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El futuro de la Casa Blanca depende de Comey


2017-03-20

Jan Martínez Ahrens, El País

El director del FBI, James Comey, vive en el ojo del huracán. Elegido por la anterior Administración, es de los pocos altos cargos de Obama que sigue en el puesto. Su pervivencia no es ajena al golpe de gracia que propinó a Hillary Clinton en el tramo final de la campaña. A menos de dos semanas de los comicios, hizo público que reabría la investigación de los correos electrónicos de la demócrata. El anuncio dio un combustible de alto octanaje a las huestes republicanas y puso a la defensiva a la candidata. El propio Trump hizo del favor un obús electoral. “Esto lo cambia todo. Es la mayor historia desde el Watergate”, proclamó. Pasados los días, la investigación del FBI concluyó, al igual que lo había hecho en julio, que no había ningún indicio de delito. Pero el daño ya estaba hecho. Clinton atribuyó su derrota a esta maniobra del FBI, y Comey fue confirmado en el cargo.

Desde entonces, el director del FBI no ha podido respirar un día tranquilo. El escándalo del espionaje ruso se ha vuelto su espada de Damocles y le ha puesto cara a cara con Trump. Aunque Comey ha tratado de sortear el conflicto, su campo de maniobra es limitado. Las agencias de inteligencia estadounidenses han confirmado públicamente que en 2015 y 2016 piratas informáticos rusos controlados por el Kremlin jaquearon los ordenadores del Comité Nacional Demócrata y de altos cargos de Clinton, como su jefe de campaña, John Podesta. Luego, la información fue supuestamente filtrada a Wikileaks para su difusión. El objetivo, según los servicios secretos, era “ayudar a Trump desacreditando a Clinton”.

El informe final de las agencias de inteligencia, difundido en enero pasado, muestra cómo la campaña de intoxicación fue “evolucionando a medida que avanzaban las elecciones” y se agudizó “cuando los rusos consideraron que la secretaria Clinton podía ganar”. Para ello, se orquestó una compleja maniobra que incluyó desde ataques informáticos y publicación de noticias falsas en medios cercanos al Gobierno ruso, al pago de difusores de mensajes contaminantes en las redes sociales, especialmente Facebook. Tal fue el grado de penetración de este operativo que la inteligencia estadounidense considera que los ciberespías “obtuvieron y mantuvieron acceso a redes informáticas de los colegios electorales locales y estatales”. La respuesta de Barack Obama a esta inédita interferencia electoral fue la expulsión de 35 funcionarios rusos. El presidente Vladímir Putin, en un claro gesto hacia el republicano, no contestó.

“Los rusos interfirieron en nuestra campaña electoral. Nuestra democracia fue atacada y hay mucho que no sabemos”, señaló el representante demócrata Adam Schiff en la comparecencia. Sus palabras señalan el punto de fuga de la trama rusa. Un escándalo cuya investigación ha recaído en alguien que ha sido acusado de haber ayudado a Trump en campaña y que ahora debe decidir hasta dónde llegan sus agentes. En sus manos está mucho más que un caso de espionaje.



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