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El campo mexicano ha sido el gran sacrificado del TLC


2017-11-20

Ignacio Fariza, El País

La secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena (Ciudad de México, 1952), recibe a EL PAÍS a pocas horas del inicio de la quinta ronda de negociaciones para la actualización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) entre Estados Unidos, México y Canadá. La máxima responsable del brazo de la ONU para el desarrollo económico en el subcontinente, pone el acento en el daño que el acuerdo ha infringido al campo mexicano; ve en las últimas propuestas de la Administración Trump una afrenta al espíritu mismo del tratado y pone el acento en la necesidad de fortalecer el mercado interno en México por la vía del aumento salarial.

Pregunta. La renegociación del TLC atraviesa una de sus fases más críticas. ¿Hay vida para México fuera del tratado?

Respuesta. Por supuesto que sí. En caso de terminarse, México va a tener un momento difícil, de adaptación. Nuestros cálculos apuntan a que, el primer año, el impacto sobre el PIB mexicano sería de entre un 0,9% y un 1%, frente al 0,1% de EE UU y al 0,5% de Canadá. Para México es un cambio de paradigma, porque le ha apostado todo a Norteamérica desde hace 23 años.

P. ¿Qué ocurriría con la producción de automóviles? Hoy es, por mucho, la mayor manufactura del país.

R. Creo que la industria automotriz no se va a ir del país. Acabo de regresar de Aguascalientes y una de las empresas más pujantes allí, Nissan, no tiene ninguna expectativa de irse a ninguna parte. Incluso con aranceles. La capacidad instalada que ya tiene México en el centro y norte del país son empresas muy sólidas que tienen un nicho importante de mercado.

P. Pero hay mucho margen de mejora…

R. Sí, sobre todo en la electrónica. México se ha quedado algo rezagado y por ahí pasa buena parte del futuro del sector. Es crucial: la industria automotriz ha dejado de ser una industria manufacturera para convertirse en una industria digital. Y ahí creo que México podría hacer un esfuerzo mayor, para que esos nuevos espacios sean aprovechados por empresas nacionales en vez de alemanas, por ejemplo. La transición puede ser muy favorable para México si la puede aprovechar.

P. Justo estos días se está debatiendo las propuestas de EE UU para el nuevo TLC: elevar el contenido regional en automóviles —que cada coche producido en Norteamérica tenga un porcentaje mayor de piezas fabricadas en alguno de los tres países del TLC—, fijar un mínimo nacional y también una cláusula de terminación automática del acuerdo a cinco años. ¿Las ve justificadas?

R. Absolutamente, no. Un tratado de esta naturaleza debe basarse en el libre comercio, en el que prevalezca la competitividad. Y lo que EE UU está proponiendo es una especie de proteccionismo para su industria nacional cuando el tratado es, precisamente, para no llevar adelante proteccionismos.

P. ¿Cómo debe prepararse México para ese potencial escenario de ruptura?

R. Tiene que buscar nuevos mercados y, sobre todo, desarrollar su mercado interno: debe mirar mucho más hacia el interior y desarrollar una política industrial. Además, el fin del tratado le puede dar a México una oportunidad para rescatar su sector agropecuario, que ha sido el gran sacrificado en el TLC. Hoy, México es importador neto de alimentos, de los cuales el 70% procede de EE UU. Y de maíz, nuestro gran orgullo nacional. El país debe volver a ser un gran productor de alimentos, y tiene todas las posibilidades para hacerlo: la geografía, la tecnología… Ese cambio puede ser sumamente interesante.

P. ¿Qué hace falta, entonces, para que el campo recupere su peso?

R. Sobre todo, una política de apoyo y financiamiento que ha sido el gran sacrificado en el tratado de libre comercio. Hubo un gran desmantelamiento de la banca que lo apoyaba, y eso ha provocado una gran migración hacia las ciudades y hacia EE UU. Los trabajadores más productivos del sector agropecuario estadounidenses son mexicanos. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo acá? Fallan las políticas y el valor agregado. México, por ejemplo, fue una gran potencia pesquera, con productos muy requeridos en Asia. Y puede volver a serlo si va de la mano con sus socios de la Alianza del Pacífico.

P. En los últimos años también se ha ensanchado la brecha entre el sur y el norte de México.

R. Sí. Sin duda, hay que desarrollar el sur. Las áreas económicas especiales son un gran paso, pero México necesita un proyecto como el que tuvo Europa con los fondos estructurales. El TLC benefició al centro y al norte del país, donde generó empleo y capacidades, pero no logró tener una derrama hacia el resto. México exporta casi 1,000 millones de dólares diarios, con un crecimiento del 7% anual, pero la economía y el empleo no han crecido igual. Y el salario, aún menos. Las ganancias de productividad han sido evidentes, pero el problema ha sido de distribución. En primer lugar, a través de impuestos y políticas fiscales, que se utilizan poco porque en México se tributa poco y hay mucha evasión fiscal. Mientras eso siga ocurriendo, no va a haber el suficientemente financiamiento para poder aportar a la política de desarrollo industrial y de innovación tecnológica, siempre de la mano del sector privado.

P. México también mira poco a los países que tiene al sur: Centroamérica y Sudamérica. Hay tratados de libre comercio, pero sirven de relativamente poco.

R. Sí, y las oportunidades de integración comercial y de infraestructuras son enormes. México y Centroamérica juntos pueden ser una gran potencia, pero deben completar la interconexión eléctrica y crear un mercado único digital. También debe apuntar a Latinoamérica: el comercio intrarregional sigue siendo bajo y hay una enorme oportunidad si se mejoran las aduanas, la burocracia y las infraestructuras y, sobre todo, se eliminan las barreras no arancelarias, que equivalen a un arancel del 20%.

P. Hablaba de la importancia del mercado interno mexicano como parte de ese plan B por si fracasa el TLC. ¿Qué falta para que de verdad sea un motor potente de la economía?

R. El salario sigue siendo el talón de Aquiles. México es uno de los pocos países de América Latina, o quizá el único, en el que no ha habido incrementos en las últimas décadas. Se han formalizado empleos, y eso es una buena noticia, pero es vital que mejore el ingreso, que se ha contenido artificialmente. El salario es producto de una negociación y México ha desmantelado la organización de los trabajadores y ha privilegiado a los sindicatos corporativos. Las políticas están privilegiando al capital y no a la masa salarial.

P. ¿Cuánto pesa la cultura empresarial?

R. Mucho, pero a los empresarios también les conviene [una subida salarial]. Tenemos que cambiar la conversación entre el empresariado, el Estado y la sociedad: el gran pacto de igualdad social de los países nórdicos se construyó en los años cuarenta del siglo pasado bajo el acuerdo de que quien más ganaba tenía que generar ingresos para quien menos ganaba. Aquí no está pasando eso: aquí, el que más gana aplica la máxima de Adam Smith de “todo para mí y nada para los demás”. El empresariado más maduro sí se da cuenta de que el sacrificio salarial no nos lleva a ninguna parte y de que la desigualdad conspira contra sus propios negocios y contra el crecimiento.

P. ¿Qué se puede hacer?

R. Hay que cambiar la conversación y, en ese cambio, el empresariado es fundamental. En el caso de México, no se está dando cuenta de que el aumento de su relación con la inseguridad. ¿Qué queremos para la juventud mexicana, que se vaya a la ilegalidad o al narcotráfico o que sea productiva aquí? Espero que eso sea parte de la próxima campaña política [para las elecciones de 2018]. No se puede seguir ganando productividad sacrificando a los trabajadores.

La renta básica, en la agenda de la Cepal

Pregunta. La Cepal impulsa la creación de una renta básica en México y en otros países de América Latina. ¿Cuál es su propuesta?

Respuesta. No hemos llegado aún a la conclusión de que este sea el camino, pero creemos que es fundamental estudiarlo. Hay varias alternativas: que la renta básica se dé a un estrato de población entre 18 y 29 años, cuando el joven está saliendo de la escuela y está en edad de trabajar, y le das la oportunidad de no tener que estar asociado a la subsistencia y poder tomar algunos riesgos, como emprender. También estamos analizando si debe ir solo a las familias en situación de pobreza o si debe ser universal. Estamos viendo todas las opciones, pero creemos que es posible pasar de un esquema de transferencias condicionadas a otro de renta básica, sin condicionalidad, solo costaría cinco décimas del PIB en América Latina. Además, la evasión fiscal en América Latina asciende a 340,000 millones de dólares, el 6,7% del PIB. Se puede ser mucho más eficaz en la recaudación y, con solo recaudar un 1% del PIB más, se podría financiar una renta básica que ayudaría a formalizar a muchos trabajadores.



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