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México llora a sus muertos por el sismo 


2017-09-11

Paulina Villegas y Elisabeth Malkin, The New York Times


‘No tenemos idea de cómo vamos a reconstruir’


ASUNCIÓN IXTALTEPEC, México — Las muertes que cobró el terremoto de mayor magnitud en la historia de México aumentaron a 90 el domingo, mientras la gente del estado suroeste de Oaxaca lloraba a sus muertos y los rescatistas comenzaban a evaluar el daño en los pequeños poblados donde el polvo todavía se siente en el aire.

Oaxaca fue el estado mexicano más afectado, con 71 muertos, según Águeda Robles, vocera de la Coordinación Estatal de Protección Civil. Otras 15 personas murieron en Chiapas, el estado donde se ubicó el epicentro del sismo de magnitud 8,2, y se informó que hubo cuatro otras muertes en el estado vecino de Tabasco.

Más de tres días después de que ocurriera el terremoto del jueves, las violentas réplicas sacudían la ciudad de Juchitán de Zaragoza y los pueblos cercanos. En Asunción Ixtaltepec, a unos ocho kilómetros de ahí, los perros de búsqueda trepaban a los escombros junto con sus cuidadores, en busca de señales de vida.

Para aquellos cuyos peores miedos se confirmaron, vinieron los funerales, con procesiones que iban a paso lento hacia los cementerios al son de música tradicional oaxaqueña, con tambores y trompetas.

La mañana del domingo, Lourdes Pérez enterró al hijo que había tratado de salvar con todas sus fuerzas cuando la planta alta del hogar en el que él vivía colapsó frente a sus ojos. De pie, viendo hacia las ruinas de su casa, la destrucción parecía ser una representación de su devastador pesar.

Cuando el terremoto sacudió el suelo bajo sus pies, Pérez estaba afuera de su casa, ubicada enfrente de la casa en la que su hijo, Eduardo Peralta, de 33 años, vivía con su familia.

La familia Peralta estaba dormida en la planta alta cuando comenzó el terremoto. Peralta corrió por las escaleras mientras agarraba la mano de su hijo de 6 años, Esteban. La esposa de Peralta, Sunihey Antonio, iba detrás de él, apretando contra su pecho a la hija de 1 año de la pareja.

Mientras la casa se tambaleaba y tronaba, la madre de Peralta relató que este alcanzó el portón cuando una barra de concreto cayó sobre su espalda, aplastando su columna y cuello.

Pérez corrió hacia los escombros y pidió ayuda. “Grité como la Llorona: ‘¡Ay, mis hijos!’” dijo, refiriéndose al cuento mexicano de una mujer que pierde a sus menores. “Por favor, alguien que me dé una lámpara, una pala, algo; necesito sacarlos”, recordó haber dicho.

Sunihey Antonio respondió desde el interior de los escombros, con su hija todavía en brazos. “¡Aquí estamos, estamos vivas!”, gritó. Ninguna estaba herida.

“¿Mis niños están bien?”, gritó Peralta, atrapado en los escombros a la altura de sus rodillas, mientras todavía abrazaba a Esteban.

Esas serían sus últimas palabras. Los vecinos se reunieron en la casa para ayudar a Pérez a liberar a la familia, pero Peralta murió tras un par de horas en la clínica de la comunidad, que operaba sin electricidad aquella noche.

Sunihey y Esteban, lesionado, fueron a la capital del estado, Oaxaca de Juárez, donde el domingo el menor fue operado de la fractura en la cadera. Aún no sabía que perdió a su padre.

Al igual que Pérez, los habitantes de Ixtaltepec, donde murieron diez personas, tuvieron que vérselas por sí mismos durante el primer día después del terremoto. La ayuda en un inicio se centró en Juchitán, una ciudad de 100,000 habitantes, porque era muy requerida.

Sin embargo, cada calle de Ixtaltepec está marcada por la destrucción del terremoto. Aquellos que se habían salvado de la pérdida de sus seres queridos necesitaban buscar agua y comida.

Centenas de personas se reunieron en un refugio improvisado que se instaló en una pista de baile al aire libre, cubierta con un techo de latón, agradecidos por los tamales, el arroz y los frijoles que llevaron los voluntarios. A donde uno mirara, la gente servía comida desde las cajuelas de automóviles y camiones.

“No tenemos idea de cómo vamos a reconstruir todo el pueblo”, dijo María Luisa Matus, servidora pública estatal que coordina los esfuerzos en el refugio, donde el arroz, el agua embotellada y el papel de baño formaban pilas. “Pero ahora eso es lo menos urgente en nuestra lista de prioridades”.

Dijo que necesitaba paquetes de comida y cubrir otras necesidades para 3000 personas en Ixtaltepec. Y tenía otra preocupación a medida que se acercaba la noche.

Los residentes habían pasado dos noches a la intemperie, en las banquetas agrietadas afuera de sus casas y en los patios traseros o apiñados en canchas de básquetbol y estacionamientos. “Va a llover en la noche, así que necesitamos colchones para que la gente duerma en los albergues”, dijo.

Hasta en Juchitán los funcionarios tuvieron que improvisar. Los doctores y las enfermeras se las arreglaron como pudieron en un pequeño gimnasio, mientras las familias de los heridos pedían ayuda.

El principal hospital regional de Juchitán quedó destruido con el terremoto y poco a poco se transfirió a los heridos a otras ciudades. Los que aún quedan tienen medios de ayuda muy rudimentarios.

Hay escasez de antibióticos, anestesia y equipo médico esterilizado, de acuerdo con María Teresa Salas, asistente médica. Ha estado esperando el camión de agua, desconsolada porque sin electricidad no hay forma de tomar radiografías.

Más de treinta brigadas tenían planeado recorrer Juchitán el lunes a fin de comenzar a limpiar los escombros de los edificios caídos, dijo Óscar Cruz, el secretario municipal de la ciudad. Muchas familias buscan ayuda para derrumbar sus casas inhabitables.

“Reconstruir la ciudad tomará mucho tiempo debido a la magnitud y el impacto” del terremoto, comentó Cruz en una entrevista telefónica. Refiriéndose al último terremoto gigante de México, agregó: “Esperemos que no tome treinta años como pasó en 1985”.

A medida que el terror del jueves daba paso al lamento de las familias que nunca volverán a sentirse enteras, un funeral en particular se vivió como emblemático de las pérdidas de la ciudad.

Los agentes de la policía municipal montaron una guardia de honor durante la procesión fúnebre de Juan Jiménez, un policía que quedó enterrado en los escombros cuando colapsó un tercio del ayuntamiento. La ciudad entera parecía contener el aliento mientras los rescatistas buscaban entre los escombros el viernes; su cuerpo, sin vida, fue recuperado el sábado.

Decenas de familiares y amigos llenaron el patio de su casa durante la noche para dar el pésame a su esposa, Irma, y a los tres hijos de la pareja.

“Diosito lo necesitaba”, dijo Wilhelm, de 12 años, el más joven de los hijos del policía, mientras sacudía el polvo de la manta azul marino que cubría el ataúd de su padre. “Creo que mi abuelo también quería tenerlo cerca”, dijo.

“Por eso se murió mi papá”, indicó el niño.


 



regina


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