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La mística de los místicos


2023-08-21

Autor: Carlos J. Díaz Rodríguez

¿Quiénes son los místicos, esos que algunos han llamado locos o, por los menos, excéntricos? 

Con esta pregunta, partimos hacia la meta de nuestra reflexión. De antemano, hay que tener en cuenta que no es fácil poder profundizar en el misterio de la teología ascética, pues es necesario tener un horizonte del pensamiento muy amplio, ya que la vida espiritual a menudo es un encuentro cotidiano entre lo natural y lo sobrenatural, lo visible y lo invisible, lo temporal y lo eterno. 

En efecto, se trata de un camino trascendente que no conoce fronteras de tiempo, modo o lugar. Cada mistagogo propone una vía muy original, pues el Espíritu Santo es una fuente inagotable de carismas, aunque todos tienen como común denominador a Cristo, quien es el camino, la verdad y la vida (Cf. Jn. 14, 6). 

Se puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que todos los santos y las santas tienen algo de la mística propia del cristianismo, sin embargo, dependiendo incluso del temperamento de cada uno de ellos, hay quienes consiguieron acentuar todavía más ese rasgo tan particular y apasionante.

Se nos habla de fenómenos tales como la ubicuidad, locuciones, transverberación, etcétera, sin embargo, ¿qué hay detrás de todo esto? A simple vista, se puede hablar de anomalías psiquiátricas, pero lo cierto es que todos los que han sido reconocidos como místicos de la Iglesia Católica, han tenido que pasar por análisis rigurosos, cuyo dictamen médico, lejos de encontrar alguna patología, siempre ha arrojado datos que reflejan un buen equilibrio mental y emocional, salvo los casos en que tales exámenes fueron manipulados por gente opuesta a la fe, como sucedió con Santa Bernadette Soubirous (1844-1879), a quien buscaban desacreditar y, desde ahí, presionar para que negara las apariciones de la gruta de Lourdes o alrededor de la figura de Santa Teresa de Ávila (1515-1582) sobre la que pesaba el señalamiento de posibles ataques epilépticos como causa de las visiones; hipótesis que fue desechada cuando se encontró en su corazón incorrupto la cicatriz de la lanza que sintió en uno de sus éxtasis. 

La cuestión de fondo es que para muchos resulta incomprensible el hecho de aceptar que la verdad no puede reducirse, única y exclusivamente, a lo que es susceptible de ser estudiado en un laboratorio. Los místicos, nos abren una nueva perspectiva, ampliando el ángulo de visión de la teología y de la vida humana en general. Los fenómenos que experimentan, que sienten en lo más profundo de su ser, parten o surgen de la intensa relación que llevan con Dios, quien es capaz de alterar las leyes de la física o de la química, pero siempre con un objetivo trascendente. En este caso, iluminar la mente de los místicos, cuyos escritos –aunque no son de carácter dogmático- ayudan a los cristianos e incluso a los creyentes de otras religiones en la búsqueda y vivencia de la verdad. Por ejemplo, la Venerable Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida (1862-1937), sin haber tenido los estudios básicos, consiguió escribir auténticos tratados de teología, sobre todo, en lo referente a la Encarnación mística.

El ser humano, además de alma, tiene un cuerpo. De ahí que algunos místicos, como San Pío de Pietrelcina (1887-1968), revivieran en carne propia las heridas de la pasión de Cristo, los estigmas que en su caso duraron 50 años sin que mediara factor humano alguno. No nacen para sufrir, sino para amar con todas las consecuencias de ese amor. La mística de los místicos, nunca podrá relacionarse con el masoquismo, pues entonces no sería auténtica, ya que se trataría de un desequilibrio psicológico. Quieren ser una reproducción de la imagen de Jesús, porque lo aman con locura y es que, ciertamente, en eso se encuentra la verdad felicidad, aquella que no se marchita con el paso de los años, sino que huele a eternidad. 

Esto no quiere decir que todos los místicos pasen por las llagas de la cruz, pues Cristo sabe lo que le toca a cada quien, lo que realmente puede soportar la persona en cuestión. Recordemos lo que decía San Agustín: “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas”. 

Hay personas que tienen miedo de profundizar más en su fe, argumentando que a los santos les fue muy mal, que sufrieron mucho, sin embargo, el dolor es una realidad muy humana que no respeta a nadie, sin olvidar que la santidad es un camino marcado por la plenitud. La mística es encontrar la perfecta alegría, aquella que hacía cantar a San Francisco de Asís (1182-1226) ante la “hermana muerte”. Qué maravilla poder llegar al final de la vida con tan buen sentido del humor. Eso sólo le pasa a los que son felices y él lo fue.

¿De dónde vienen las visiones, las revelaciones privadas? Esto se puede explicar en base a la lógica. Los místicos, le dan mucha importancia al silencio, a la contemplación. Es su ejercicio diario, lo cual, desde luego, los lleva a mirar y escuchar, lo que no es perceptible a simple vista. Se trata de una gracia especial de parte de Dios, sin embargo, asumida y trabajada por ellos. De alguna manera, afinan un “sexto sentido” que les abre las puertas de la trascendencia, del cielo a partir de las realidades temporales, de la vida en el mundo. ¿Por qué son tan excéntricos? Son personas cuyo temperamento es apasionado. 

La pasión -bien encauzada- los lleva convertirse en grandes poetas sin pretenderlo. Tienen sed de eternidad y sólo en Dios se puede encontrar dicho atributo que, a su vez, se nos comparte a todos. Se enamoran de la fuente del amor, enfocando su vida en ese querer. La Venerable Concepción Cabrera de Armida, tras conseguir un permiso de la Arquidiócesis de México, logró tener un sagrario en su casa y acostumbraba cantarle a Jesús canciones seculares que hablaban sobre el amor y la soledad que ella sentía ante los silencios del Padre Celestial. Dicho de otra manera, hacía suyo el grito del crucificado: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27, 46).

Los místicos y las místicas viven personalmente los misterios de la fe, pues descubren todo su realismo, involucrándose con la dinámica que suscita en cada uno de ellos el Espíritu Santo. En la Eucaristía, descubren a Cristo, hacen memoria de su entrega amorosa. Toman conciencia -como pocos- de lo que ahí se está celebrando. De ahí que el P. Pío llorara muy emocionado al momento de la consagración, de la llegada de su más grande amor al altar. 

Por otro lado, no viven un éxtasis eterno, sino que constantemente pasan largas temporadas sin experimentar la presencia de Dios, al tiempo que se sienten llamados a realizar un apostolado en particular, sin importar que sea muy sencillo o demasiado laborioso. Principalmente, quieren a dar a Jesús, compartir lo que los hace felices. Lejos de vivir en una dimensión paralela, afrontan la realidad, pues se dan cuenta que la evasión es la antítesis de la vida espiritual.

Evidentemente, tienen tentaciones, pecados y resistencias. Son de carne y hueso, sin embargo, poseen una sensibilidad especial y eso es lo que los lleva a orar de una manera poco convencional. Por ejemplo, en sus cuentas de conciencia, es normal leer que oraban postrados en tierra o con los brazos en forma de cruz. No lo hacían en público o para llamar la atención, sino en la intimidad, en el silencio. 

Lo anterior, sin perder rasgos muy humanos como reír o jugar. Hay un video que muestra a la Venerable Concepción Cabrera de Armida jugando con sus nietos; es decir, reflejando una actitud maternal que nada tiene que ver con el dolorismo. La mística de los místicos, desconcierta y, al mismo tiempo, quizás por su radicalidad, humaniza profundamente.

Aprendamos de los místicos del pasado y del presente, de su entrega audaz. Junto con ellos, podemos extender el reinado del Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo siempre actual de la Virgen María, modelo de escucha y de contemplación, la maestra de la mística, del encuentro con Dios.
 



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