Nacional - Seguridad y Justicia

¿Pueden las autodefensas de Michoacán crear un mini-Estado funcional?

2018-01-19

Él había visitado Tancítaro en fechas recientes con motivo de un libro que...

Por MAX FISHER y AMANDA TAUB The New York Times

Hay algo embriagantemente utópico acerca de la historia de Tancítaro.

Este pueblo ha logrado autogobernarse en el estado mexicano de Michoacán —una zona cero de la guerra contra el narcotráfico— en la que han fallado numerosos experimentos similares. No hay cárteles de la droga, pero tampoco hay presencia policial o de políticos mexicanos, que son vistos en gran medida como parte del problema. El lugar tiene sus propias instituciones. Es seguro.

“Es un pueblo agradable. Puedes recorrerlo caminando durante el día o la noche. Es muy bonito”, comentó en agosto Guillermo Valdés, exdirigente de la agencia nacional de inteligencia mexicana. “Se encargan ellos mismos”.

Valdés nos habló de Tancítaro al final de una larga entrevista en una cafetería de Ciudad de México, donde nos reunimos para hablar de áreas que estaban en proceso de una forma sutil de secesión. Fue el tipo de comentario que un entrevistado hace cuando ya se formularon las preguntas formales y las libretas para anotar están cerradas; un comentario casual que modifica la nota.
 
Él había visitado Tancítaro en fechas recientes con motivo de un libro que estaba escribiendo acerca de la guerra contra el narcotráfico y le pareció interesante el experimento de autogobierno. El lugar es un centro global de la producción de aguacate: exporta el equivalente a un millón de dólares a diario. Los dueños de los aguacatales utilizan ese dinero para financiar grupos de autodefensas que vigilan y patrullan el pueblo.

Pero mientras más escuchábamos acerca de Tancítaro, más nos parecía que había algo raro. Hubo algo que dijo Valdés que nos llamó la atención: “Sacaron a todos los criminales”.

Bien, pero ¿cómo separaron a los criminales de los inocentes? ¿Quién hizo la selección? Hay una versión de esto que parece sacada del Viejo Oeste, severa pero justa, y hay una versión que suena más a pueblos controlados por los cárteles de la droga.

“Es muy difícil creer que Tancítaro es sencillamente una isla de paz y transparencia perfecta en Michoacán”, señaló Romain Le Cour Grandmaison, quien estudia temas de seguridad de México y Centroamérica en Noria Research y ha visitado el pueblo.

Falko Ernst, su colega en el grupo de análisis Noria, agregó: “Tienes a un grupo armado actuando en nombre de la autoridad política real” —la Junta de Sanidad Vegetal, una organización de agricultores de aguacate adinerados─ “que limpia el lugar a su nombre y conforme a sus intereses”.

Mientras más sabíamos acerca de Tancítaro, nos parecía menos utópico y más distópico.

Pero la verdad, o al menos lo que logramos comprender de ella, no correspondía con lo uno ni con lo otro, y tampoco se situaba en el medio. Era, o parecía ser, tanto una utopía como una distopía a la vez.

Tancítaro es, en efecto, muy seguro. La primera noche que Dalia Martínez, una periodista radicada en Michoacán que colaboró con nosotros para el artículo, visitó el pueblo, había una fiesta callejera con familias paseando. Las calles eran seguras incluso de noche, como dijo Valdés; estaban limpias.

Los aguacatales también eran seguros: estaban custodiados por los paramilitares uniformados. Aunque se sentía un cambio palpable hacia las afueras del pueblo, en el perímetro de lo que se conoce como “tierra caliente” –en referencia al nombre dado a la zona por el clima caluroso pero también a que es territorio de cárteles—. El comercio del aguacate parece estar en auge.

Sin embargo, al escarbar bajo la superficie queda claro que el sistema en Tancítaro es excelente para brindar seguridad, pero no había desarrollado prácticamente ninguna de las demás funciones básicas de un Estado.

Cinthia García Nieves, una organizadora comunitaria que se mudó al lugar para tratar de ayudar a construir verdaderas instituciones, describió los esfuerzos para establecer mecanismos de justicia comunitarios y consejos ciudadanos. Esperaba que se convirtieran en una especie de sistema de justicia y que, si no llegaban a ser un gobierno democrático, al menos se volvieran una manera de involucrar a los ciudadanos.

Pero dijo que ambos esfuerzos se han estancado; el poder sigue en manos de las autodefensas. “La autoridad es confusa, de cierta manera. ¿Quién la legitima entonces? ¿Quién es la verdadera autoridad?”, preguntó.

Eso nos hizo pensar en distintos tipos de lugares en los que terratenientes acaudalados habían impuesto un seudogobierno mediante la contratación de grupos de hombres armados. Otro término aplicable a ellos es el de “señor de la guerra”, o cacique, que usamos no como un juicio de valor, sino como una definición.

Consideramos a los caciques como agentes de la maldad y la violencia, y a menudo lo son, pero solo en la misma medida en la que son síntomas de la descomposición del Estado. Son el resultado de cuando un fracaso del Estado, el acceso a los recursos naturales y la seguridad de la población local se solapan.

México no es un Estado fallido ni está cerca de serlo; no obstante, en algunos núcleos del país sus instituciones se han desmoronado lo suficiente para que imperen condiciones que asemejan las de un Estado fallido. Eso incluye al área circundante de Tancítaro, rica en recursos naturales. Quienes tienen acceso a dichos recursos los utilizan para lograr un monopolio de la violencia, para crear suficiente estabilidad con el fin de mantener su acceso a ellos. Así se convierten en señores de la guerra.


Vivir bajo su control no es lo mismo que vivir bajo las leyes de un Estado, sin importar cuántos consejos ciudadanos se instalen. Su control es, por definición, arbitrario y no rinden cuentas a nadie. Puesto que legitiman su ley mediante la violencia, la amenaza de que ejerzan esa violencia se impone.

No obstante, vivir bajo el mando de un cacique es mucho mejor, al menos en ciertos aspectos, que vivir en la anarquía, que se acerca más a describir la vida en las zonas circundantes, donde el Estado solo tiene una presencia parcial y los grupos criminales llenan el vacío.

Existe un famoso ensayo de ciencia política —uno de los favoritos de Amanda, que además fue la inspiración para nuestra cobertura en México— titulado War Making and State Making as Organized Crime (a veces traducido como Guerra y construcción del Estado como crimen organizado). Su autor, Charles Tilly, describe cómo los caciques y los mafiosos de la Europa medieval evolucionaron de forma gradual, a lo largo de varios siglos, hasta formar los Estados modernos.

Hay variantes de esta teoría que se aplican cada vez más a Afganistán. Académicas como Dipali Mukhopadhyay, de la Universidad de Columbia, y Frances Z. Brown, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, postulan que los señores de la guerra afganos, quienes proveen lo más cercano a un gobierno estable en algunas partes del país, algún día podrían construir un Estado desde cero.

Sin embargo, este es un proceso que tarda generaciones, si es que llega a funcionar, según nos comentó Mukhopadhyay para un artículo acerca de Afganistán. En lo que se forja hay que superar muchas adversidades y dolor. Y funcionó en la Europa medieval en parte porque los Estados nacientes pudieron desarrollarse durante siglos sin enfrentarse prácticamente a ningún obstáculo.

Lo que puede dificultar el proceso, dijo Mukhopadhyay, es que aún haya cierta presencia de un Estado central que se oponga a estos esfuerzos dirigidos por caciques que apuntan hacia la construcción orgánica de un Estado. Eso ha estado sucediendo durante varios años en Afganistán, donde en ocasiones Estados Unidos presiona al gobierno central para que desafíe la autoridad de los señores de la guerra y otros años presiona al gobierno para que los tolere.

Parece que ese también podría ser el futuro de Michoacán. El gobierno tiene la fuerza suficiente para reafirmar su autoridad en Tancítaro, como sucedió hace unos años en zonas de la entidad menos funcionales dirigidas por autodefensas que fueron incorporadas como policía comunitaria.

Ernst sugiere que el gobierno se ha negado a hacerlo por miedo a que alterar la seguridad de Tancítaro y los ingresos por el comercio del aguacate signifiquen un gran riesgo político. Pero ese cálculo siempre es susceptible de cambio.

Para nosotros, Tancítaro es el microcosmos de un problema que actualmente se manifiesta en gran parte del mundo, originando muchas de sus peores crisis: núcleos de caciquismo dentro de Estados funcionales. Estos ayudan al Estado a proporcionar estabilidad local, pero también suponen un desafío implícito a la autoridad.

El Estado y el cacique pueden desarrollar un acuerdo que le permita al segundo poder incorporar algún día su territorio al Estado. O, lo que es mucho más común, pueden competir por el control, lo que a menudo genera violencia. Esto abre un espacio para el crimen organizado, aquellas mafias que por lo regular tienen un alcance global, y evita que los países integren Estados unificados.

Y es mucho más común de lo que se podría imaginar. Se puede ver en partes de Centroamérica y en el sureste de Asia, en barrios controlados por pandillas en las grandes ciudades sudamericanas y en gran parte de Medio Oriente. En ocasiones sí funciona, como en algunas regiones del oeste de África y en la antigua Yugoslavia, donde los señores de la guerra se incorporan al Estado cada vez con más frecuencia, aunque estos acuerdos de paz pueden tener un costo muy alto.

Esperamos que esta dinámica te parezca tan fascinante como a nosotros, pues nos gustaría realizar más coberturas al respecto en este año venidero.

García Nieves comentó que le gustaría que el experimento en Tancítaro pudiera consolidarse en algo más estable y que genere reacciones. Aun así, dijo que le preocupa la cuestión de si las prácticas informales a la medida pueden llegar a funcionar en ausencia de las instituciones verdaderas. Esa también es una preocupación de Mukhopadhyay respecto a Afganistán, y nuestra respecto a tantos lugares que hemos cubierto. Pero puede ser difícil encontrar una mejor manera.



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