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La Guerra Fría que arde


2017-10-27

GINA MONTANER / El Mundo

Los explosivos papeles de Kennedy

Si hay un entusiasta de las teorías conspirativas ese es Donald Trump. Un día antes de que pudieran salir a la luz al menos 30,000 documentos clasificados sobre el asesinato de John F. Kennedy, el presidente tuiteó que despertaba gran interés lo que saldría a relucir al cabo de algo más de medio siglo de un magnicidio que hasta el día de hoy es pasto de las más diversas hipótesis.

Abundan los pesimistas convencidos de que a estas alturas poco más se sabrá sobre un asesinato que continúa siendo uno de los grandes misterios del siglo pasado, por la cantidad de flecos sueltos que no acaban de esclarecer los motivos ulteriores y las circunstancias que rodearon a Lee Harvey Oswald para llevarlo a ejecutar a Kennedy un soleado 22 de noviembre de 1963 en Dallas. Era el fin sangriento de Camelot y el principio de una colosal intriga política en la trama de la Guerra Fría.

De todas las teorías que han circulado a lo largo de los años, desde las más descabelladas que apuntan a Lyndon B. Johnson (el entonces vicepresidente) como instigador del atentado, a las más débiles que sostienen que el blanco no era Kennedy sino el gobernador de Texas que lo acompañaba en el auto, la que siempre ha tenido más fuerza y fundamento es la de la presunta colaboración de Oswald con los gobiernos de Cuba y la ex Unión Soviética, en plena confrontación del bloque comunista con un presidente estadounidense que pronunció un discurso histórico a favor de la libertad a la sombra del Muro de Berlín.

Antes de que Oswald apuntara certeramente con su rifle, Kennedy ya era un mandatario odiado por Castro y los soviéticos. En abril de 1961 la fallida invasión de Bahía de Cochinos puso de manifiesto el apoyo que su Administración le estaba brindando a los exiliados cubanos que luchaban contra la dictadura castrista; y en octubre de 1962 el mundo había estado al borde de una guerra nuclear por la crisis de los misiles, un enfrentamiento en el que se impuso la prudencia de Moscú y de Washington al entusiasmo suicida de Fidel Castro, siempre dispuesto a la guerra antes que al entendimiento. En el vaivén de esta pugna la CIA, alentada por el propio Kennedy, intentó numerosas veces matar a Castro en operativos que acabaron en fiascos.

Al menos por su perfil, el de un fanático ideológico, Oswald encajaba perfectamente para convertirse en el letal mensajero. Aunque la comisión Warren descafeinó esta hipótesis, apresurándose a concluir que el francotirador había actuado solo y reforzando la percepción de que era un lobo solitario, lo cierto es que el ex Marine había vivido en la Unión Soviética, donde se casó y se vinculó al comunismo. De hecho, Oswald llegó a formar parte del Comité Pro Justo Trato para Cuba, un grupo de presión creado por Castro y el Che Guevara.

Casi dos meses antes de que Oswald apretara el gatillo, éste pasó una semana en la Ciudad de México, donde se reunió con agentes de la inteligencia en las embajadas de Cuba y de la Unión Soviética. En aquella visita la CIA lo vigiló e inexplicablemente le perdió la pista en los días anteriores a su misión, a pesar de que sospechaban que ese mismo año había intentado asesinar a Edwin Walker, un general retirado abiertamente anticomunista y anticastrista. Sin duda, las conversaciones de Oswald con los cubanos y los soviéticos son una pieza fundamental del rompecabezas.

Pocos días antes de la posible revelación de estos papeles, Brian Latell, ex agente de la CIA y experto en las relaciones Cuba-EU, reiteró que hay suficientes evidencias que apuntan a la implicación de Cuba, o al menos su intención de motivar e impulsar a un extremista como Oswald a darle el tiro de gracia a un enemigo declarado de la revolución cubana. Antes del magnicidio Castro dijo en una cena en la Habana: "Las armas que hoy me apuntan, mañana pueden volverse contra ellos". Con o sin documentos, medio siglo después la Guerra Fría sigue ardiendo.



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