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María quiso cumplir la ley


2011-01-03

Fuente: encuentra.com

Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, la Sagrada Familia subió de nuevo a Jerusalén para dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: la purificación de la madre, y la presentación y rescate del primogénito (Levítico 12, 2-8; Éxodo 13, 2. 12-13).

Aunque ninguna ley obligaba a María y a Jesús por el nacimiento virginal y por ser Dios, María quiso cumplir la ley. La Sagrada Familia se presentó en el Templo confundida, como una más. María y José ofrecieron el Niño a Dios y lo rescataron, recibiéndolo de nuevo. La Virgen cumplió con los ritos de la purificación. Cuando llegaron a la puerta del Templo se presentó ante ellos un anciano llamado Simeón, tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador.

Aquel encuentro con Jesús ha sido lo verdaderamente importante en su vida; ha vivido para este instante. Nosotros hemos tenido con Jesús muchos encuentros en la Sagrada Comunión. Encuentros más íntimos y más profundos que los de Simeón. Después de cada Comunión, llenos de fe, de esperanza y de amor, también podemos decir: mis ojos han visto al Salvador.

El anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, descubre a María los sufrimientos que padecerá un día el Niño y la espada de dolor que traspasará el alma de Ella (Lucas 2, 34-35). La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de María. Desde el comienzo, la vida del Señor y de su Madre está marcada con el signo de la Cruz. La Iglesia aplica a la Virgen el título de corredentora. Nosotros aprendemos el valor y el sentido del dolor y contradicciones aquí en la tierra, contemplando a María y aprendemos a santificar el dolor uniéndolo al de su Hijo y ofreciéndoselo al Padre.

Reflexión

El Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en la salvación de todos. Podemos hacerlo ejecutando con rectitud de intención nuestros deberes más pequeños y realizando un apostolado eficaz a nuestro alrededor. De modo especial le pedimos hoy a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a santificar el dolor y la contradicción, que sepamos unirlos a la Cruz, que desagraviemos frecuentemente por los pecados del mundo, y que aumente cada día en nosotros los frutos de la Redención.



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