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El infierno en Sudán del Sur


2017-05-16

ALBERTO ROJAS Madrid


"Matad a las madres. A los niños. Quemadlo todo"

"Las matanzas y atrocidades se multiplican en la limpieza
étnica que arrasa el hambriento Sudán del Sur"

"Nos han violado a todas"

Rebeca escapaba con sus vecinos por una de las carreteras de la región de Yei cuando los soldados del Gobierno, en su mayoría de etnia dinka, los atraparon. A las mujeres comenzaron a desnudarlas allí mismo rajándoles la ropa con machetes. Descubrieron que su vecina estaba embarazada y uno de ellos le disparó en el vientre. "No necesitamos que nazca otro pequeño rebelde", dijo. Después violaron a las mujeres por turnos, incluida Rebeca. "Ahora la que seguro que estoy embarazada soy yo, pero no quiero traer al mundo un niño con sangre dinka". Su testimonio, recogido por una fuente humanitaria, revela cómo funciona la limpieza étnica en Sudán del Sur.

En otra zona diferente del país (ciudad de Wau), un testigo, escondido bajo su cama, escuchó las órdenes de los soldados en el exterior: "Matad a las madres. Matad a los niños. Quemadlo todo". Así, casa por casa, las milicias del gobierno buscaron civiles que fueran blanco fácil para ellos. Y los encontraron. Sucedió el pasado lunes y fue la venganza brutal por el avance del enemigo durante los últimos días.

Esta fuente, que no desea dar su nombre por miedo, relata por mensaje cómo 3,000 personas huyeron al escuchar los disparos y se refugiaron en el interior de la Iglesia. Otros 2,000 huyeron hacia la base cercana de los cascos azules. El resto se escondió entre la vegetación. Mientras, los atacantes improvisaron unas barricadas en la carretera para impedir que las tropas de la ONU llegaran a tiempo de intervenir. Todo esto sucedió a plena luz del día, con impunidad total y sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Los muertos no se cuentan desde hace tiempo, aunque Naciones Unidas reconoce que encontró 16 cadáveres en el hospital y 10 heridos de bala.

Además, hablan de "dos patrullas" que recorrieron la ciudad en el momento de la masacre. Debieron ir por otro lado, porque los cascos azules no llegaron a enfrentarse a las tropas del gobierno y sus milicias aliadas.

El presidente Salva Kiir anunció un día después que iba a "castigar a los culpables", algo que suena vacío, ya que ataques similares se repiten por todo el país con el mismo modelo de limpieza étnica.

Una fuente de Naciones Unidas destacada en el país advierte: "No es fácil montar un genocidio, porque requiere una organización para las matanzas que quizá el Gobierno de Sudán del Sur no tiene, pero lo van a intentar. Y será durante la estación de lluvias, un momento clave en el que las carreteras se embarran, todo se inunda y la gente no puede moverse", asegura por correo electrónico. Reino Unido, la antigua metrópoli de Sudán, ya ha acusado al Gobierno de estar bloqueando la ayuda humanitaria y asegura que las atrocidades que se están llevando a cabo corresponden a una situación de "genocidio".

En la aldea de Pajok, el ejército realizó otra de sus operaciones para matar civiles. Rodearon la población antes de las 8 de la mañana del día 3 de abril y entraron disparando contra todo el que salía de su casa. Llevaban un león cosido en sus guerreras, señal de que pertenecían a la Lion Brigade, la élite de la soldadesca sursudanesa. "Los militares entraron en las casas derribando las puertas y saqueándolo todo. Desde el principio supimos que no se trataba de un ataque normal, sino de algo peor", declaró a la agencia AFP Robert, un profesor de 31 años que no quiso dar su apellido por miedo. Mataron a 85 personas dejándolas desparramadas por las calles.

Cuando el catálogo de atrocidades sobre los civiles parece insuperable en Sudán del Sur, el Gobierno y los rebeldes vuelven a batir sus índices de crueldad. Human Rights Watch ha documentado casos de ejecuciones por aplastamiento bajo las cadenas de un tanque, torturas hasta la muerte o personas quemadas vivas en el interior de sus hogares. Según esta misma asociación, hay brigadas del ejército cuya única labor es violar mujeres. Y lo hacen cumpliendo órdenes de sus superiores. Llevan 11 meses sin cobrar y la violación y el saqueo se considera su salario.

Hay regiones enteras que han sido destruidas. En el área de Yei, uno de los epicentros de la guerra civil, los soldados han quemado 18,000 viviendas, según las imágenes de satélite. En muchas de las casas han quedado sus habitantes calcinados, quemados vivos. Hay imágenes que lo documentan.

Esta semana, el presidente Salva Kiir ha destituido al jefe del ejército, el supremacista dinka Paul Malong, autor intelectual de muchas de las masacres ocurridas en Sudán del Sur desde 2013, un criminal de guerra que puede rebelarse contra su presidente y que tiene fuerzas leales a su servicio. Por su parte, Kiir está manejando la posibilidad de mover la capital del país desde Juba, donde ya no se siente seguro, hasta Lankien, en plena nación dinka, un lugar donde se siente mucho más respaldado. Todos los grupos opositores se han unido contra él.

La paradoja es que mientras se extienden todos estos crímenes de guerra se paraliza la propia guerra. Es decir, se trata de matar civiles y de amedrentar a los trabajadores humanitarios para que no puedan asistirles. Varias ONG han plegado velas por temor a los ataques contra su personal. El frente de batalla, en cambio, no se mueve un centímetro. Así lleva meses. Como ambos ejércitos están exhaustos y no tienen armamento moderno, se limitan a asaltos sin demasiada convicción y golpes de mano.

Así, cada día que pasa el país, o lo que queda de él, se va consumiendo en una guerra atroz, pero de espaldas a la opinión pública internacional. Esta es una guerra de pobres donde nadie cuenta con armas químicas ni aviones para lanzarlas, pero sí con machetes, hachas y armas cortas, instrumentos ya probados en Ruanda para cometer genocidios. La misma semana en la que el país de las mil colinas recuerda a las víctimas de las masacres tutsis, ocurridas hace ahora 23 años. Naciones Unidas ya advirtió hace meses de la posibilidad de un genocidio en Sudán del Sur "como el de Ruanda"

Hay muy pocos periodistas sobre el terreno para documentar la violencia. Los informadores locales han huido o trabajan para el Ejecutivo de Salva Kiir muy vigilados por los miembros de la Seguridad Nacional, una especie de KGB a la africana. Reporteros como Justin Lynch han sido expulsados del país y a otros, como a este periodista, el Gobierno no les ha facilitado la acreditación para informar desde el país. "No estamos felices con lo que has escrito", fue la única explicación para negar el acceso al país.

Mientras, la hambruna avanza más rápido de lo esperado por zonas que no estaban afectadas hace un mes como el Estado de Aweil, donde la población civil ya está comiendo hojas de los árboles. Cinco millones de personas ya están en riesgo de morir de hambre, pero los accesos están cortados voluntariamente por los soldados del Gobierno, que ha creado enormes bolsas de territorio desabastecido para que no hagan falta las balas.



yoselin


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