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Los habitantes de Alepo piden que no los olvidemos


2016-12-16

Michael Kimmelman, The New York Times

Tanto las bombas como las imágenes de Alepo siguen llegando mientras las municiones llueven indiscriminadamente sobre las familias atrapadas, los trabajadores humanitarios y los niños. Las fuerzas armadas de los gobiernos de Rusia y Siria no los dejaron abandonar la ciudad.

Pero las fotografías y videos han permitido que se conozca su situación. Los rostros de los sitiados miran a la cámara, a nosotros, y a la muerte misma mientras piden ayuda, desconcertados por nuestra indiferencia ante su masacre, describiendo las atrocidades que suceden afuera de sus casas o simplemente al otro lado de la puerta. Vemos sus rostros en la pantalla como normalmente vemos la cara de un amigo o un familiar, de cerca, mirándonos a los ojos.

Voces de Alepo

Ellos están dando testimonio, en tiempo real, para decir que se niegan a desaparecer sin dejar rastro. Y en esta era de internet, impiden que los olvidemos. Esas imágenes difundidas a través de los medios de comunicación nos confirman que esas personas siguen vivas, por lo menos, hasta ese momento.

Nunca antes habíamos recibido semejante diluvio de imágenes provenientes del frente de batalla, nunca tuvimos una visión tan íntima, minuto a minuto, de lo que el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas calificó como posibles crímenes de guerra.

“Por favor, sálvanos, gracias”, dice Bana al Abed, una niña siria de siete años, en un video publicado en Twitter. La madre de Bana ha estado grabando los mensajes de su hija desde hace unos meses en Alepo oriental, donde el gobierno sirio y las fuerzas rusas bombardearon las inmediaciones de su hogar. Hace poco, Bana dijo que sabía que iba a morir. Me es difícil imaginar que exista alguien que vea el video, sin sentir un intenso horror y vergüenza.

Los mensajes de Bana han provocado que los medios de Occidente se pregunten si sus tuits y videos son propaganda, si Bana o su ubicación pueden ser verificadas.

Mientras tanto, Alepo sigue ardiendo.

“Cuando un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos moviliza a cientos de miles de personas a las calles, pero esos horrendos bombardeos de Alepo no desencadenan ninguna protesta, entonces algo no está bien”, dijo la canciller alemana Angela Merkel.

No, no está bien. Antes las fotos de guerra y sufrimiento conmovían a la opinión pública y generaban reacciones. Un ejemplo fue la fotografía de Kevin Carter, tomada en 1993, que mostró a una niña hambrienta cercada por un buitre en Sudán. Recordemos también la imagen del soldado estadounidense muerto que fue arrastrado por Mogadiscio, lo que aceleró la retirada de Estados Unidos de Somalia. O la fotografía de Nick Ut, captada en Vietnam del sur en 1972, que mostró a Phan Thi Kim Phuc, una niña de nueve años, que gritaba desnuda mientras el napalm la quemaba. Esas imágenes impulsaron ciclos de noticias durante semanas, meses y años, y ayudaron a inclinar la balanza de la política.

Generalmente la respuesta política fue la retirada. En una situación como Alepo no puede hacerse algo tan lineal. Pero esa no es toda la historia.

¿Importa que las víctimas en Siria sean musulmanas? Donald Trump, el presidente electo de Estados Unidos, ganó las elecciones con un discurso que incitaba la xenofobia contra los musulmanes. Se vendió al público estadounidense como un líder transaccional, mientras prometía acuerdos y no necesariamente decencia. También dijo que admiraba al presidente de Rusia, Vladimir Putin, y realizó una campaña que propugnaba el aislamiento de Estados Unidos.

En general, solemos enfocarnos en las noticias que nos gustan. Durante la guerra de Vietnam, los estadounidenses observaron las mismas transmisiones televisivas y hojearon las mismas fotografías de revistas. Había una guía común. La guerra estaba en las casas de todos. Hoy solo un pequeño porcentaje de los estadounidenses pelea nuestras batallas. Miramos la desesperación de los jóvenes de Alepo desde la comodidad de nuestro perfil de Facebook. Por eso las imágenes y las voces empiezan a difuminarse, basta un tuit de Donald Trump o algún escándalo sobre noticias falsas para que nos distraigamos.

Solo hemos condenado, de forma universal, dos fotografías: la de Omran Daqneesh, de cinco años, captado mientras estaba sentado en un ambulancia de Alepo limpiándose la sangre de su rostro y la de Alan Kurdi, el niño de dos años que murió en una playa de Turquía. También nos llamaron la atención las imágenes de drones de un barrio en Alepo que fue pulverizado por las fuerzas sirias y rusas. Pero esas imágenes cayeron al agujero de la amnesia colectiva.

Eso pasa porque todas las imágenes son como pruebas de Rorschach. Miles de personas han sido asesinadas en Alepo, millones son desplazados por toda Siria. Las fuerzas sirias, iraníes y rusas han devastado a la mitad del país y han provocado una crisis de refugiados que amenaza con desequilibrar a Europa y a Estados Unidos.

¿Y Washington? No se han impuesto sanciones como las provocadas por la anexión de Crimea por parte de Rusia. No hay alarmas, incluso después de que las armas químicas mataron y mutilaron a cientos de personas, y tampoco se produjeron marchas en los centro comercial o grandes manifestaciones en el campus universitarios. Rusia y Siria bombardean a civiles con impunidad.

Y todo lo que hacemos es velar, impotentes, mientras los sirios se niegan a irse en silencio, decididos a que los conozcamos, que sepamos de sus vidas y todo lo que han perdido.

Un miembro de las fuerzas armadas de Siria inspeccionaba el este de Alepo, el martes. George Ourfalian/Agence France-Presse — Getty Images

Una parte de la indiferencia del público podría estar marcada por la fatiga de la compasión y la desilusión con una guerra que ya lleva seis años. Las promesas de finalizar el conflicto se incumplieron, una y otra vez. Mucho aseguraron que veríamos levantamientos populares y los medios impulsaron movimientos de protesta, que se extinguieron muy rápido. Esos movimientos requieren una construcción lenta, paso a paso. No confían en videos de Facebook o imágenes de Instagram.

La verdad sea dicha, ninguna persona sana quiere ver estas imágenes. Lo que está sucediendo en Alepo es casi insoportable. Pero ese es el punto. Bana nos mira directamente a los ojos y nos pide que la salvemos, por favor.

Aunque no hemos hecho nada para ayudarla, pero lo menos que podemos hacer es ver sus mensajes.



JMRS


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