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Thomas Piketty, un pensador francés menos radical de lo que se cree


2014-06-12

Pascal-Emmanuel Gobry, The Wall Street Journal

El libro del economista francés Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI (será publicado en español por Fondo de Cultura Económica), ha desatado una tormenta en Estados Unidos. Paul Krugman, escribiendo en la revista The New York Review of Books, lo describió como "un llamado a las armas" para aquellos que desean "contener el creciente poder de la riqueza heredada". Comentaristas conservadores se han inquietado por el "marxismo suave" de Piketty (en las palabras de James Pethokoukis del centro de estudios American Enterprise Institute) y la alusión obvia, en el título del libro, a El Capital del propio Marx.

En más de 600 páginas llenas de datos, Piketty argumenta que el capitalismo crea un círculo vicioso de desigualdad porque la tasa de retorno de los activos es más alta, a largo plazo, que la tasa de crecimiento económico general. Esta divergencia, sostiene, amenaza con convertir la sociedad moderna en un orden neofeudal, un escenario que le gustaría evitar mediante la imposición de un impuesto global a la riqueza (a diferencia de a los ingresos).

¿Qué tan radical es Piketty? En realidad, no mucho. Con su acento, erudición fácil, camisa desabotonada y un cabello espeso y oscuro, es el típico intelectual francés, pero no todos los intelectuales franceses son radicales. En Francia, aún hay muchos marxistas de verdad, y es difícil confundir al afable Piketty con uno de ellos. Tal vez por eso no haya tenido el mismo impacto en el debate público en Francia como lo ha tenido en EE.UU.

Piketty es un intelectual público muy conocido en Francia. Escribe una columna en el diario de izquierda Libération y fue un alto asesor económico del candidato presidencial socialista Ségol�ne Royal en las elecciones de 2007. Sin embargo, su libro no fue un fenómeno editorial en París. De hecho, la mayoría de los artículos noticiosos relacionados a él no han sido sobre el libro en sí sino sobre su inesperado éxito en EE.UU.

La razón de este recibimiento dispar es bastante simple: lo que impulsa la discusión y las ventas es la controversia, y la idea de que el capitalismo produce una desigualdad cada vez mayor y fundamentalmente corroe el orden social es polémico en EE.UU. En Francia, es lo opuesto a lo polémico: es el evangelio. Ciertamente, nadie es profeta en su tierra.

Es probable que exista otra razón por la que Piketty no es tan influyente en Francia como podría serlo: es un pensador serio. Se dice que Francia es singular en su amor por los intelectuales públicos, pero podría ser más acertado decir que está enamorada de su amor por los intelectuales públicos. En realidad, muchos de los intelectuales públicos más prominentes de Francia en la actualidad son pesos livianos, que opinan sobre cosas de las saben muy poco.

En Francia, muchos economistas famosos venden libros y aparecen en programas de entrevistas en televisión. Lo que la mayoría de ellos tiene en común es la falta de un título en economía y de publicaciones de economía reseñadas por sus pares. En mi caso, yo no soy economista, pero me han presentado como tal en un programa de noticias francés. Piketty es un economista académico sobresaliente, lo cual, en Francia, daña su credibilidad como economista.

Es un recordatorio gracioso de las diferencias entre Francia y EE.UU. que, pese a que las opiniones de Piketty lo ubican muy a la izquierda en el espectro político estadounidense, en Francia, a menudo suena como un conservador. Se opuso a la última política emblemática del gobierno socialista, la globalmente infame semanal laboral de 35 horas, e instó a recortar los impuestos a la nómina. En el fondo, Piketty sigue siendo el personaje más familiar en el debate de política: un economista neoliberal que ve muchas virtudes en las fuerzas del mercado pero favorece una redistribución estatal para solucionar algunos de los excesos del mercado.

En los círculos parisinos, se dice que Piketty desprecia a Fran�ois Hollande, el presidente socialista de Francia, y lo considera un oportunista superficial. Algunos susurran que la enemistad se debe también a presuntamente tensa relación entre Hollande y su ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, quien fue pareja de Piketty. En el mundo bizantino del Partido Socialista de Francia, la intriga y el sexo casi siempre parecen ir de la mano.

Algunos en el pequeño mundo de economista franceses respetados dicen que la mejor forma de entender a Piketty es a través de su historia personal. Se crió en una familia de clase obrera, con padres que habían estado activos en el partido trotskista Lutte Ouvri�re (Lucha Obrera). Después de graduarse de la escuela secundaria a los 16 años, logró ingresar a la Escuela Normal Superior de París, la más selectiva de las híper selectivas grandes écoles de Francia. A los 22 años, obtuvo su doctorado y ganó el premio a la mejor tesis del año de la Asociación Económica Francesa. Su tema: la redistribución de la riqueza.

Piketty es, en resumen, esa cosa increíblemente rara: un producto puro de la meritocracia francesa, el niño de clase obrera que asistió a un colegio público, se abrió paso hacia una escuela de élite y terminó en un prestigioso servicio del gobierno (cofundó y lideró la Escuela de Economía de París, dirigida por el gobierno). Este es el modelo que forjó el renacimiento de Francia en la posguerra pero que ahora está en pedazos.

Sin dudas, conforme Piketty ascendió en los escalafones de la élite francesa, no pudo evitar ver que la mayoría de la gente en a su alrededor tenía padres y abuelos (y en muchos casos, pentabuelos) que habían sido mucho más privilegiados que los suyos. Por lo tanto, fue a trabajar tratando de unir lo que su bagaje cultural le indicaba y lo que encontraba en los modelos y hallazgos empíricos de la economía.

Piketty tiene razón en algunas cosas y está equivocado en otras, pero su perspectiva del mundo está lejos de ser radical. Incluso podría ser aceptada por alguien de derecha a quien le preocupa la desigualdad y que las enormes diferencias en la riqueza, si no se controlan, puedan socavar el orden social. De hecho, pese a todos los comentarios y objeciones sobre las ideas supuestamente revolucionarias de Piketty, esa percepción conservadora podría ser su contribución más duradera al debate en EE.UU.

 



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