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Remesas: aspectos vergonzosos


2006-11-01

Editorial de La Jornada

El dinero que los trabajadores mexicanos mandan al país desde el extranjero ha sido, de manera creciente, un sostén de la economía y de las variables macroeconómicas. Como lo explica el Banco Mundial (BM) en un informe dado a conocer ayer, las remesas se traducen en "reducción de la pobreza, mayores ahorros, mejor acceso a salud y educación y aumento de la capacidad empresarial, así como estabilidad macroeconómica y menor volatilidad e inequidad". Desde ese punto de vista, este flujo de divisas es, de manera indiscutible, un factor positivo y auspicioso para México y para otras naciones latinoamericanas que se benefician de un fenómeno semejante.

El documento de la institución financiera internacional alerta, sin embargo, sobre los efectos negativos de los envíos de dinero: "sus efectos sobre la pobreza y la desigualdad son bastante modestos en la mayoría de los casos", "las transferencias reducen la fuerza de trabajo en los países de origen", "pueden generar una sobrevaluación del tipo de cambio y, por lo tanto, reducir la competitividad del país que las recibe", propician "el éxodo de profesionales y trabajadores capacitados" y "en ningún caso pueden sustituir la aplicación de políticas nacionales sólidas" en los países de destino. Asimismo, las transferencias generan el riesgo de "la potencial pérdida de ingresos asociada con la ausencia de los emigrantes del seno de sus familias y comunidades".

En el caso de México debe apuntarse que los envíos masivos de dinero son realizados por trabajadores migrantes que en su enorme mayoría viajan a Estados Unidos sin documentos, cruzan la frontera en circunstancias muy peligrosas, se enfrentan a maltratos, abusos y atropellos de toda suerte, y una vez que consiguen asentarse en alguna localidad estadunidense deben padecer persecución, discriminación, explotación y humillaciones. Este factor de la "estabilidad económica" de la que se jacta el foxismo se origina en un sufrimiento inadmisible, en una exasperante cuota de sangre ­más de 400 migrantes muertos en la frontera en el último año­ y en un creciente atropello de los derechos humanos de millones de connacionales, atropello que se multiplica cada vez que el país vecino entra en periodo electoral: en esas temporadas, las autoridades, los legisladores y grupos de ciudadanos ultraconservadores, en pugna por los sufragios de la paranoia chovinista, compiten entre sí para ver quién propone las medidas más injustas, dolorosas y degradantes en contra de los trabajadores extranjeros. La más reciente es el muro que ordenó construir el presidente George W. Bush a lo largo de mil 200 kilómetros de la frontera común.

Por otra parte, el flujo migratorio que hace posible las remesas tiene por origen la marginación, la miseria y la falta de oportunidades en una economía que cuando crece lo hace sólo para los grandes capitales ­extranjeros y nacionales, en ese orden­ y, en el mejor de los casos, para las clases medias. La estrategia económica en vigor desde hace más de dos décadas, con su disciplina fiscal a ultranza, sus medidas de apertura comercial indiscriminada que devastan el campo y la industria y su obsesión de privatizar todo lo imaginable, tiene la dudosa virtud de generar desempleo, postración regional y, en consecuencia, flujos migratorios. Al margen de las mediciones demográficas y económicas del fenómeno, el abandono de sus lugares de origen y residencia por parte de millones de mexicanos implica un desgarramiento de tejidos sociales y familiares, una catástrofe humana y social que no suele figurar en análisis como el que se comenta.

Otro aspecto vergonzoso de las remesas es que, siendo una de las principales fuentes de divisas para la estancada economía nacional, quienes las generan se encuentran en una indefensión total por parte del gobierno. La ausencia de una estrategia oficial para preservar los derechos humanos, laborales y sociales de estos mexicanos, así como la sumisión gubernamental ante el sistemático atropello de los migrantes por parte de autoridades y particulares estadunidenses, contrasta con el descarado trato de privilegio que se otorga a los inversionistas extranjeros, con todo y que, en la captación de divisas, las remesas superan en importancia a la inversión privada foránea.

Finalmente, resulta también vergonzoso que el gobierno saliente se atribuya el crédito por una estabilidad que se explica no por la torpeza y el cinismo privatizador de la política económica sino por la suma de envíos de dinero que el país recibe de los connacionales que trabajan en el extranjero. El único "mérito" del Ejecutivo federal en todo este fenómeno es el de haber sido incapaz de retener en el país, por medio de empleos y calidad de vida, a quienes hoy representan un sostén fundamental de la economía, a un costo trágico para el país: el de la pérdida de una parte de la riqueza fundamental de cualquier nación, su propia gente.





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