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El agua, la verdadera maldición del desierto peruano


2017-03-20

Álvaro Mellizo

Lima, 19 mar (EFE).- Lima, la segunda ciudad más grande del mundo ubicada en un desierto, así como casi todos los pueblos y ciudades peruanos ubicados en la costa del Pacifico, sufren desde hace cinco días los embates de la lluvia y el agua, la verdadera maldición histórica de esta región, la más poblada y desarrollada del país.

Un verano inusualmente caluroso elevó varios grados la temperatura de la superficie del agua del litoral peruano, poniendo en marcha la rueda devastadora del fenómeno climatológico conocido como "El Niño Costero".

Mayor temperatura implica más evaporación de agua, que al chocar con la muralla de los Andes genera lluvias torrenciales en una zona en donde las precipitaciones anuales habituales no llegan a los 150 litros por metro cuadrado.

El sábado, el municipio de Morropón acumuló 116 litros por metro cuadrado en pocas horas, y la ciudad de Tumbes, fronteriza con Ecuador, aglutinó 45 litros por metro cuadrado en apenas una hora, cifras similares a las que se han visto en otros puntos de la región desde el pasado miércoles.

Las consecuencias de las lluvias han dejado pueblos y ciudades anegados, ríos desbordados y deslizamientos de tierra, conocidos en Perú con el término quechua de "huaicos" y que han sido los responsables de destruir carreteras y puentes, hundir viviendas y arrastrar vehículos, animales y personas, tal y como quedó registrado en las dramáticas imágenes que ha dejado esta situación.

Desde diciembre último, cuando comenzó a darse este fenómeno en Perú, han sido 75 los muertos, al menos 264 heridos, 20 desaparecidos, 100,000 damnificados que han perdido todo o casi todo, y unas 630,000 personas que han sufrido inundaciones o pérdidas materiales de algún tipo.

Trujillo, la tercera ciudad más poblada de Perú, ha quedado virtualmente aislada por carretera del resto del país tras el hundimiento de los puentes de la carretera Panamericana, que atraviesa Perú de sur a norte a lo largo de la costa.

En Lima, los "huaicos" también afectaron la Carretera Central, la única vía asfaltada que une la capital con el centro del país, lo que dificultó el suministro de alimentos y el envío de ayuda.

Paradójicamente, el exceso de lluvias obligó también a cortar durante tres días el agua potable a prácticamente toda la ciudad, donde viven unos 9 millones de personas, ya que el lodo y la basura arrastrado por los torrentes impedían procesarla y potabilizarla.

Las escuelas en Lima permanecen cerradas desde el pasado jueves y no se espera que se retomen las clases hasta el miércoles próximo, siempre que remitan las lluvias y se regularice la situación.

Este fenómeno destructor ha sido desde tiempo inmemorial el azote más duro para los habitantes del Perú, a la par con los terremotos que periódicamente devastan el país, ubicado en el cinturón de fuego del Pacífico, donde se registra el 85 por ciento de la actividad sísmica mundial.

Todas las culturas precolombinas que desarrollaron sus estados en la zona prosperaron gracias a su aprovechamiento de la ecología local, como la abundante pesca que se encuentra en las habitualmente frías aguas del Pacífico, y debido a la gestión de las escasas corrientes de agua que bajan por vertiente occidental de los Andes y que permiten cultivar en el desierto.

La historia revela que cada vez que se producía el fenómeno del Niño, con sus abundantes lluvias, todas estas civilizaciones sufrían e incluso desaparecían, arrastradas por los "huaicos" y la destrucción económica y social que éstos causaban.

Hoy en día la población peruana se concentra en esa misma zona costera, lo que genera graves problemas de estrés hídrico, tanto para el impulso de la agricultura como para suministrar agua potable a la población.

Varias de las mayores obras de infraestructura en marcha en el Perú buscan precisamente llevar el agua de la vertiente oriental de los Andes, que alimentan los grandes ríos amazónicos y en donde ese recurso es muy abundante, a la zona desértica.

La presión demográfica también lleva a la gente a ocupar las zonas próximas a ríos, cañadas y desagües naturales más susceptibles de inundarse o ser arrasados por las riadas y "huaicos", multiplicando los efectos y los daños cuando se producen estas torrenciales lluvias en el desierto.

 



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