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La iniciativa ALBA en el turbulento escenario venezolano


2017-05-13

SANDRA ZAPATA M., Política Exterior

El futuro de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) es poco alentador ante la crisis económica y política venezolana. La espiral de manifestaciones violentas acentuadas por el revertido intento del presidente, Nicolás Maduro, de quitarle competencias a la Asamblea Nacional, la reciente inhabilitación política de 15 años del líder de oposición Henrique Capriles y los fallidos diálogos sobre el cronograma electoral han hecho que los venezolanos, otrora indiferentes, se resistan a continuar apoyando los proyectos de solidaridad internacional del bloque.

Concebida en 2004 por Venezuela y Cuba, ALBA se creó como una plataforma de integración “alternativa” que amalgama una postura antiimperialista y critica las asimetrías estructurales del sistema internacional. Sin embargo, hasta la fecha no ha logrado más que esbozar propuestas innovadoras para resistir a la globalización capitalista; principalmente debido al rentismo petrolero y a los vaivenes políticos sobre los que se fundamenta. El bloque ha dejado huellas en tres aspectos: el ideal bolivariano de regionalismo, la promoción del multilateralismo-antineoliberalismo y el impulso de la Cooperación Sur-Sur.

Las condiciones para su surgimiento fueron perfectas. El ascenso del “Sur global” presagiaba un orden internacional favorable para los países periféricos, como Venezuela. El florecimiento de grandes liderazgos y el ascenso de gobiernos “progresistas” clausuraban la era del “neoliberalismo” en América Latina. El fallido golpe de Estado del 2002 contra Hugo Chávez y su fortalecimiento en el poder coincidieron con precios de petróleo de entre 100 y 130 dólares durante la primera década del siglo XXI. Pero estas condiciones ya no existen.

Como propuesta de integración, ALBA proporcionó renovado aliento al sueño de conformar la “patria grande” que, más allá de influir en los 11 países que lo conforman, apuntala una narrativa regional aglutinadora, inaugurando el “nuevo regionalismo latinoamericano”. Iniciativas como UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), CELAC (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe), y Mercosur social, en gran medida impulsadas por Chávez, convencieron a gobiernos de diferentes signos ideológicos de apostar por el unionismo basado en la cooperación política, complementaria, solidaria, sin la presencia de potencias hemisféricas –Estados Unidos y sus instituciones, Organización de Estados Americanos, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial. Su gran deuda es no haber logrado –lo que habría sido su mayor legado y propuesta inédita– la consolidación de una integración “desde abajo”. Esto es evidente cuando se mira la trayectoria del Consejo de Movimientos Sociales, que no ha conseguido definir contenidos integracionistas desde las bases que articule a la “diplomacia de los pueblos” con los jefes de Estado, vital en la construcción de esquemas de regionalismo.

El frente antiimperialista y anticapitalista que enarbola el ALBA está relacionado con el pragmatismo chavista sobre de la decadencia del mundo unipolar y la conformación de un nuevo mundo multipolar. Venezuela se planteaba estratégicamente convertirse, a través de América Latina, en un polo privilegiado de poder en la transición geopolítica y geoeconómica del orden internacional aún en curso. Esta idea de hacer contrapeso a la política hegemónica estadounidense, proponer un nuevo balance de poder y reestructurar las lógicas económicas de desarrollo rechazando el neoliberalismo implica claramente un desafío al statu quo internacional.

ALBA, a lo sumo, se convirtió en un instrumento de soft balancing frente a EU; es decir, un mecanismo no militar que pretende debilitar, retardar, frustrar las políticas del hegemón hemisférico hacia la región, levantando barreras que desafíen sus intereses. Su efectividad se puso a prueba cuando EU retomó influencia, por ejemplo, con la iniciativa de Seguridad Energética del Caribe para la Comunidad del Caribe (CARICOM), en clara contraposición al acuerdo de Petrocaribe, y con la lenta pero progresiva normalización de las relaciones con Cuba.

En cuanto a la Cooperación Sur-Sur, ALBA ha realizado una intensa actividad retomando los principios de Bandung y desplegando a nivel internacional programas de cooperación solidaridad. Resaltan, en el área social, la Misión Milagro, Yo sí puedo, Adopta una escuela en África; en el ámbito energético, Petrocaribe, Petroamérica y Petrosur; y en el financiero, la Nueva Arquitectura Financiera Regional, con iniciativas como el Banco del ALBA y SUCRE. La filosofía central era menos dependencia de fuentes externas de financiación –realizando transacciones comerciales sin el uso del dólar como moneda de cambio y ahorrando divisas– y más autonomía –consolidando el autoabastecimiento energético a través del uso concertado de crudo a nivel regional. Las prácticas de la “diplomacia petrolera” y “petropolítica” –es decir, la aplicación de la fuerza hegemónica para controlar dicho recurso energético y el uso de la riqueza petrolera para influir en otros países– fueron usadas cabalmente para desarrollar dichos programas, que se convirtieron en mecanismos de redistribución de la renta petrolera a bajos costes.

La efectividad de la diplomacia petrolera ha mostrado sus fuerzas en territorio caribeño –que recibió cerca de 100,000 cargamentos al día de crudo barato– ante la bajada del precio del barril, cotizado entre 30-50 dólares durante los últimos años. Sin embargo, los votos de Honduras, Bahamas, Dominica, Guyana y Jamaica estuvieron entre los de los 19 países de la OEA que aprobaron una resolución para la convocatoria de una reunión de cancilleres dedicada a la crisis venezolana, a raíz de lo cual, Caracas anunció su retirada de la organización. A esto se suma el clima regional adverso en el que Maduro ya no cuenta con el apoyo ni del Brasil de Michel Temer, ni de la Argentina de Mauricio Macri. Asimismo, la Alianza del Pacífico y el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP) se sitúan como fuerzas centrifugas en la región.

En un contexto mundial en el que los países buscan redefinir sus posiciones en el tablero geoestratégico actual, ALBA no logró consolidar a largo plazo su regionalismo de resistencia e ir más allá de la retórica altermundista. Quizá uno de sus grandes logros haya sido dotar de optimismo a la izquierda radical del mundo entero, como lo corrobora el candidato a las recientes presidenciales de Francia, Jean-Luc Mélenchon, quien en su propuesta de gobierno visualizaba a su país uniéndose al bloque ALBA. Lo cierto es que Venezuela está viviendo un momento trascendental en su historia reciente, y la manera cómo resuelva la crisis económica, política e institucional tendrá un enorme impacto tanto en América Latina y el Caribe como en los países donde su ideología tuvo resonancia.



JMRS


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