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El lugar donde la inmolación se ha vuelto una moda' lúgubre 


2017-07-17

Lilia Blaise, The New York Times

TEBOURBA, Túnez – Este mayo, cuando Adel Dridi vertió gasolina sobre su cabeza y se prendió fuego, lo primero que le pasó por la mente fue su madre, Dalila, cuyo nombre está tatuado en su brazo. Pero también pensó en alguien más: Mohamed Bouazizi, el vendedor callejero cuya inmolación, en 2010, desató los levantamientos de la Primavera Árabe.

Dridi, de 31 años, también vende frutas y, al igual que Bouazizi, llegó a su límite después de que la policía tiró sus duraznos, plátanos y fresas al piso enfrente del ayuntamiento en su ciudad natal. “Quería quemarme porque sentía que ardía por dentro”, dijo Dridi en una entrevista mientras yacía en un colchón en la casa de su familia, donde aún estaba recuperándose. Su cuello y pecho tienen cicatrices causadas por las quemaduras. “Quería morir de ese modo”.

Siete años después de que la desesperada y dramática protesta de Bouazizi ayudara a desatar las revoluciones en toda la región, la frustración ante la promesa no cumplida de la Primavera Árabe está muy extendida. En Egipto ha regresado un gobierno autoritario. Libia es un hervidero de caos. Siria e Irak están desgarrados tras sus guerras civiles. Las monarquías del golfo Pérsico básicamente no cambiaron. La vecina Argelia está paralizada.

Aun así, es una gran ironía que en Túnez —cuna de la Primavera Árabe y el país con la mejor esperanza de convertir en realidad las aspiraciones democráticas y de prosperidad de ese movimiento— el acto de Bouazizi que alguna vez fue algo fuera de lo común se haya convertido en algo usual, ya sea provocado por la ira, la depresión o la amarga desilusión, o bien para retar públicamente a las autoridades.

Túnez ha avanzado más que cualquier otro país de la región hacia la libertad y el gobierno democrático, pero ha sido en gran medida incapaz de brindar esperanza y oportunidades de una vida mejor. Miles de jóvenes han abandonado el país para trabajar en el extranjero o unirse al Estado Islámico.

La frustración ante tal fracaso no podría expresarse de forma más horrible que a través de la ola de inmolaciones.

Los casos de inmolación se triplicaron en los cinco años transcurridos desde la revolución, de acuerdo con un estudio. El principal hospital para quemados del país, ubicado en Ben Arous, un suburbio de la ciudad de Túnez, admitió en 2016 a un récord de 104 pacientes que se habían prendido fuego.

El hospital ha sido testigo de un promedio de más de 80 casos anuales desde 2011, dijo el cirujano responsable de la sala de quemados, Amen Allah Messadine. La protesta pública ahora es la segunda forma de suicidio más común en este país de 11 millones de personas.

“El problema es que no disminuye”, dijo el Dr. Messadine.

Los funcionarios de salud pública consideran que este fenómeno es tan desconcertante como perturbador. Pero también se percibe como una medida profunda del inquietante cambio, las dificultades económicas y la persistente sensación de injusticia que definen la vida en Túnez, incluso después de su revolución democrática.

“Este tipo de suicidio simboliza más una actitud disidente en contra de la sociedad posrevolucionaria, que cambió profundamente”, dijo Mehdi Ben Khelil, el patólogo forense que realizó el estudio que muestra cómo ha aumentado la cantidad de inmolaciones.

Mientras que la mayoría de los suicidios anteriores a la revolución se debían a problemas de salud mental, los ocurridos desde entonces han sido motivados en gran parte por las dificultades económicas y el deseo de desafiar a las autoridades. A menudo se llevan a cabo enfrente de edificios de gobierno.

Dridi ya había tratado de quemarse en público en 2012, pero lo impidieron las personas que pasaban por el lugar. Cuenta que ganaba cerca de 400 dólares al mes antes de la revolución, lo que constituye el doble del salario mínimo en Túnez. Ahora, dijo, ya nunca sabe cuánto venderá ni cuántas veces lo acosará la policía.

Casos como el suyo son señal de la desesperanza social y el resentimiento en contra de las autoridades, dice el personal médico.

“La mayoría de los sobrevivientes nos dicen que simplemente ya no soportaban más”, dijo Nadia Ben Slama, psicóloga del hospital en Ben Arous. “Con frecuencia usan dos palabras en árabe: el kahra, que significa impotencia o la sensación de estar oprimido, y la palabra hogra, que significa menosprecio o desdén por parte de los otros”.

“Hay un simbolismo en el gesto público de la inmolación”, añadió. “Usualmente se emplea para denunciar la injusticia o a un opresor, pero también sirve para hacer al otro sentirse culpable, al que observó la injusticia y no hizo nada. Y ese otro es la sociedad en general”.

A veces se usa la inmolación para hacer que las autoridades den su brazo a torcer. Fue lo que hizo alguna vez Imed Ghanmi, de 43 años, un maestro desempleado, cuando la policía confiscó mercancía de contrabando que vendía en la calle para mantener a su familia. “Imed se rociaba con gasolina para chantajear a la policía y que le regresaran su mercancía”, dijo su hermano, Ahmed Ghanmi. “Ya lo había hecho como último recurso dos o tres veces antes y me había dicho que le había funcionado”.

La última vez que Ghanmi lo intentó, se prendió fuego y murió. Su familia sigue investigando si se trató de un suicidio o un accidente.

La “moda” está llegando a una nueva generación más joven, que creció durante la revolución.

Ramzi Messaoudi se prendió fuego el 15 de febrero en el patio de su bachillerato, mientras todos estaban en clase en Bou Hajla, un pequeño pueblo en el centro de Túnez. Murió tres días después a causa de las quemaduras. Tenía desacuerdos con su maestra de inglés, quien lo expulsaba del salón constantemente, según su padre y sus amigos.

Su familia está inconsolable. Su hermana Rimeh, de 20 años, quien compartía una habitación con él, llora frente a sus libros de la escuela. Su padre, Nourredine Messaoudi, chofer de una camioneta de pasajeros, todavía se aferra a la tarjeta de autobús quemada de su hijo, que guarda cuidadosamente doblada en su cartera.

“Simplemente ya no lo soportaba”, dijo Wissem Hadidi, de 19 años, un amigo de la infancia de Ramzi. “Cuando llegó al hospital, aún estaba consciente; sonreía y repetía una y otra vez la palabra ‘injusticia’”.

Lo que hizo Ramzi Messaoudi tuvo consecuencias trágicas. “Me encerré en mi casa durante una semana”, dijo Hadidi. “No podía regresar al bachillerato. ¿Sabes? Literalmente lo vi quemarse y todavía recuerdo el olor”.

Una semana después, otro alumno del pueblo, que tiene solo 13 años, también trató de quemarse vivo, pero sobrevivió gracias a que un amigo apagó el fuego con su chaqueta.

Otro estudio dirigido por Mehdi, l patólogo forense, concluyó que en Túnez hay un efecto de emulación como resultado del acto revolucionario de Bouazizi. El estudio hizo un llamado a que se tomen medidas preventivas urgentes en la cobertura mediática de los suicidios, así como para empoderar a los adultos jóvenes.

Ha habido un aumento general en las tasas de depresión y suicidio entre los adolescentes desde la revolución, dijo Fatma Charfi, quien dirige un comité del Ministerio de Salud para combatir el suicidio.

“Con la dictadura, el Estado era ubicuo; estábamos bajo el control policiaco y había menos posibilidad de efectuar ese tipo de aberraciones”, dijo Charfi. “Ya había suicidios; la gente se inmolaba o se colgaba, pero se hacía en la privacidad de la casa, no en la esfera pública como actualmente, y los jóvenes están muy expuestos a este nuevo fenómeno”.



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