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Los emoticonos nos invaden� pero no remplazarán a las palabras


2017-08-02

Paulina Chavira, The New York Times

CIUDAD DE MÉXICO — Los emoticonos están en todos lados: están, obviamente, en nuestros teléfonos; estarán este viernes en las pantallas de cine con Emoji, la película, y, a partir de hoy, estarán cada vez más cerca de los afectos de los habitantes de esta ciudad.

“Hacer emoticonos propios para una ciudad aumenta la gama de expresiones que ya existen basándose en el poder de un gran colectivo (la ciudad), y a la vez permite darle un significado y uso local a tecnología que se ha vuelto parte de la vida cotidiana a nivel global”, dice Andrés Lajous, analista político y sociólogo.

Quizá por ello, Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de Ciudad de México, pidió al Laboratorio para la Ciudad (el espacio de experimentación en el que se piensan y se buscan soluciones para la ciudad) que se diseñara una plantilla de emoticonos que represente a CDMX: para favorecer el “sentimiento de ser ciudadano” y generar “una conversación lúdica y divertida”, dice Gabriella Gómez-Mont, directora de Laboratorio para la Ciudad.

Estos jeroglíficos modernos han cambiado la forma en que nos comunicamos, pero también nos hacen preguntarnos cuál es el impacto que tienen en nuestro lenguaje.

Tan solo en Facebook se intercambian 5 mil millones de emoticonos a diario. En Twitter, desde julio de 2013, el emoticono de la cara llorando de la risa ha sido usado más de 1,7 millones de veces —el número crece a cada segundo en Emojitracker— y en 2015 fue seleccionado como la palabra del año por Oxford Dictionaries.

Fue apenas en 2007 que los emoticonos se popularizaron y entraron a las pantallas de nuestros teléfonos —y a nuestras vidas— para quedarse y colarse en cada rincón de nuestra existencia digital. De los 176 emojis (“e” significa imagen en japonés y “moji”, signo) en blanco y negro que el ingeniero japonés Shigetaka Kurita diseñó en 1999 para la telefónica NTT DOCOMO, hoy contamos con un vocabulario visual de unos 1800 ideogramas.

En el mundo, Unicode Consortium es la encargada de crear los nuevos emoticonos que aparecen en nuestros programas y dispositivos móviles. La evolución que ha tenido esta herramienta es contundente: desde los primitivos signos de puntuación dispuestos en un orden determinado para expresar alegría, tristeza o sorpresa, hoy podemos encontrar mujeres con distintos tonos de piel que usan un hiyab o amamantan, una cara que vomita, un zombi o un sándwich.

Luke Stark y Kate Crawford dicen en The conservatism of emoji que “los emoticonos son el lubricante social de nuestras vidas digitales: destacan el tono, ponen un toque de humor y representan un atajo a nuestra personalidad”.

Un termómetro afectivo

La convocatoria a diseñadores para que la capital de México se uniera a esta revolución gráfica se lanzó en junio de este año. El jurado que se encargó de seleccionar los ideogramas estaba formado por destacados personajes del diseño y de la historia de los emoticonos: la periodista Zoe Mendelson; el diseñador mexicano Óscar Estrada de la Rosa; Fred Benenson, quien tradujo el clásico Moby Dick en emoticonos (Emoji Dick); Jennifer 8. Lee, quien forma parte del subcomité de Emojis para Unicode, y el artista gráfico mexicano Federico Jordan.

Entre las propuestas hubo trompos de tacos al pastor, unos bigotes de revolucionario (que remiten a los de los hípsteres de las colonias Roma y Condesa), sor Juana Inés de la Cruz, el Templo Mayor, Frida Kahlo, Tláloc, el taxi-vocho y las quesadillas sin queso.

Pero la ganadora fue la diseñadora Itzel Oropeza, de 30 años –originaria de Pachuca, Hidalgo–, quien decidió que el ajolote era una apuesta original para incluir en el vocabulario de los emoticonos mexicanos. “Usé a esta especie endémica, que parece que sonríe todo el tiempo, para representar los lugares icónicos y las situaciones representativas de esta ciudad”, explica Oropeza. Con una imagen que recuerda a un Pokémon, el ajolote está en el nopal junto a una serpiente, come tacos o simula ser el Ángel de la Independencia.

El segundo lugar fue para el trabajo conjunto del diseñador industrial Eduardo Camacho y el mercadólogo Pedro Rodrigo Grajeda; en tercer lugar quedaron Ivonne Torres, quien hace animación digital, y el diseñador australiano Martin Cook. Los participantes buscaron representar la grandeza, la tradición, la amabilidad y la vida cotidiana de Ciudad de México.

“A veces la odiamos, a veces la amamos, pero todo gira en torno a la ciudad… es la que nos da el estado de ánimo”, dijo Grajeda.

¿Nos quedaremos sin palabras?

¿Será que algún día los emoticonos remplazarán por completo a las palabras y la forma en que nos expresamos? “No”, dice rotundamente Laura García, periodista y lexicógrafa que conduce desde hace catorce años el programa “La dichosa palabra” en Canal 22.

Sin duda son una herramienta que nos ayuda a ser concisos, a expresarnos de una manera más lúdica y elocuente en nuestras comunicaciones digitales, pero escribir ideas complejas solo con emoticonos es aún muy complicado. En parte porque estos símbolos pueden ser interpretados con visiones diferentes o totalmente opuestas (cuántas veces hemos usado las manos que se unen como si oráramos o pidiéramos un favor, aunque estas fueron concebidas como dos palmas que se chocan).

A esa multiplicidad de interpretaciones posibles se suma el problema de las reglas.

Hace tan solo una semana, en Twitter se dio un intercambio entre la Real Academia Española (RAE), la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y los tuiteros de a pie. Para la RAE, un emoticono es un elemento extraoracional y “lo más indicado es escribirlo después del punto”. Pero en el mismo hilo, un tuit de la Fundéu compartía un consejo en el que se establece que si el emoticono forma parte de la oración, el punto se debe escribir después del emoticono.

La ambigüedad ante la puntuación no es exclusiva de estas imágenes. ¿Cuántas veces hemos dudado en escribir o no una coma, en cambiar ese punto y seguido por un punto y coma? Nadie mejor que el mismo autor para decidir si el emoticono es parte o no de la oración, y si es necesario o no escribir un punto.

Otra barrera —o no— es la interpretación. La multiplicidad de significados que pueden tener estos símbolos es su característica principal.

“No debería haber emoticonos regionales o locales porque el sentido que les veo es que son universales; si empezamos a usar emoticonos de cada ciudad se rompería la función que tienen estos símbolos”, sostiene García. Para evitar malinterpretaciones o ambigüedades, se tendrían que poder interpretar de manera similar en el mayor número de regiones posibles.

Así como se temía que los libros electrónicos terminaran con los impresos, hay quienes creen que los emoticonos acabarán con las palabras. “Los emoticonos son un código de lenguaje, de comunicación, como el Morse o el Braille que usamos en determinados contextos y situaciones, pero no creo que puedan sustituir ni que le vayan a quitar un lugar a las palabras”, dice García.

Hace unos meses, con un grupo de amigos decidimos embarcarnos en una nueva forma de interacción digital: adivinar canciones cuyos títulos solo escribiríamos con emoticonos. ¿Cuál fue el resultado? Que quienes eran pareja —y por tanto tenían un contexto compartido— adivinaron los nombres de los temas musicales con facilidad, pero quienes no tenían ese código profundo compartido —a pesar de conocernos desde hace muchos años— pocas veces sabían de qué canción se trataba. ¿Qué significa esto? Que, como con cualquier lenguaje, los emoticonos requieren que sus usuarios compartan un código para poder comprenderlos con la menor ambigüedad posible.

Puede ser que para que estos símbolos remplacen a las palabras, necesitaríamos un diccionario de emoticonos reconocido internacionalmente… pero quizá esa estandarización acabaría robándoles su encanto.



yoselin


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