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La quinta entrega de Transformers' recurre a la leyenda del rey Arturo


2017-07-19

Neil Genzlinger, The New York Times

Cuando llega la quinta entrega de una serie de películas, sobre todo si es de ciencia ficción y tiene la reputación de ser un bodrio absurdo, podemos suponer que veremos la propuesta más espantosa de la franquicia. Pero la sorpresa es que El último caballero, la quinta película de Transformers, está lejos de ser la peor en ese experimento continuo de un sinsentido basado en juguetes de Hasbro. Eso sucede gracias a un actor: Anthony Hopkins.

No está claro qué hace Hopkins —un ganador del Oscar y del Emmy que recibió el título nobiliario de sir— en una película de Transformers, pero le aporta una dignidad cómica al filme, lo cual la hace superior a las entregas anteriores. La narrativa también mejoró. Para empezar, por fin nos dan una explicación creíble sobre el propósito de Stonehenge.

Mark Wahlberg, quien se unió a la franquicia en la cuarta película Transformers: La era de la extinción, que es demasiado larga y enredada, está de regreso para interpretar al desaliñado inventor Cade Yeager.

Al inicio de la historia, Cade es uno de los pocos humanos que aún les tiene cariño a los autobots, aquellos inmigrantes robóticos del espacio exterior que tienen buenas intenciones pero han provocado todo tipo de destrucción en la Tierra debido a su guerra con los decepticons. El resto de la humanidad aún está molesta con ellos por haber destruido una ciudad decente, Chicago, a principios de la franquicia.

Los autobots y los decepticons se transforman en vehículos y otras cosas, una demostración de efectos especiales de la que, al parecer, no se cansan los fanáticos de la serie. Además, la génesis de estos robots cambia constantemente. En la que se propone en este filme participan el rey Arturo, Lancelot, Merlín y sir Edmund Burton, el personaje que interpreta Hopkins que es una suerte de guardián de la leyenda de Arturo y de los Transformers, y sabe que se acerca una gran batalla para apoderarse del báculo de Merlín, una reliquia que tiene poderes extraordinarios cuando es usada por la persona indicada.

En este caso esa persona es Viviane (Laura Haddock), una académica británica que se muestra escéptica respecto de los cuentos de la Mesa Redonda y también tiene la edad idónea para ser el interés romántico de Cade. En cuanto a Stonehenge, bueno, sin revelar mucho, solo digamos que los invasores del espacio vienen a acabar con la vida de nuestro planeta, y el colosal monumento no solamente es el calendario más aparatoso de la historia.

En el elenco también se encuentran Lennox (Josh Duhamel), el militar de los filmes previos; Jimmy (Jerrod Carmichael), el gracioso compinche de Cade; e Izabella (Isabela Moner), la niña linda del filme. Sin embargo, el mejor toque es Cogman (con la voz de Jim Carter), el mayordomo robótico de Edmund, una suerte de C-3PO con mal genio (como bien lo averigua un robot que se hace el gracioso diciéndole C-3PO).

Ya quisiera esta saga tener la profundidad y coherencia de la franquicia de Star Wars, pero el homenaje es lindo, y Cogman y Edmund tienen algunos momentos ocurrentes, algo que faltó en las secuelas.

Michael Bay dirige de nuevo; él y sus guionistas (Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan tienen créditos en el guion, y escribieron la historia junto a Akiva Goldsman) le ponen más humanidad y menos chatarra a esta entrega. Bay parece haberse limitado en su tendencia de crear persecuciones a altas velocidades y batallas robóticas, y además le da variedad a las escenas de acción con autos al incluir una carrera submarina.

Pero no te preocupes; si por alguna razón las escenas de combates incoherentes y prolongadas es lo que te gusta de las primeras películas, la batalla culminante de esta entrega cumple con todos los requisitos. El filme es más corto (por casi 15 minutos) que el anterior y es considerablemente más soportable.



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