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El pecado del verbo


2016-06-18

Diana Calderón, El País

Como es de difícil mantener la esperanza. Sobre todo en un país que tiende a quedarse en los enunciados y el adjetivo que mata, y por lo tanto en cualquier momento, una frase en el lugar y en el momento equivocado, un hecho inesperado, puede cambiar el curso y derrumbar como un ruidoso dominó el camino rectificado. En cambio es mucho más fácil mantener y alimentar la crispación sobre todo en épocas de redes sociales.

Ya nadie tiene derecho siquiera a expresar sus posiciones porque si no van en la misma ruta de las de las crecientes minorías entonces son descalificadas. A los conservadores los tratan de homofóbicos, y los verdaderos homofóbicos dicen que el gobierno “nos está metiendo el proceso de paz con vaselina”.

A los negociadores de vendepatrias, a los opositores de paracos –y no todos los son, ni más faltaba-, a los ausentistas en el Congreso ladrones, a quienes calman sus dolores con marihuana medicinal, adictos, a los periodistas enmermelados, –y no todos los son, ni más faltaba- sin olvidar a los que casi llegan a los puños por estar en orillas distintas y a quien mandan al siquiatra.

Peligroso el abuso en el uso de ciertas palabras y la irresponsabilidad de muchos discursos de campañas que validan posiciones e identidades sobre todo cuando está probado que detrás de cada argumento hay algún interés por sostenerse así sea bajo la intimidación de la violencia. Muy distinto sería que la búsqueda de la justicia se basará en el reconocimiento primario de las culpas propias y la rectificación antes de buscarlas sistemáticamente en los demás.

El Gobierno lanzó su campaña por el Sí, antes de que la Corte Constitucional determine si el plebiscito es o no el mecanismo idóneo

No en vano la ONU alertó esta semana sobre una campaña contra la restitución de tierras en Colombia. Ese discurso que busca desprestigiar la reparación colectiva y es aprovechado por los clanes Usuga o Golfo como ahora le dicen, y por los grupos armados para amenazar a las víctimas, ya van 700, que esperan volver a las tierras de las que fueron desplazadas.

El gobierno colombiano se anticipó esta semana a lanzar la Campaña por el Sí a la Paz, el Sí al Plebiscito, a la refrendación de los acuerdos a los que se espera llegar con las FARC en La Habana en julio a más tardar, para que los colombianos salgan a votar en septiembre, y luego arranque el proceso de implementación de los acuerdos, previa concentración y desarme por etapas de la guerrilla.

Y lo hizo paralelo a la aprobación en el Congreso del acto legislativo que blinda jurídicamente esos acuerdos con apenas los votos necesarios, 52, porque algunos partidos como el conservador se ausentaron, y en reacción a varias semanas de otra campaña con su respectivo discurso, el de la resistencia civil en la que el uribismo o Centro Democrático recoge firmas por el NO.

Redes y voces y hasta los monumentos patrios se llenaron del Sí en los colores de la bandera acompañados de la paloma que sale a ofrecer sus servicios simbólicos en cada intento de pacificación. De inmediato y como era esperable, el Procurador, el mismo de la vaselina, le dijo al Gobierno "si se quisiera ser transparente, pero de verdad y no de boca para fuera, tenía que entrar en vigor la Ley de Control de Garantías". Esto para evitar que se contrate directamente en época de la campaña por el Sí.

Y es que el Gobierno lanzó su campaña por el Sí, antes de que la Corte Constitucional determine si el plebiscito es o no el mecanismo idóneo, exequible, y sin aceptar la tesis, no menor, de quienes insisten en que es innecesario y peligroso persistir en la refrendación pues atrasa la concentración y desarme de los guerrilleros, que obviamente esperarán el resultado positivo en las urnas para saber si lo pactado les será cumplido, pues de votarse No, no sabemos qué puede pasar.

Y cuando ya el país se montaba con sus dudas y razones y sus temores también, a vivir la campaña por el Sí y por el No, al presidente Juan Manuel Santos se le “chipotió” y sorprendió incluso a sus más cercanos asesores con la frase que nos devolvió varias semanas: “Tenemos información amplísima que ellos están preparados para volver a la guerra, y a la guerra urbana…Eso es una realidad, lo sé y por eso es tan importante que lleguemos a un acuerdo”.

Y lo dijo frente a cientos de inversionistas del mundo reunidos en el Foro Económico Mundial (FEM) que se llevó a cabo de Medellín y en medio de los anuncios sobre el paso de Colombia a una nueva economía que ya no dependa de las rentas petroleras y privilegie la industria, el agro, el turismo y los servicios de exportación. Y lo dijo en el momento donde las cifras de inversión extranjera han caído por la situación del sector minero-energético y a las puertas de una reforma tributaria que es un imperativo para mantener el grado de inversión.

La frase terminó por validar el discurso de quienes se oponen a la negociación con las FARC. Y no porque lo dicho por el mandatario no tenga sentido. Aunque lo dijo en el lugar equivocado, donde estaban los potenciales inversionistas para el concepto de la nueva economía, en la ciudad cuna del uribismo, y terminó invirtiendo la campaña por la esperanza por la del miedo, nadie ha sido capaz de profundizar, de reflexionar sobre las verdaderas consecuencias del NO, el mismo gobierno está obligado a tenerlo claro porque del Sí sabemos sus bondades e ilusiones pero para un resultado adverso también hay que tener salidas.



JMRS


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