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En medio de un clima de impunidad, las atrocidades siguen aumentando en Siria


2017-04-17

Anne Barnard, Ben Hubbard y Ian Fisher, The New York Times

La evidencia es abrumadora

Una sola organización en Europa tiene en sus manos tres toneladas de documentos gubernamentales de Siria, que constituyen un extenso y escalofriante catálogo de los crímenes de guerra del Estado. Un fotógrafo de la policía siria huyó con imágenes de más de 6000 personas muertas a manos del Estado, muchas de ellas torturadas. Los teléfonos inteligentes han roto las barreras de la guerra: hoy en día los registros de los crímenes son extremadamente gráficos, inmediatos, sobrecogedores.

Sin embargo, seis años después del comienzo de la guerra, ha habido muy poca justicia a partir de esta montaña de documentos. Los causantes de la violencia siguen libres y no hay un camino claro para llevar el grueso de la evidencia ante una corte en algún lugar.

Más de 400,000 personas han muerto en la guerra de Siria. La mitad de la población de ese país ha sido desplazada. Los grupos sirios de derechos humanos cuentan a más de 100,000 personas como desaparecidas, ya sea arrestadas o asesinadas. Decenas de miles languidecen bajo la custodia del Estado: la tortura, las privaciones, la suciedad y la sobrepoblación son tan graves que una comisión de las Naciones Unidas considera que constituyen “exterminio”, un crimen en contra de la humanidad.

Hasta ahora, no obstante, solo hay un caso de crimen contra la humanidad por parte de funcionarios sirios: la demanda se presentó en España debido a que un hombre que murió bajo arresto gubernamental.

No hay casos ante la Corte Penal Internacional. Siria nunca se unió a ella, por lo que la fiscal principal de la corte no puede comenzar una investigación por sí misma. El Consejo de Seguridad de la ONU podría referir un caso a la Corte, pero Rusia ha estado usando su poder de veto para proteger a Siria de una sentencia internacional. Incluso si el consejo actuara, el presidente Bashar al Asad y sus principales funcionarios están bien resguardados en Damasco, lo que hace su arresto difícil, por decir lo menos.

En los primeros días de este mes, el mundo se sacudió por un ataque con armas químicas que mató a más de 80 personas. El gobierno estadounidense atribuyó el ataque a las fuerzas de Asad con base en datos de vuelos y otra información. En respuesta, el presidente Donald Trump lanzó 59 misiles Tomahawk y llamó “animal” a Asad.

Mientras este último ha consolidado su control de las ciudades sirias más importantes, algunos países que se oponían a él desde hace tiempo han dado señales de una nueva disposición a aceptar su gobierno como la manera más rápida de acabar con la guerra, animar a los refugiados a regresar a casa y acelerar la lucha en contra de los yihadistas. Algunos sostienen que, por malo que sea Asad, Siria estaría peor sin él.

Los opositores a Asad responden que mantener a un jefe de Estado con tanta sangre en las manos perpetuaría la guerra.

El ataque con armas químicas fue solo su atrocidad más reciente, después de años de torturas, desapariciones forzadas, sitios y bombardeos indiscriminados a vecindarios civiles y hospitales. La violencia continuaría mientras Asad y su aparato de seguridad continúen, dicen sus enemigos.

“No se trata de una cuestión abstracta de derechos humanos”, dijo Laila Alodaat, una abogada siria de derechos humanos de la Liga Internacional de las Mujeres para la Paz y la Libertad. “Esto está en el centro de este conflicto y de cualquier posible solución o reconciliación. Cientos de miles de víctimas y sus familias necesitan que se les haga justicia, se les den compensaciones, y puedan tener la seguridad de que su futuro estará libre de tales violaciones”.

En la guerra de Siria todos los bandos han cometido atrocidades. Los rebeldes han bombardeado vecindarios civiles y los yihadistas de Al Qaeda y el Estado Islámico han usado bombas suicidas, han torturado a sus enemigos y han ejecutado a sus prisioneros, a menudo grabando todo en video.

Sin embargo, la mayor cantidad de violaciones han sido realizadas por el gobierno sirio y sus aliados, señalan los investigadores, porque ellos cuentan con el aparato del Estado, incluyendo un ejército formal con una fuerza aérea, amplios servicios de seguridad y sistemas carcelarios.

El gobierno de Siria pinta el conflicto como si se tratara de una conspiración internacional para destruir al país y afirma que cualquier oposición es terrorismo respaldado por el extranjero. Niega que sus fuerzas hayan usado armas químicas o hayan cometido atrocidades.

En una entrevista del año pasado, Asad contestó a una pregunta de The New York Times asegurando que a todos los prisioneros se les trata según la ley y negó los relatos de miles de familias que dicen que sus seres queridos han desaparecido sin rastro.

“Esas son acusaciones”, dijo Asad. “¿Cuáles son los hechos?”.

El levantamiento en Siria comenzó con la detención y tortura en marzo de 2011 de una decena de chicos que atraparon después de que uno de sus amigos escribió sobre una pared: “Es tu turno, Doctor”, lo que sugería que Asad, antes oftalmólogo, sería el siguiente líder árabe en caer. Los arrestaron, golpearon, torturaron y forzaron a firmar confesiones, según relató uno de ellos a The New York Times.

Cuando se extendieron las manifestaciones, lo mismo sucedió con los arrestos. Siria ya tenía un sistema carcelario bien documentado donde la tortura y las confesiones forzadas eran comunes. Entonces, sin embargo, se amplió a lo que una Comisión de Investigación de la ONU y grupos de derechos humanos han descrito como un sistema a escala industrial, donde pueden estar presos decenas de miles en cualquier momento. Se ha ejecutado a miles en una sola de estas instalaciones, la prisión Saydanya, según encontró Amnistía Internacional.

A lo largo de los años, decenas de personas le han relatado con detalle a The New York Times sus arrestos y detenciones, así como la desaparición de sus familiares en las fauces del sistema de seguridad, desde principios de 2011 hasta este mes.

Muchos de ellos hace tiempo que perdieron la esperanza de que las cosas se arreglen.

Un sirio que ha pasado por cuatro periodos de detención y tortura por llevar ayuda humanitaria a los manifestantes heridos y rebeldes hizo un recuento de sus experiencias, pero luego expresó su desesperanza de que hacerlo pudiera conducir a algún resultado.

“Los países no requieren estas pruebas; ya saben lo que está pasando”, dijo el hombre, Abu Ali al Hamwi, quien usó su nombre de guerra, pues su madre se encuentra dentro de la Siria controlada por el gobierno.

“Solo somos peones sobre un tablero de ajedrez. Tengo amigas a las que han arrestado, violado, embarazado y torturado con ácido”.

Se encogió de hombros.

“No hay justicia”, dijo. “Y debido a que no hay justicia, no hay esperanza”.

Conforme la guerra se ha alargado, los grupos de activistas, abogados y otros en Siria y más allá han ido documentando las atrocidades con la esperanza de algún día hacer rendir cuentas a los perpetradores.

Algunos graban en video las consecuencias de los ataques y hacen listas de los muertos. Otros son expertos fiscales de crímenes de guerra que han comenzado a elaborar los casos en contra de Asad y otros funcionarios gubernamentales.

El esfuerzo más sistemático lo ha realizado la Comisión para la Justicia y la Responsabilidad Internacional, un grupo sin fines de lucro que ha pasado años sacando de Siria documentos gubernamentales que ha conseguido.

El grupo, fundado por gobiernos occidentales, actualmente tiene en su poder más de 750,000 documentos del gobierno sirio que contienen cientos de miles de nombres, incluyendo a los principales agentes del aparato de seguridad de Siria, de acuerdo con William H. Wiley, el director ejecutivo del grupo.

Hasta ahora, el grupo ha elaborado ocho informes detallados de casos en contra de altos funcionarios de seguridad e inteligencia sirios, señaló Wiley. Siete de ellos implican directamente a Asad.

No obstante, incluso aquellos que trabajan en las acusaciones de crímenes de guerra enfrentan barreras sustanciales durante un conflicto.

El camino hacia la Corte Penal Internacional parece bloqueado y las cortes europeas encuentran difícil tener acceso a los acusados.

Kevin Jon Heller, un profesor de Derecho en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, dijo que la evidencia recolectada sobre Siria podría ser tan sólida como la usada en los juicios de Nuremberg después de la Segunda Guerra Mundial.

“Tal como lo veo, el problema no es tanto qué mecanismos puedan usarse para fincar responsabilidades, sino cómo poner las manos realmente encima de la gente a la que quieres acusar”, dijo.



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