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Concilio Vaticano II


2013-07-12

 Cardenal Antonio Cañizares

El Concilio de nuestro tiempo ha contribuido �sigue contribuyendo� de una manera extraordinaria, sin duda, a que la Iglesia, renovada y santificada interiormente sin cesar, viva y acentúe generosamente la solidaridad con la humanidad, en sus esperanzas e inquietudes, y a que afronte con valentía y decisión la evangelización del hombre contemporáneo  

Para situar las siguientes reflexiones conviene recordar que nos encontramos en el Año de la Fe, y que Benedicto XVI Padre, en �Porta Fidei�, dice que este Año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan más profundamente que el fundamento de la fe cristiana es el �encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da a la vida un nuevo horizonte y con estos una orientación decisiva�. A partir de este encuentro con Jesucristo resucitado, �la fe podrá ser descubierta en su integridad y en todo su esplendor. Este encuentro acaece principalmente en la liturgia�. Por eso en la vida de la Iglesia se debe destacar el puesto de la liturgia, cuyo centro y culmen es la Eucaristía, sacramento de la fe. Benedicto XVI, en �Porta Fidei�, dice expresamente que �este Año será una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia�. Habría que destacar en este Año de la Fe esta presencia de Cristo, que actúa en la liturgia y construye la Iglesia.

Para hablar de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, particularmente planteada en la Constitución conciliar �Sacrosanctum Concilium�, es preciso situar tal renovación en el conjunto del Vaticano II, y recordar, a este efecto, que el Vaticano II irrumpió de manera inesperada en nuestra historia como un nuevo Pentecostés; fue un gran acontecimiento, seguramente el más importante de la Iglesia en el pasado siglo, un gran signo, puerta abierta y camino de esperanza para la Iglesia y para el mundo, verdadera primavera que abre a una esperanza de vida nueva y transformación según el propósito divino. Un Concilio como el Vaticano II no se asume, interioriza y se aplica en un espacio corto de tiempo; se requiere mucho tiempo para ello. Ahí, en el Concilio Vaticano II, está lo que la Trinidad Santa nos pide hoy, lo que quiere para su Iglesia y lo que quiere llevar a cabo con ella a favor de todos los hombres; tremenda responsabilidad la nuestra, la responsabilidad de quienes por don y gracia de Dios somos parte de la Iglesia, para escuchar, acoger, obedecer y llevar a cabo lo que, a través del Concilio, hoy, �el Espíritu dice a las iglesias�: ¡Dios nos ayude a escuchar hoy su voz!

El Concilio de nuestro tiempo ha contribuido �sigue contribuyendo� de una manera extraordinaria, sin duda, a que la Iglesia, renovada y santificada interiormente sin cesar, viva y acentúe generosamente la solidaridad con la humanidad, en sus esperanzas e inquietudes, y a que afronte con valentía y decisión la evangelización del hombre contemporáneo, obra de renovación de una humanidad nueva hecha de hombres nuevos con la novedad del Bautismo y de la vida conforme al Evangelio. El Espíritu Santo, con toda certeza, nos ha mostrado y enseñado lo que quiere decir a la Iglesia en la hora presente de su peregrinación. A medida que nos adentramos en este tercer milenio nos percatamos con gratitud creciente del gran regalo que ha sido y sigue siendo el Concilio Vaticano II y, consiguientemente, la responsabilidad que hemos contraído para con él. Animados por la esperanza que el Vaticano II suscita en la Iglesia y para el mundo, sentimos la invitación apremiante a �conocer mejor e íntegramente el Concilio Vaticano II, a realizar un estudio del mismo más intenso y profundo� (Sínodo extraordinario de los Obispos, 1985). Estamos obligados a una interpretación adecuada y fiel del Concilio Vaticano II, para lo que tenemos la extraordinaria guía de interpretación que nos ofreció el Papa Benedicto XVI en aquel importantísimo discurso del Papa dirigido a la Curia Romana con ocasión de los �auguri di Natale�, el 22 de diciembre de 2006 y en su homilía del 11 de octubre pasado en el 50 aniversario del inicio del Concilio. En ese conjunto y unidad hay que ver y comprender la renovación litúrgica que quiso el Vaticano II, y conforme a dichos criterios de interpretación debemos también interpretar la Constitución �Sacrosanctum Concilium�, y cuanto se refiere a la renovación litúrgica que el Vaticano II promueve: la unidad de los textos conciliares y la renovación-reforma en la continuidad son claves para comprender la renovación litúrgica.

A ese conjunto y unidad pertenecen los fines y objetivos que se pretendían con el Concilio y que se irán determinando y perfilando poco a poco: tales fines y objetivos los encontramos formulados en las palabras iniciales de la Constitución sobre la sagrada Liturgia, �Sacrosanctum Concilium�, la primera de las constituciones aprobadas por la asamblea conciliar, promulgada por el Papa, el Venerable Pablo VI, el 4 de diciembre de 1963. Dice así: �Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular procurar la reforma y el fomento de la liturgia� (SC, 1). Los fines del Concilio están internamente articulados y ordenados entre sí, y en su unidad todos tienden a que la Iglesia, y los cristianos en ella y con ella, viva, arraigada en Jesucristo, en la situación presente de la historia, con mayor profundidad y transparencia su vocación común a la santidad para dar gloria a Dios, de la que es inseparable la salvación de las almas. El Concilio Vaticano II ha sido y es un Concilio que mira a la Iglesia, que está llamada a ser lo que Dios quiere de ella; y así el Concilio es una invitación a la Iglesia a que sea ella misma, como Dios la quiere y la crea, y actúe conforme a la vocación y misión que Dios mismo le confiere: así, por ejemplo, la renovación litúrgica querida por el mismo Vaticano II tiende a la celebración más consciente, participada y activa, del misterio pascual de Cristo, con los frutos de santidad, comunión y misión consiguientes.



KC


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