Turismo

Everest, te lleva al límite, pero encuentras paz

2016-04-27

Nos sentimos orgullosos. Llegamos a una altura de 5.364 metros (17.598 pies). Eso es 550 metros...

Por KARIN LAUB

CAMPAMENTO EN EL EVEREST, Nepal (AP) — Llegamos al campamento desde el que parten las excursiones de los iniciados a la cima del Everest una tarde soleada y fresca, tras una caminata de ocho días que nos hizo llegar al límite de nuestra capacidad física y mental.

El dolor de las rodillas por los descensos empinados y de la cabeza por la altura casi desaparece al ver las carpas amarillas y anaranjadas con los imponentes picos nevados del Himalaya de fondo.

Permanecemos una hora en un pico desde el cual se divisa el campamento, levantado cerca de la cascada de hielo de Khumbu. Nos sacamos fotos con decenas de montañistas aficionados de todo el mundo y nos encaminamos al alojamiento más cercano, a unas tres horas.

Nos sentimos orgullosos. Llegamos a una altura de 5.364 metros (17.598 pies). Eso es 550 metros (1,800 pies) más alto que el Monte Blanco, el pico más alto de los Alpes.

La trepada de 90 kilómetros (56 millas) hasta el Campamento Base desde una pista en el pueblo de Likla fue "durísima", dice Wayne Pedersen, un sudafricano de 57 años que trabaja en Dubai. "Pero no me lo hubiera perdido por nada, por todo lo que nos deja: el escenario, la belleza del lugar, la camaradería".

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COMIENZA EL RECORRIDO

El recorrido comienza a principios de abril, en el Hotel Shanker, un antiguo palacio real del siglo XIX en la capital de Nepal, Katmandú. Cada uno recibe una bolsa resistente al agua, una bolsa de dormir y un abrigo de plumas.

Algunos de estos trekkers ya vinieron a Nepal el año pasado, pero fueron recibidor por un terremoto mató a 9,000 personas y destruyó cientos de miles de viviendas y monumentos históricos el 25 de abril.

El terremoto paralizó por un tiempo las visitas al Everest, pero la actividad ya se reanudó, aunque está un 40% por debajo de la norma, según Narayan Regmi, empleado de nuestra agencia de viajes, Himalayan Glacier.

"Por favor vengan a Nepal y ayuden a nuestra economía", dijo Regmi.

Quienes no pudieron intentar el ascenso el año pasado están de vuelta. La mayoría son cuarentones y cincuentones.

En Katmandú tomamos un avión que en 40 minutos nos deja en Lukla, pequeño aeropuerto que tiene una de las pistas de aterrizaje más peligrosas del mundo, con una montaña en un extremo y un precipicio en el otro.

En las montañas, el único medio de transporte son nuestras piernas, yaks, burros y, en caso de emergencia, helicópteros. No veremos un automóvil por dos semanas.

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AGONIAS Y ALEGRIAS

En Lukla iniciamos un recorrido en bajada y mi rodilla izquierda empieza a dolerme.

Ya en la primera noche me doy cuenta de que tal vez subestimé el reto que representa esta aventura. En los días siguientes tuve que tomar antiinflamatorios después de los descensos empinados.

El mayor riesgo es la altura. Una subida apresurada a una zona con menos oxígeno puede provocar vómitos y dolores de cabeza. Nuestro jefe de guías nepalí, Tulsi Bhatta, nos insiste: "Avancen despacio y tomen mucha agua".

A los pocos días el guía comienza a medir los niveles de oxígeno, haciendo que coloquemos un dedo en un aparatito, y si ve que estamos bajos de oxígeno no ofrece un diurético para aliviar los síntomas.

Me empieza a doler la cabeza a llegar a los 4,000 metros (13,000 pies). Cuando arribamos a Dingboche, donde pasamos la noche, me tomo una de las pastillas de Bhatta y me meto en mi bolsa de dormir.

Lamentablemente, los efectos secundarios incluyen muchas idas al baño, para lo que hay que cruzar un pasillo muy frío con una linterna.

Me siento mejor al día siguiente. Otros también tuvieron algunos problemas, pero todos se recuperan.

Pronto nos damos cuenta de que combatir el agotamiento genera una satisfacción muy especial.

El panorama es realmente espectacular e incluye vistas del Everest, la montaña más alta del mundo, de 8.850 metros (29.035 pies) y de Ama Dablam, un pico nevado flanqueado por crestas largas que hacen que parezca un gigantesco fantasma que eleva sus brazos.

Atravesamos desfiladeros y cruzamos ríos de agua blanca usando puentes colgantes adornados con coloridas banderas con oraciones budistas. En el recorrido vimos azaleas rojas, plantaciones de cebollas y muros de rocas.

Los lugareños a veces nos saludan con una sonrisa y un "namasté". Nadie intenta vendernos cosas.

"Te empapas de una cultura y disfrutas de uno de los panoramas más sorprendentes del mundo al mismo tiempo", comentó Steven Wilson, un pastor de 49 años de Estados Unidos, quien forma parte de otro grupo de trekkers.

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ETIQUETA Y ALBERGUES

La primavera y el otoño son las temporadas pico. El camino hacia el Campamento Base es más concurrido de lo que esperaba.

La gente abre paso a los yaks que transportan la comida. Llevan campanitas en el cuello que anuncian su llegada.

Los maleteros, algunos de ellos adolescentes, tienen prioridad. Llevan las pesadas bolsas de los trekkers y bienes para la gente de la zona, incluidas hornallas, gas para cocinar, Coca Colas y madera para la construcción. Llevan las cargas sobre sus espaldas, usando espuma de goma y sosteniéndolas con cintas que se colocan en la frente.

Bhatta, quien tiene 32 años, empezó como maletero. Luego aprendió inglés y pasó a ser guía. Dice que se siente afortunado.

"No tenía otra opción", explica el hombre, cuya casa fue destruida por el terremoto. "En Nepal no hay industrias, no hay nada".

Es un alivio llegar al teahouse, o salón de té, como le dicen a los modestos albergues que hay en el camino, en los que se pasa la noche.

Los teahouses se hacen más espartanos a medida que nos adentramos en la montaña. Y umentan los precios de las botellas de agua, reflejando el costo del transporte.

Generalmente las hornallas del comedor calientan agua y el ambiente. Los agotados trekkers juegan a las cartas o leen libros mientras se pasan galletitas.

La cena consiste en huevos, sopas, buñuelos rellenos y la especialidad de la región, dal bhat, una sopa de lentejas con arroz y un guiso de vegetales y papa.

Deseosa de proteínas, compro latas de atún y como mantequilla de maní en el desayuno. Dos veces comí carne de yak. Es medio dura, pero se puede comer si se la mezcla con alguna salsa.

Las habitaciones no tienen calefacción. Cuentan con catres con colchones delgados. Hay baños comunales, con tinajas para lavarse. A medida que se sube es más infrecuente encontrar duchas con agua caliente.

No hay mucho que hacer de noche, excepto leer. Es común acostarse a las ocho de la noche.

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LA RECOMPENSA

La recompensa luego de 12 días de caminata se hace evidente hacia el final del recorrido.

Me siento más fuerte y segura. Ya tengo un ritmo para las caminatas y avanzo con firmeza, ayudada por palos de trekking en los descensos, y no me quedo sin aire.

Las vistas y los sonidos compensan los sacrificios.

Abundan los molinillos de oraciones. Monjes con batas marrones entonan cánticos religiosos en el monasterio budista más grande de la zona. Un ave de rapiña sobrevuela el cañón.

Caminamos en silencio, enfila de a uno. No suenan los iPhones aquí y no hay distracciones. Puedes pensar en cosas importantes que tiendes a ignorar en tu vida diaria.


 



KC