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El desaliento de los buenos


2024-01-24

Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda

Quizá sea tan sencilla la manera de estar Jesús en las especies eucarísticas, que al no llamarnos la atención a los sentidos, preferimos otras formas de acercarnos al Señor.

Elías fue un gran profeta en Israel. Gastó y desgastó su vida en anunciar y en recordar a su pueblo de Israel la fe en el Dios verdadero en un ambiente de paganismo que se había infiltrado en su pueblo y que había llegado hasta la reina Jesabel, adoradora de Baal. Con una profunda valentía y hasta con cierto sarcasmo para los sacerdotes de los falsos dioses, con hechos les mostraba que el Dios de Israel es el único Dios y el único al que hay que dar culto.

Pero por toda respuesta, el profeta solo obtuvo la frialdad, la oposición y incluso al final la persecución a muerte, por lo que tuvo que salir huyendo. Así como el pueblo de Israel caminó desde la tierra de esclavitud hasta llegar a la tierra prometida, ahora el profeta Elías quiere hacer el camino inverso, caminar hasta el Monte Orbe o Sinaí, para encontrarse con el Dios de los cielos. Pero su desaliento era muy grande. Presa de la soledad, del abandono de aquellos a los que tendría que llevar el mensaje, y desanimado también ante la soledad, el silencio y los rigores del desierto, al final del primer día se sienta bajo un árbol y le pide a Dios que le quite la vida, que le arrebate ya la existencia, porque ha perdido toda esperanza. Se queda dormido, profundamente dormido, y hubo necesidad de que un ángel de luz se acercara a él, lo despertara y lo invitara a comer: "Levántate y come". Él come el pan y el agua que se le presentaba, pero su cansancio y su desaliento era tan grande, que volvió a quedarse dormido, hasta que de nueva cuenta, el ángel lo despertó y lo animó a comer porque el camino que tendría que recorrer era largo. Con la fuerza de aquel alimento, Elías pudo continuar su camino hasta el encuentro con el Señor.

Impresiona la figura de Elías, el profeta, porque la tentación de los "buenos" sigue siendo muy real, el desanimo puede cundir entre los seguidores de Cristo y entre los mismos pastores, al ver cómo el Evangelio no penetra en el ambiente, al considerar que los medios de comunicación social son una escuela para la infidelidad, el divorcio, las pasiones desenfrenadas, y el rechazo a todo compromiso. Es la tentación de los padres de tirar el arpa ante los hijos que crecen y rechazan todo lo que se pensaba valioso para ellos: la fe, las buenas costumbres, la primera comunión, los sacramentos, pero es también la tentación de los hijos y su desaliento al no ver reflejada en los padres la fe que se les pretendió inculcarles, pues sólo contemplan gritos, mentes cerradas, guerra de orgullos y competencia de fuerza en quienes deberían ser modelos para ellos, los jóvenes.

Es la tentación de los pastores, el desaliento al ver que las fuerzas son insuficientes, que los cristianos no se asocian para hacer frente al mal, al ver que el catecismo sólo llega a unos cuántos niños mientras miles y millones sólo viven para el deporte, la diversión y la televisión, al ver que cada día mayor número de divorcios viene a sumarse a las gentes que se han convertido en chatarra humana, al ver que los que se separan del matrimonio comienzan a "rehacer su vida" buscando remedos de matrimonios que llegan a ser una madeja imposible de desatar.

Es el desaliento de los pastores que como Elías llegan a cansarse de hacer el bien, o pierden su identidad y no le encuentran chiste a la vida, o se desaniman ante la poca eficacia de los esfuerzos o la desconfianza de que este mundo tenga remedio.

Es el desaliento de los "buenos", pero es entonces el momento de escuchar a aquél ángel que invitaba a Elías: "Levántate y Come... levántate y come, porque aún te queda un largo camino".

Es la voz del Papa que nos invita, por cierto un Papa viejo, pero no un viejo Papa, el que invita a levantarse, a desentumecer las rodillas, a aprestar el corazón y a ponerse en marcha, a remar mar adentro, porque la pesca que nos espera es grande, es asombrosa, es maravillosa. Es el Papa que anuncia "una nueva primavera de la Evangelización", y es el Papa que nos recuerda la promesa de Cristo: "Yo estaré todos los días con ustedes hasta el fin del mundo".

Es la voz de la Iglesia que nos anuncia cada vez que reúne a los cristianos para la Eucaristía: "Tomad y comed... Tomad y bebed", ya no el pan y el agua para Elías, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo para los suyos, a los que ha llamado a su amistad, a su gracia y a su salvación. El pan de la vida y el amor, el pan de la alianza y la fortaleza, el pan de la esperanza y la salud.

Y es la voz del mismo Cristo que este día nos invita de nueva cuenta; "Yo soy el pan de vida, que ha bajado del cielo... no murmuren... el que cree en mí tiene vida eterna... yo soy el pan de la vida... el que coma de este pan vivirá para siempre... el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida...".

No murmuren, decía Cristo a las gentes, porque no creían que él fuera el Hijo de Dios, pues veían su sencillez y la sencillez y la humildad de sus padres, la humildad del trabajo de José, la sencillez y el candor de su madre María, y no creían que hubiera bajado del cielo.

Nosotros no nos ponemos el problema de las gentes del tiempo de Cristo, realmente creemos que Jesús es el Hijo de Dios que ha bajado del cielo, pero no estamos muy convencidos de que Cristo sea el verdadero Pan del Cielo. Quizá para las gentes del tiempo de Cristo se les hacían muy extrañas las palabras de Cristo que se anunciaba a sí mismo como el Pan de vida, y a nosotros se nos haga extraño que en un elemento tan sencillo pudiera estar toda la persona de Jesús. Así se lo manifestaba un mahometano a un cristiano, yendo de viaje en un largo recorrido por tren: "¿Cómo es posible que ustedes los cristianos digan que Cristo está contenido en una sola hostia consagrada, si verdaderamente es el Hijo de Dios que no puede contenerlo ni los mismos cielos?" Y el cristiano preguntó a su vez: "permítame preguntarle, ¿qué está viendo usted a través de la ventana?", "Pues las montañas, el cielo, los árboles, las casas, las personas, los animales" respondió el mahometano. Entonces, replicó el cristiano: "Si usted puede contemplar y guardar todo eso con sus propios ojos, que son tan pequeños, ¿qué no podría Dios hacer que su Hijo Jesucristo pudiera estar presente en cada una de las hostias consagradas?".

Tenemos que caer pues, en la cuenta de que Cristo está de manera tremendamente sencilla en el sacramento Eucarístico como que él era el Hijo de Dios en la sencilla persona de Jesús nacido de María y de su padre José en adopción. Quizá sea tan sencilla la manera de estar Jesús en las especies eucarísticas, que al no llamarnos la atención a los sentidos, preferimos otras formas de acercarnos al Señor. Es costumbre en muchas iglesias ver desfilar el día primerao de mes, a muchas gentes ante la imagen de la Santísima Trinidad, que llevan su moneda, su veladora, y que quieren tocar y sobar la imagen trinitaria, cuando a unos cuantos pasos está el Sacramento Eucarístico, solo, olvidado, casi despreciado por las gentes.

¿No será llegado el momento de volver a escuchar una y otra vez al Ángel del Señor, "Levántate y come... porque aún te queda un largo camino?".

 



JMRS


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