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La prohibición de Donald Trump a los musulmanes es cobarde y peligrosa


2017-01-29

Comité Editorial, The New York Times

En primer lugar, reflexionemos sobre la cruel decisión que tomó el viernes el presidente Trump de suspender indefinidamente el reasentamiento de los refugiados sirios y de prohibir el ingreso a Estados Unidos a personas provenientes de siete naciones predominantemente musulmanas. En tan solo horas, fuimos testigos del daño y el sufrimiento que esta prohibición causa a las familias que tenían todas las razones para creer que habían dejado atrás las masacres y la tiranía en sus países natales para llegar a una nación con aires de esperanza.

Las primeras víctimas de esta política intolerante, cobarde y contraproducente fueron detenidas el sábado por la mañana en los aeropuertos estadounidenses solo horas después de que entrara en vigor la orden ejecutiva, absurdamente titulada “Protegiendo a la nación contra el ingreso de terroristas extranjeros a Estados Unidos”. La noche del sábado, una juez federal en Brooklyn emitió una suspensión de emergencia, en la que ordenó que aquellos que estaban varados en los aeropuertos no fueran regresados a sus países de origen. Sin embargo, su futuro y el futuro de todos aquellos sujetos a la orden ejecutiva es y seguirá siendo incierto.

Para estos refugiados, darse contra la pared por la postura política de Donald Trump en el último paso de su riguroso y largo proceso de aprobación, debe haberse sentido como la peor jugada del destino. Esta prohibición también alterará las vidas y carreras de tal vez cientos de miles de inmigrantes que habían sido aceptados para vivir en Estados Unidos con visas o permisos de residencia permanente.

El hecho de que la orden, sobrecogedora por su alcance y tono incendiario, fuera emitida el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto habla de la insensibilidad e indiferencia del presidente hacia la historia, así como las lecciones más profundas que ha recibido Estados Unidos acerca de sus propios valores.

El mandato carece de toda lógica. Hace referencia los ataques del 11 de septiembre como justificación, mientras que exceptúa a los países de origen de quienes llevaron a cabo aquel plan, así como a varios países donde la familia de Trump tiene negocios, tal vez no por coincidencia. El documento no menciona de manera explícita ninguna religión; no obstante, establece una norma inconstitucional a todas luces al excluir a los musulmanes mientras que deja a criterio de los funcionarios gubernamentales la admisión de personas que profesen otra fe.

El lenguaje que se utiliza en la orden deja claro que la xenofobia y la islamofobia que permearon en la campaña de Trump empañarán su presidencia también. Son principios antiestadounidenses, pero ahora forman parte de una política estadounidense. “Estados Unidos debe asegurarse de que aquellos que sean admitidos en el país no tengan actitudes hostiles hacia la nación ni sus principios fundadores”, dice la orden, expresando la idea falsa de que todos los musulmanes deberían ser considerados una amenaza (además de sostener que libera a Estados Unidos de gente que comete actos de violencia contra las mujeres y de aquellos que persiguen a la gente por su raza, género u orientación sexual. Un presidente que presumía de agredir sexualmente a las mujeres y un vicepresidente que ha estado a favor de políticas que discriminan a los homosexuales bien podrían temer que esa norma se aplique a ellos mismos).

La injusticia que genera esta nueva política debería ser suficiente para motivar a los tribunales, al congreso y a los miembros responsables del gabinete de Trump a invalidarla de inmediato. Sin embargo, hay una razón de mucho más peso: es extremadamente peligrosa. Los grupos extremistas proclamarán esta orden para diseminar la idea, hoy más creíble que nunca, de que Estados Unidos está en guerra contra el islam, y no contra los terroristas. No quieren nada más que un Estados Unidos temeroso, imprudente y beligerante; de tal modo que, si esta prohibición sirve para algo, es para intensificar sus esfuerzos de golpear a los estadounidenses, para provocar una reacción todavía más exagerada de un presidente voluble e inexperto.

Los aliados de Estados Unidos en el Medio Oriente se preguntarán con razón por qué deben cooperar con Estados Unidos y concederle autoridad si sus altos mandos denigran su fe. Los afganos y los iraquíes que actualmente apoyan las operaciones militares estadounidenses tendrán justificativo para revaluar los méritos de correr grandes riesgos por un gobierno que es lo suficientemente osado para bombardear sus hogares, pero demasiado temeroso para dar asilo a sus compatriotas más vulnerables, y tal vez para ellos mismos.

Los republicanos en el congreso que han guardado silencio o que tácitamente han estado a favor de la prohibición deberán reconocer que la historia los recordará como unos cobardes.

Tal vez no haya nadie mejor posicionado para forzar la suspensión de esta política que el secretario de Defensa de Trump, Jim Mattis. Mattis era consciente de los peligros de proponer una prohibición a los musulmanes durante la elección, con el argumento de que los aliados de Estados Unidos se preguntarían de manera justificada si “hemos perdido la fe en la razón”. Y añadió: “Este tipo de actos ya nos están causando un gran daño en este momento, y generan una onda expansiva que se replica a lo largo del sistema internacional”.

Su silencio ahora es alarmante para todos aquellos que admiran su compromiso con la seguridad nacional. Mattis y otros funcionarios de alto nivel más sensatos no pueden respaldar esta farsa. De hacerlo, no solo mancharían su reputación profesional, sino que serían cómplices de renunciar a los valores de Estados Unidos y de poner en riesgo a sus conciudadanos.



JMRS


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