanti fue el sitio de un evento transcendental para la historia de la Iglesia Católica: exactamente hace 50 años, el papa Pablo VI fue a este templo a celebrar la primera misa papal en italiano en lugar del tradicional latín.

Conmemorando ese aniversario, el papa Francisco dejó en claro su perspectiva sobre la misa en el idioma del pueblo, uno de los cambios más visibles que trajo el Concilio Vaticano II (1962-65). La práctica les sigue doliendo a tradicionalistas católicos que lamentan la unidad de toda la Iglesia que provenía de una lengua común.

Permitirles a los católicos orar en sus idiomas locales "fue un gesto valiente de la Iglesia al acercarse al Pueblo de Dios", dijo el papa Francisco a una multitud que se reunía afuera. "Es importante para nosotros poder seguir la misa así. Y no se puede retroceder, hay que ir siempre adelante y el que retrocede se equivoca".

En sus dos años al frente de la Iglesia, el pontífice ha atraído atención por sus gestos no convencionales —como personalmente dar la bienvenida a personas sin hogar a la Capilla Sixtina el mes pasado— pero esos gestos tienen su mayor importancia como señales de la nueva dirección radical en la que busca dirigir a la Iglesia Católica: hacia su visión de la promesa del Concilio Vaticano II. Tanto la aclamación como la alarma que Francisco ha generado como Papa han sido respuestas a su papel en la larga batalla en torno al legado del concilio.

Durante medio siglo, los católicos ordinarios y sus líderes han debatido, a menudo de manera vehemente, sobre si los cambios que le siguieron al concilio se excedieron o se quedaron cortos. Los predecesores inmediatos del papa Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, dedicaron buena parte de sus pontificados a corregir lo que consideraron desviaciones no justificadas de la tradición en el nombre del Vaticano II.

Ahora, el papa Francisco ha dado marcha atrás de manera eficaz. En palabras y actos, ha argumentado que los problemas de la Iglesia reflejan no temeridad sino timidez en la interpretación y aplicación de los principios del Vaticano II, especialmente el llamado del concilio a la Iglesia a abrirse al mundo moderno. "Normalmente toma medio siglo para que un concilio empiece a captarse", apunta el cardenal Timothy Dolan, de Nueva York. "Ahora tenemos un Papa que dice, Mira, acabamos de tener cinco décadas de debates internos y controversia sobre el significado del Vaticano II, y ahora es hora de ponerlo en práctica. Y eso es lo que está haciendo".

La visión del Papa sobre el Vaticano II ha producido un cambio dramático en prioridades, con un énfasis en la justicia social por encima de polémicas enseñanzas morales y una relación más amistosa con la cultura secular. Esto ha alarmado a aquellos que temen una erosión del papel de la Iglesia como el principal baluarte de la moral tradicional en Occidente, particularmente ante batallas acaloradas sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, la bioética, el aborto y la libertad religiosa.

El papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II con la intención declarada de traer "aire nuevo" a la Iglesia. En su discurso inaugural, instó a la Iglesia a "usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad" o "condenas". Más de 2,500 obispos de todo el mundo asistieron a las cuatro sesiones, que generaron 16 documentos oficiales actualizando las enseñanzas de la Iglesia sobre, entre otras cosas, las escrituras, el culto, la libertad religiosa y las relaciones con los no católicos.

Los cambios fueron dramáticos. Roma absolvió al pueblo judío de la culpa colectiva de la muerte de Jesucristo y declaró que la alianza de Dios con ellos nunca fue abrogada. Los católicos empezaron a escuchar hablar sobre los ortodoxos y protestantes como los "hermanos separados", mientras que los líderes de la Iglesia hablaron sobre una "fraternidad" con los no cristianos.

Los años después del concilio trajeron cambios culturales a la Iglesia, empañando muchos aspectos de la identidad católica. Las mujeres dejaron de llevar velo en el templo, y los católicos comenzaron a comer carne los viernes. Las monjas se mudaron de conventos a departamentos. El matrimonio interreligioso dejó de ser un tabú. Los sacerdotes empezaron a confesar en lugares más conversacionales, en lugar de hacerlo sólo en los confesionarios.

Al mismo tiempo, la Iglesia en Europa y Estados Unidos sufrió un declive pronunciado en la asistencia a misa y en la adherencia a la moralidad tradicional, con la revolución sexual y la propagación de los anticonceptivos y el aborto legalizado. Medio siglo después del concilio, la población de monjas en EU ha descendido en más de 70% y la cantidad anual de ordenaciones sacerdotales en 50%.

Los papas Juan Pablo y Benedicto, que habían jugado papeles clave en el Vaticano II, concluyeron que la Iglesia había ido demasiado lejos y demasiado rápido en innovaciones que van desde el abandono de las vestimentas religiosas hasta la aceptación de ideas liberales en cuanto a la moralidad sexual. En respuesta, emitieron el primer catecismo universal desde el siglo XVI, presentando sistemáticamente las enseñanzas fundamentales de la Iglesia; censuraron la disidencia entre teólogos y dentro de órdenes religiosas; y revirtieron medidas para expandir el papel de los obispos en el desarrollo de las prácticas y las enseñanzas de la iglesia.

También enfatizaron las diferencias entre el catolicismo y otras religiones y facilitaron la celebración de la misa tradicional en latín. Sus esfuerzos tenían la intención de reafirmar la identidad distintiva de la Iglesia ante lo que Benedicto más tarde llamó la "desertificación espiritual" del secularismo.

El papa Francisco, el primer pontífice en recibir la ordenación después del Vaticano II, es muy hijo del concilio. Eso lo marcó durante sus años de estudio en la orden jesuita en Argentina —fue ordenado solo cuatro años después de la conclusión del concilio—, cuando siguió con entusiasmo los sucesos en Roma. En la víspera del conclave de 2013 que lo eligió Papa, el entonces cardenal Bergoglio identificó la principal amenaza de la Iglesia: no la intrusión de la cultura secular sino una tendencia entre los mismos católicos, especialmente dentro de las instituciones eclesiásticas, de retirarse hacia guetos de su propia creación. El riesgo, afirmó, era de "narcisismo teológico".

Como pontífice, Francisco ha utilizado la autoridad moral de su cargo para impulsar una agenda marcadamente distinta, exigiendo una "iglesia pobre para los pobres" y vituperando ideologías de libre mercado. Ha dicho que la Iglesia debería mostrar "misericordia" hacia católicos divorciados y vueltos a casar (a los que el derecho eclesiástico no permite recibir comunión), se ha salteado reglas litúrgicas para lavar los pies de musulmanes y mujeres, y recibido a un transexual en el Vaticano.

"Este papa es un hombre muy del (Vaticano II)", expresa el arzobispo Blaise J. Cupich, de Chicago. "Comprende cómo la Iglesia debe colocarse al servicio del mundo, en el que no impones sino que proponemos".

Desde el momento en que fue elegido, el estilo campechano del papa Francisco y la desconsideración del protocolo en temas de vestuario y decoro han reflejado su visión de una papado más cercano al pueblo. Su imagen pública ha incitado curiosidad y benevolencia, pero algunos creen que su cambio en prioridades ha quitado la presión sobre la sociedad secular y los líderes políticos sobre temas contenciosos como la ética sexual y médica.

El conocimiento del papa Francisco del Vaticano II fue profundamente influenciado por su pasado de jesuita y argentino, según Austen Ivereigh, autor de la reciente biografía papal, El gran reformador. Los jesuitas se veían a sí mismos en la primera filas de la aplicación de las enseñanzas del concilio, con un énfasis particular en la justicia social y la paz. Una asamblea de obispos latinoamericanos adoptó un programa basado en el Vaticano II que declaró una "opción preferencial por los pobres".

Este énfasis ha sido claro en las declaraciones públicas del pontífice. "No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa", escribió el papa Francisco en 2013. Días después, el presidente Barack Obama citó el pasaje en un discurso sobre desigualdad de ingresos.

Según el padre H. Miguel Yáñez, un cófrade jesuita del Papa y también argentino, el papa Francisco "da por hecho" el Vaticano II. "En lugar de argumentar sobre el pasado… propone un nuevo tipo de evangelización que es tan radical que nos olvidamos sobre las diferentes interpretaciones y avanzamos", apunta Yáñez. "Francisco está más preocupado por tener un diálogo con el mundo contemporáneo… que por ciertos puntos de tradición que le importaban a Benedicto".

El relativo silencio del Papa respecto de ciertas enseñanzas morales hoy ampliamente disputadas ha dejado a algunos con la inquietud de que aquellas son ahora de importancia secundaria. Francisco despertó esas preocupaciones en el verano de 2013, por ejemplo, cuando le dijo al editor de una revista jesuita que "no podemos insistir únicamente en cuestiones relacionadas con el aborto, el matrimonio gay y el uso de métodos anticonceptivos".

Seis meses después de convertirse en Papa, Francisco aún no había hecho una declaración significativa sobre el aborto, ni siquiera durante la homilía de una misa especial celebrada en el Vaticano con activistas antiaborto. "Estoy un poco decepcionado de que Francisco que no haya... dicho mucho acerca de los niños no nacidos, sobre el aborto", dijo el obispo de Rhode Island, Thomas J. Tobin, en septiembre de 2013. "Mucha gente se ha dado cuenta de eso".

Líderes de la Iglesia se han quejado en privado de que el frecuentemente citado comentario del Papa sobre los sacerdotes gay ("¿Quién soy yo para juzgar?") ha hecho más difícil para ellos la defensa de las enseñanzas de la Iglesia. En noviembre de 2013, legisladores católicos en Illinois citaron esas palabras para explicar su apoyo a un proyecto de ley de matrimonio entre personas del mismo sexo.

Otra fuente de tensión es el enfoque del Papa sobre el gobierno de la iglesia, sobre todo el equilibrio de poder entre el Papa y los obispos. A finales del siglo XIX, el Concilio Vaticano I afirmó la primacía de la autoridad papal, incluso declarando al Papa infalible en determinadas cuestiones. Vaticano II buscó un nuevo equilibrio al enseñar que el Papa comparte su autoridad con los obispos en virtud de un principio de "colegiabilidad".

Los papas Juan Pablo II y Benedicto desconfiaban de la acción colectiva de los obispos, sobre todo en las enseñanzas fundamentales de la Iglesia. Francisco, por el contrario, ha pedido una mayor devolución de poder a los obispos. "La excesiva centralización", ha escrito, "en lugar de ser útil, complica la vida de la Iglesia y su proyección misionera".

Cuando llevaba pocas semanas de su pontificado, Francisco estableció un nuevo cuerpo de ocho (más tarde nueve) cardenales, con representantes de cada continente, para que lo asesore en las principales cuestiones de gobierno de la Iglesia, incluyendo una reforma radical de la burocracia vaticana. "El Papa está diciendo, tengo que escuchar sus voces, no sólo las voces de la gente que vive en Roma", afirma el cardenal Donald Euler de Washington, DC.

El modo más ambicioso y polémico en que Francisco ha promovido la colegialidad es a través del Sínodo de los Obispos, establecido por el Papa Pablo VI en el período inmediatamente posterior al Vaticano II. Francisco ha convocado una reunión en dos sesiones de dicho cuerpo (la primera tuvo lugar en el otoño boreal pasado y la segunda se llevará a cabo en octubre) para discutir cuestiones relacionadas con la familia, incluyendo temas controversiales como la homosexualidad, la anticoncepción y la posibilidad de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente puedan recibir la comunión.

El Sínodo generó controversias incluso antes de comenzar, cuando el Vaticano envió un cuestionario a las conferencias episcopales de todo el mundo animándoles a recoger la opinión de los laicos. La conferencia de Inglaterra y Gales subió el cuestionario al sitio SurveyMonkey para que los feligreses pudieran llenarlo en línea. Varias conferencias y obispos publicaron resúmenes de las respuestas de los fieles, pero otros se quejaron diciendo que la enseñanza de la Iglesia no debía someterse a una encuesta de opinión pública.

En la primera sesión del Sínodo, el Papa les dijo a los cerca de 200 obispos reunidos en el lugar que hablaran "sin miedo" y dijeran "lo que uno sienta que es su deber en el Señor decir". El debate que siguió, dentro y fuera del recinto, fue el más feroz que el Vaticano haya visto desde el propio Vaticano II, con acusaciones sotto voce de herejía, racismo y hasta advertencias de cisma.

Un documento emitido hacia la mitad de las deliberaciones desató una ola de protestas por su lenguaje conciliador sobre las parejas de hecho, los divorciados y vueltos a casar católicos y las uniones del mismo sexo. El cardenal australiano George Pell, jefe de finanzas del Papa, denunció el documento. "No vamos a ceder a la agenda secular, no estamos colapsando de golpe", dijo Pell a Catholic News Service.

El cardenal estadounidense Raymond Leo Burke fue más allá, diciendo a la revista española Vida Nueva que la Iglesia era como un "barco sin timón" y haciendo un llamado a Francisco para poner fin al debate con una reafirmación inequívoca de las enseñanzas morales tradicionales. El Papa no le respondió.

"La imagen pública que se proyectó fue de confusión", dijo después del sínodo el arzobispo de Filadelfia, Charles J. Chaput. "Creo que la confusión es del diablo", señaló, aunque agregó que no creía que eso era lo que había ocurrido en el Sínodo.

Estas tensiones recordaron las vividas durante el Concilio Vaticano II, que tenía como objetivo actualizar la práctica pastoral de la Iglesia, dice el Cardenal Wuerl, quien ayudó a redactar el documento final de la primera sesión del Sínodo, en el que las cuestiones más controvertidas quedaron sin resolver.

"Si su punto de partida es "Ya tenemos las respuestas", el proceso se vuelve difícil de manejar", dice el cardenal Wuerl. Pero el Papa "está diciendo: Tenemos la revelación, pero no tenemos su aplicación para todos los tiempos; no pretendo que lo sepamos todo y que tengamos todas las respuestas", agregó.

Los obispos se reunirán nuevamente a principios de octubre para reanudar el debate y elaborar sus recomendaciones. Cualquier cambio en el enfoque de la Iglesia respecto de las cuestiones relativas a la familia será decisión del Papa. Sin embargo, su palabra no será la última.

El cardenal alemán Walter Kasper es el defensor más prominente de permitir a los divorciados y vueltos a casar que reciban la comunión. Aunque sostiene que la mayoría de los católicos y de sus líderes han dado la bienvenida a la apertura Francisco el pasado otoño (de acuerdo con el National Catholic Reporter) dijo en una audiencia que hay una minoría significativa de obispos que piensa de otra manera. Han estado "ejerciendo moderación y midiendo sus golpes", señaló, "y esperarán el final de este pontificado".

Francis X. Rocca es corresponsal de The Wall Street Journal en Roma, autor de dos libros y director de un documental sobre el Concilio Vaticano II.



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