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Un tronado 


2017-07-06

ANTONIO LUCAS / El Mundo

Definitivamente es un tronado. La gente sensata suele callar cuando percibe el peligro de hacer el ridículo. Es un resorte de discreción, de inteligencia, de elegancia. Conceptos difíciles de asociar a Donald Trump. El presidente de EU concede cada semana una clave más de su aparatosa cretinez, de su peligrosa rivalidad consigo mismo, de su arrogancia nuclear. El nuevo gag perpetrado por el constructor de los huevos de oro tiene que ver otra vez con este oficio. En un vídeo trucado golpea a un tipo que tiene por cabeza el logo de la CNN. Un pequeño gesto de Trump, pero un gran avance público para reconfirmar su estupidez. Que el periodismo incomoda (incluso el que no molesta) es una vieja certeza. Que hay periodistas corajudos dispuestos a empeñar toda su energía en no perder el tesoro de decir las cosas, también. Que no estamos más amenazados que en otros momentos de la historia reciente, parece obvio. Que la situación es peor que anteayer, está claro.

Lo de Trump no inquieta tanto por la exhibición de odio al periodismo como por su concentrada vocación violenta. De todos los despilfarros de este hombre, el de hacerse grabar a los puños es, definitivamente, el más bobo. Un presidente jugando al pressing catch confirma que existe una anomalía social: la de quienes confían en ese presidente.

No es un problema de Trump, sino de quienes han depositado en él su forma de rebelarse. Actúa como lo que es: el cabecilla histriónico de un negocio familiar.

Este hombre es una combinación de fascismo transgénico y de urticante ingenuismo social. El rebaño, cuando se suelta, toma sus propios caminos gloriosamente equivocados. Si uno aún puede creer en la libertad que incuban las democracias es porque resisten las embestidas de gente como él (y algún otro), hombres y mujeres que delatan al hablar no sólo un fluido bazar de tonterías sino el fracaso mismo de la inteligencia.

Que te toque ser contemporáneo de un berraco así es una fortuna. La sola cercanía al molde corrupto del personaje adecenta mucho a la gente decente. La detectas mejor. Y desarrollas más anticuerpos contra la guerrilla de la oligofrenia. Para Trump lo valioso es la pelea, la conquista de la autoridad por vía del miedo. Entiende la política como una enfermedad que se cura saliendo por la tele. Y la tele acepta bien su foxtrot. Muy pocos adivinaron -el orishas Manuel Vilas entre ellos- que un ser tan vulgar pudiese alcanzar una de las cumbres del planeta tirando de un alfabeto de jauría.

Su autoridad tiene truco: que mientras él sea presidente no amanezca en el mundo ni un sólo día pacífico. Este tarambana se pavonea de no haber leído un libro en su vida. Que un ser tan vacío acumule un poder tan desmesurado genera altas dosis de inquietud. El desenfado que manifiesta en su alegre amenaza es un síntoma de los tiempos. Él solo se ha metido en el sumidero de la historia y desde el fondo cenagoso está encofrándose una leyenda que es, al fin, la leyenda de un tiempo, de una sociedad y de una manera catastrófica de entender los modales de una época de plástico.

El periodismo no le interesa ni le preocupa, pero sabe que es el 'eureka' de la publicidad. De ahí sus falsos abscesos de neurosis. Y ese recurso político bien ejercido: hacerse pasar por subnormal. Incluso serlo. Sobre todo en el Despacho Oval.



yoselin


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