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Juncker busca acelerar las reformas en la fase final de su mandato


2017-09-13

Claudi Pérez

Las épocas felices son páginas en blanco en los libros de historia. Los 10 últimos años no han sido precisamente felices para Europa: la crisis existencial de los últimos tiempos hará las delicias de los historiadores, pero la UE apenas sale hoy de un cúmulo de calamidades –muchas de ellas autoinfligidas— en las que se entremezclan al menos cinco crisis (financiera, económica, social, migratoria y política), por dejar todos esos vientos huracanados reducidos a un repóquer de miserias. El euro estuvo a un paso de partirse por Grecia, la Unión ha sufrido su primera ruptura –el Brexit— y las brechas Este-Oeste y Norte-Sur siguen a flor de piel.

Los más rabiosamente optimistas se agarran al mayor crecimiento económico de los últimos años (un 2%) y al fracaso de los populismos, que amenazaron con sacar viejos demonios del armario en Holanda y Francia, para dar por superado ese decenio oscuro y anunciar una especie de primavera europea. Pero las grandes crisis tienen siete vidas.

El jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tomará este miércoles el pulso de ese nuevo rapto de entusiasmo en el arranque del curso político. Juncker tiene sobradas razones para ser positivo: hace solo un año, ese mismo discurso estaba marcado a fuego por el Brexit, la dialéctica antieuropea de Trump y la pujanza de la ultraderecha. Europa sale reforzada, por el momento, de esos embates: los europeos han visto de cerca el abismo del populismo y han dicho "no, gracias".

Juncker, según las fuentes consultadas, centrará su agenda en tres asuntos: comercial, migratorio y económico. En lo comercial, la UE quiere tomar el relevo de Estados Unidos como garante del orden liberal, y ofrecerá nuevos acuerdos de libre comercio allá donde Donald Trump enseñe las garras; aunque también anunciará el control de las inversiones extranjeras en sectores estratégicos. En lo migratorio, el socialcristiano luxemburgués, que parece en forma a pesar de sus augures, explicará las líneas maestras del próximo paquete: la reforma del asilo, y sobre todo la necesidad de que los países devuelvan a los migrantes económicos a sus países de origen. En lo económico, Juncker esbozará las reformas de la eurozona, aunque está condicionado por el calendario electoral alemán.

"Será un discurso muy político, con novedades porque quedan poco menos de dos años y es prácticamente su última oportunidad de decir alto y claro qué Europa quiere", dice uno de sus colaboradores. "La constelación política le beneficia porque el panorama ha mejorado y el idilio Merkel-Macron permite abordar agendas complicadas", abunda. Juncker tampoco evitará las dificultades. Las mayores son quizá el Brexit y la deriva de Polonia, un caballo de Troya contra los valores europeos. Las complejidades de Turquía y sobre todo el activismo de Rusia, que desplegará en apenas unos días entre 100,000 y 120,000 soldados en unas maniobras militares en la vecindad norte, no le van a la zaga.

Estos son los asuntos más importantes del discurso.

Unión Económica y Monetaria: reformas en la agujereada arquitectura del euro. Juncker aboga por convertir el Mecanismo de ayuda europeo (Mede) en un Fondo Monetario Europeo (FME) con todas las de la ley antes de finales de 2018. Y, tras las reflexiones de primavera, aboga por un presupuesto para países en crisis, por completar la unión bancaria (fondo de garantía de depósitos común y respaldo fiscal del fondo de resolución para el cierre de bancos, a cambio de arbitrar medidas para reducir el riesgo en los bancos) y por un eurobono light, sin mutualización de deuda, aunque también pondrá en marcha los trabajos exploratorios para diseñar eurobonos con todas las de la ley para 2025. El empuje de Emmanuel Macron ha desbloqueado, en parte, la posición alemana. Pero las medidas más ambiciosas, como la creación de un FME y de un presupuesto del euro como verdaderos mecanismos de resolución de crisis, se toparán con la cruda realidad política de Europa. Con Italia como candidato potencial a la próxima crisis, las reformas del euro medirán el estado de forma del revivido motor franco-alemán: Merkel puede acceder a parte de las demandas francesas, pero a la vez pretende que el nuevo FME supervise la política fiscal (en detrimento de la Comisión) y pujará fuerte por vincular el presupuesto del euro con la puesta en marcha de reformas: un régimen de flexiausteridad germánica difícil de aceptar en ciertas latitudes.

Comercio: una de cal y otra de arena. Juncker quiere ganar para Europa el espacio que Estados Unidos está dejando atrás con su retórica proteccionista. Tras el principio de acuerdo con Japón, la UE buscará acuerdos con Australia y pondrá su mirada en Asia. Pero a la vez activará un movimiento de repliegue: el jefe de la Comisión anunciará sus planes para crear un mecanismo de control de inversiones exteriores en Europa. Bruselas pretende que países que no cumplen las reglas laborales o comerciales hagan competencia desleal: quiere que si China puede comprar industrias esenciales para Europa, la UE pueda hacer lo mismo en China. Juncker lleva meses declarando que los europeos "están a favor de los acuerdos comerciales internacionales, pero no de un libre comercio naíf".

Migración: asilo y retornos. El luxemburgués quiere una rápida reforma del sistema de asilo "basada en el equilibrio entre responsabilidad y solidaridad", una frase que se repite también para todo el paquete económico. Subrayará que hay que seguir con las recolocaciones, una de sus propuestas fallidas por la falta de colaboración de las cancillerías. Pero Bruselas pretende un nuevo paquete de "Gestión de la Migración", en el que cobrará más protagonismo la dimensión exterior de la UE –con programas en la vecindad sur y este para elevar la renta per cápita y reducir los flujos de llegadas— y en el que tendrá un papel fundamental la devolución de los denominados "migrantes económicos", los que no tienen derecho a solicitar el estatuto de refugiado. 

Valores, narrativa, dificultades y demás. El mandato de Juncker termina después de las próximas elecciones europeas, en la primavera de 2019. Eso da a este discurso una densidad política especial: quedan por delante aproximadamente 20 meses de trabajo, el último arreón de su Comisión. 2016 fue un "annus horribilis", según una carta de Juncker al presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, que se dará a conocer el miércoles: ahora, sin embargo, el proyecto europeo tiene "más viento en las velas". Los Veintiocho presentan por primera vez en mucho tiempo cifras de crecimiento en todas partes. El paro se reduce, aunque hay aún un ejército de en torno a 20 millones de parados en la Unión. El Brexit y Trump "irónicamente han ayudado a los europeos: les han dado el pegamento que necesitaban para debatir reformas esenciales para el club", asegura desde Harvard el profesor Peter Hall. "Europa tiene que sacar partido de esa ventaja y hacer reformas en 2018: la crisis ha cedido, pero volverá", añade Charles Kupchan, del Center of Foreign Relations. Juncker propuso a los socios cinco escenarios en el Libro Blanco presentado la pasada primavera: su discurso sobre el Estado de la Unión será un sexto escenario, con las recetas de Bruselas antes de que Alemania y Francia vuelvan a dominar la escena.

Políticamente, el luxemburgués quiere lanzar un claro mensaje de la apuesta por la integración, y activar cambios legales para evitar las votaciones por unanimidad. Juncker, además, enfatizará en la "agenda positiva", según esa misiva a Tajani, pero no evitará pisar los charcos. Y hay bastante agua en el piso: Polonia, el Brexit, Turquía y Rusia (además de Cataluña, que en principio queda fuera del discurso). En Polonia, Bruselas amenaza una y otra vez con usar el botón nuclear (la suspensión de los derechos de voto) si se sustancia el control del poder judicial por parte del Gobierno. En Turquía, hay voces que abogan por suspender las negociaciones de acceso a la vista de la deriva autoritaria en Ankara. Rusia tiene de los nervios a los países del Este: las maniobras militares de estos días, las negociaciones energéticas, el conflicto en Ucrania y el papel de Moscú en la vecindad Este y Sur tienen a Bruselas en permanente alerta.

Y en cuanto al Brexit, los asesores de Juncker le aconsejan no meterse en camisas de once varas, aunque el carácter del presidente apunta en otra dirección. Uno de sus principales asesores explicó hace unos meses que la Comisión dedica al Brexit "media hora a la semana". Juncker, con su peculiar estilo, afirmaba hace unos días a sus colaboradores que la salida de Reino Unido le ocupa "la mitad de cada hora".

El discurso sobre el Estado de la Unión es quizá su última oportunidad para ser recordado como presidente de la Comisión por algo más que el Brexit. Pero también es una puerta abierta a dejar claras las ideas del líder socialcristiano sobre el divorcio británico.



yoselin


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