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Marginación, violencia y muerte


2007-10-12

José Cueli, La Jornada

En medio de un ensordecedor tumulto de personas vociferantes, la joven indígena lloraba y lloraba cuando el investigador inspeccionaba y el inspector buscaba solución al enigma, mientras tomaba Alka Seltzer para digerirlo. "¡Yo la vi! ¡Yo la vi! cuando apretaba el cuello al niño", gritaba una señora enfurecida en la calle �de alguna forma hay que llamarle� lodosa en un barrio marginal. La niña, que era en verdad una niña de tan sólo 14 años, temblaba y despedía un olor fétido y escondía un cuerpecito ya sin vida y no respondía a las preguntas de los agentes: esclava de oro de cuatro centímetros, anteojos negros, barriga prominente y bigote tupido: "¿Qué has hecho jija de puta?, anda responde, ¿qué has hecho? Habla asesina maldita, mataste a tu hijo".

"¡Anda, cínica!, ¡confiesa! Acompáñanos que ya verás lo que es amar a Dios en tierra ajena". Y la joven apretaba los puños, se mordía los labios y se encajaba las uñas en las manos para volver a apretarse los puños. "Camínale". Y llegaron las patrullas y los vecinos y nadie hablaba. La niña fué encarcelada y no le sacaron ni una palabra ni tampoco soltaba al hijo, y lo apretaba y sollozaba mientras de repente decía: "¡Sí y lo volvería a matar!", y se le sentía ese dolor, ése, el que ya no duele, y recordaba ese día en que caminando por la avenida de la TAPO, para dirigirse a la de las Virgencitas, cuando fué atrapada por unos enchamarrados como los que ahora la interrogaban, y la violaban quienes antes ya había sufrido, "que si ¿traes identificación?, que si ¿dónde trabajas?, que ¿qué haces a estas horas de la noche maldita piruja, anda, dime ¿en qué esquina trabajas? Las mujeres decentes a estas horas están en su casa. ¿Quién es tu viejo?, Anda, suelta la sopa y la mota. ¡No te hagas la payasa! Que no vamos a estar perdiendo el tiempo. Anda que no me voy a quedar aquí toda la noche, anda ataca Oaxaca, no le hagas al verso Mamerta. Escupe Lupe", al tiempo que le daba un puñetazo en la oreja y caía casi desmayada y sentía tranquilidad"; órale ojera on'ta la mota", y de repente la tiraron otra vez y una vez más al suelo "y todos hicieron uso de mí una y otra vez", mientras seguían vociferando: "sí, gata piojosa de mierda llegó tu cuerpo de bomberos, yaa voy voy deberías agradecer el servicio, y no hagas jeta; deberías agradecer el cariño, bien que te gusta, no te hagas", conforme recordaba la ira y la vergüenza, el dolor y la impotencia la desmayaban, el hambre y el frío la enloquecían al recordar; su madre igual que ellos la volvió a golpear y a interrogar. "De dónde vienes desgraciada, caliente desde chiquita, ya me imaginaba que cualquier día de estos llegarías revolcada, hija de puta".

La niña empezó a decir que sentía dentro de sí a un hijo o un jijo hijo de estos jijos adentro "y traté de sacármelo y me picaba y tomaba menjurjes de la bruja Cochihuila y nada, fui con la abortera y me desmayé y se asustó y no me atendió y el niño estaba lleno de vergüenza antes de nacer y de odio y de rabia y venganza, y pa'qué había de nacer así, por eso yo lo maté como tantas otras matan aquí, es una forma de vida y de muerte".



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